Najy Al-Saadi tuvo que esperar a que mejorara el tiempo para desenterrar el cadáver de su hijo Suleiman. Cuando salió el sol, empezó a excavar junto a un muro de su pueblo, Alteja, en una zona rural del sur de Siria. Tras la caída del régimen de Asad el pasado 8 de diciembre, un sobrino dijo a Najy que Suleiman estaba enterrado al lado del puesto de control militar que perteneció a la Brigada 121 de la Séptima División del Ejército Sirio, la misma que detuvo a su hijo diez años atrás.
El 5 de enero, aprovechando que el cielo estaba despejado, el hombre, de 63 años, contrató a varios trabajadores y, sin informar a nadie en el pueblo, alquiló una pequeña excavadora para empezar a buscar los restos de Suleiman.
—Vimos una pierna y les pedí que detuvieran la excavación. Luego seguimos desenterrando con las manos hasta que apareció una manta militar —relata Najy. Él recordaba claramente la ropa que llevaba su hijo Suleiman el día de su detención, e incluso la última comida que compartieron: arroz con alubias. Continuaron cavando usando las manos y azadas con delicadeza.
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