—No hemos podido celebrarlo.
Abrigado con una chaqueta deportiva verde, Khalil Hussein, de 51 años, comparte un té con sus vecinos. Están reunidos en el patio interior de una casa que da la espalda a las tropas israelíes, apostadas a menos de un kilómetro. Aunque estén cerca, no verlas da algo más de seguridad. Es un buen refugio para la conversación. O eso parece.
La aviación de Israel sobrevuela la zona.
—Cayó el dictador, pero llegaron las tropas israelíes —se queja también Abdallah Hussein, de 47 años, su jersey beis bajo la chaqueta, su pantalón de chándal, sus chanclas.
En el corro del té todos asienten. Este es el sentimiento que transpira Al Hamidaya, un pueblo sirio de algo más de 2.000 habitantes en la llamada zona de desmilitarización entre Israel y Siria, situada en un valle de los altos del Golán. Un sentimiento más amargo que furioso: los vecinos solo quieren que las tropas israelíes que han ocupado su zona se retiren, que los dejen en paz. Están cansados de la guerra civil siria, que duró casi 14 años, y ahora no quieren más problemas.
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