Esta semana Estados Unidos y Rusia han avanzado en el diseño de una pinza: las negociaciones sobre la paz en Ucrania sin la participación de Ucrania. Esto permite a Moscú regresar a un escenario internacional del que fue expulsada como paria, y hacerlo de la mano de Estados Unidos, convertidos ambos en socios estratégicos. 

De entre el catálogo de propuestas altisonantes con el que Donald Trump bombardea a diario la arena internacional, por el momento destaca una tendencia: el regreso al realismo político más tradicional. El golpe al multilateralismo es claro. Trump apuesta por un mundo dividido en bloques y esferas de influencia repartidas entre grandes potencias, gobernadas exclusivamente por atributos de poder y a la búsqueda del beneficio económico, donde el derecho internacional no desempeña un papel relevante, si es que tiene alguno. Ucrania es el mejor ejemplo.

De la mano de Trump, Putin está consolidando sus objetivos iniciales. Mantendría el territorio ocupado bajo su control y a Ucrania alejada de una futura participación en la OTAN. Por otro lado, Trump, haciendo gala de su voluntad de hacer caja con todo, pretende sacar tajada de los recursos minerales de Ucrania a cambio de mantener la ayuda ofrecida al país. 

En esa línea, Trump ha redoblado su ataque contra el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, al que ahora acusa no solo de presidente ilegítimo y dictador, sino de ser el responsable de la invasión de su país. Un intento de reescribir la historia. 

¿Y qué pasa con Europa? El presidente francés, Emmanuel Macron, convocó en París a una coalición de países amigos en paralelo a la maquinaria de Bruselas, de algún modo paralizada por el shock. Macron viajará la semana que viene a Estados Unidos junto al primer ministro británico, Keith Starmer. Su objetivo: recuperar algún rol para la comunidad internacional en la resolución de este conflicto.