Mientras las oficinas de protocolo de Washington D.C. trasladaban la investidura al aire libre de Donald Trump a la rotonda del Capitolio, el domingo pasado millones de estadounidenses, la mayoría menores de treinta años, descubrían que la prohibición de usar TikTok en Estados Unidos entraba en vigor gracias a una ley aprobada por el Gobierno y ratificada por el Tribunal Supremo. Los últimos videos antes del cierre de la plataforma hervían de rabia contra el sistema político.
“Esto no va de TikTok, esto va de que demócratas y republicanos se pusieron de acuerdo como nunca antes, y probablemente como nunca después, para aprobar una ley que prohíbe una aplicación ignorando completamente todo lo que es importante para nosotros”, decía a gritos en un video la usuaria @bella_valanda unas horas antes del cierre. “No se pueden poner de acuerdo para evitar que maten a mis hijos en la escuela, para arreglar la economía, para establecer salarios que permitan vivir (…), no nos pueden dar servicios de salud gratis, ¿pero todos sus esfuerzos colectivos se centran en prohibir una aplicación?”.
El bloqueo duró unas horas y aún está por verse cuál será el futuro de TikTok una vez que Trump tome posesión del cargo; pero el verdadero problema es el que esta tiktokera puso sobre la mesa: millones de jóvenes han pasado los primeros años de su edad adulta entre demócratas y republicanos viendo cómo la promesa de que cada generación puede vivir mejor que la anterior es una opción nula para ellos.
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