Supongo que no era mi amigo, porque solo lo vi dos veces, pero enseguida me cautivó. Nos conocimos en un hospital de Médicos Sin Fronteras en el norte de Siria. Derrochaba carisma, se paseaba por el hospital saludando a pacientes y colegas, gastaba bromas. Nadie dudaba de su militancia: de su oposición al régimen. Pero Mohamed tampoco ocultaba su ateísmo. Sus amigos le pedían que se callara, le decían que se estaba jugando la vida, que irían a por él.
—Yo no cambio mi libertad por mi seguridad.
Decía Mohamed Abyad con su voz rota, grave, cavernosa, como un adolescente que la estuviera cambiando, entre la afonía y la madurez. Es la lección que dejó al mundo: luchar contra el régimen totalitario de Asad no debía significar una validación automática del yihadismo.
Trabajaba de lunes a viernes en aquel…
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