Mamadou, un joven maliense de 20 años, emigró por culpa de la sequía. Cada año los pastos eran menos abundantes. No había suficiente para todo el rebaño y las cabras se vendían cada vez más baratas por su delgadez. En 2018 había tratado de buscar pasto más allá de su zona, pero las gentes de Youwarou le habían recibido a pedradas. No había pasto para todos. Si quería proteger a su familia, debía emigrar.
Pensó en ir a Dakar y trabajar como mecánico. Su amigo Kassoum tenía un pequeño taller y había aprendido, pero una vez iniciado el viaje, y sin encontrar un sitio seguro, decidió subirse a una barcaza para llegar a Europa. No sabía que eran tan pequeñas. Tras 11 días en el mar, 3 meses en un Centro de Estancia Temporal para Inmigrantes (CETI) y 6 meses en un programa para solicitantes de asilo de Cruz Roja, se trasladó a un pueblo de Lleida.
En Guissona, como en otros pueblos de la zona, hay alertas periódicas por la elevada contaminación y se han dado episodios de falta de potabilidad del agua. Es un pueblo en el que el 75% del tejido económico es industrial y más de la mitad de la población son personas migrantes. Mamadou sufrió en su hogar los embates de la crisis climática y ahora, en el municipio con mayor diversidad de Cataluña, se enfrenta a las consecuencias del racismo medioambiental.
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