Nunca nos libramos de lo que no hemos tenido. Lo pienso ahora, en el aeropuerto, de regreso a casa, mientras me fijo en dos fotografías. Una de ellas la tomé hace unos días, el 4 de diciembre de 2024, a través de la ventanilla del avión que me trajo aquí, a Guadalajara, México. Estábamos a punto de aterrizar y un sol rojizo teñía la línea del horizonte. La otra imagen apareció más tarde en la galería de fotografías del teléfono y me mostró, bajo esa perversa función llamada “tal día como hoy” —que nunca he sido capaz de desactivar— lo que estaba haciendo justamente diez años atrás. Tuve que fijarme bien en esa segunda imagen, convencida de que debía tratarse de un error. Eran idénticas.
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