“Estados Unidos me ha roto el corazón por segunda vez; nunca pensé que sería posible volver a sufrir un nuevo mandato de Donald Trump”, dice con lágrimas en los ojos María, una de las estudiantes hispanas que se agolpan con los miles de compañeros de universidad y seguidores de la vicepresidenta Kamala Harris reunidos en el centro del campus de la Universidad Howard, donde la candidata demócrata pasó la noche electoral. “Estaba convencida de que esta sería una noche de celebración, de cambio, de ver a una mujer en la cima del poder, pero volvemos a tener a un misógino dirigiendo el país”, añade, secándose las lágrimas con el puño de la camisa.
“Perdona, no lloro por mí, sino por todos los que van a sufrir sus políticas, sobre todo los inmigrantes, como lo fueron mis padres cuando escaparon de El Salvador en los años 80. Deben de estar muertos de miedo”, se justifica, sorbiendo los mocos. No es la única cuya noche empezó con una sonrisa llena de esperanza y termina con la cara descompuesta. Todos los sondeos aseguraban que la batalla electoral entre los candidatos iba a ser extremadamente ajustada, pero, como ya demostró la victoria del magnate en 2016, y de nuevo en esta ocasión, los sondeos son tan fiables como un zorro en un corral.
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