A los niños y niñas en China les prometieron una generación distinta: más hermanos, más caricias, más libertad, más infancia. Pero su realidad es muy distinta. En medio de una sucesión de clases y horas de estudio, muchos apenas duermen ni juegan, y en su lugar se ahogan entre gritos de sus padres y montañas de deberes.
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Un niño de pelo negro y disparado —como el pelo de cualquier otro niño chino— está sentado en la banqueta de una biblioteca. Lleva gafas redondas y está agitado, tiene un tic nervioso que lo hace pestañear sin parar y 9 años. Su nombre es Teaven. En las estanterías repletas de cuentos infantiles rebota de pronto un gruñido seco: Teaven está mosqueado. Se acerca a su profesora de lectura con una tablet en la mano: «Profe, ¿puedes cancelarme la prueba, por favor? Quiero hacerla…
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