La situación en Oriente Medio ha escalado peligrosamente en los últimos días y amenaza con empujar a la región al abismo. Israel ha bombardeado durante la semana amplias zonas de Líbano, incluida Beirut, la capital, al tiempo que ha lanzado una incursión terrestre con el objetivo declarado de acabar con la cúpula de Hezbolá. Irán, el gran aliado de la milicia chií, respondió el martes lanzando una salva de casi 200 misiles balísticos hacia Israel. Algunos de ellos impactaron en suelo israelí, sin causar heridos graves ni daños materiales considerables. Israel ya ha anunciado represalias. Estados Unidos, el gran aliado de Netanyahu, ha dicho por su parte que “estudia” con Israel esa respuesta y ha adelantado que no apoyaría un ataque contra objetivos nucleares iraníes.
Se teme que los objetivos de Israel puedan ser económicos, además de militares: un ataque contra instalaciones petroleras iraníes podría dañar la principal vía de ingresos del régimen de los ayatolás y añadiría más presión sobre los precios del crudo, que en los últimos días han ido encadenando subidas por el temor a un conflicto abierto y generalizado en la región. Y mientras tanto, Israel ha declarado esta semana persona non grata al secretario general de la ONU, António Guterres, por no condenar “inequívocamente” a Irán por el ataque del martes, y le ha prohibido la entrada en territorio israelí.
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