Los electores italianos acuden a votar este fin de semana intuyendo el resultado de antemano. Todas las encuestas parecen indicar que la coalición de derechas que integran Hermanos de Italia (Fratelli d’Italia, el partido de Giorgia Meloni), la Liga (la Lega, el partido de Matteo Salvini) y Forza Italia (el partido de Silvio Berlusconi) se impondrá en estas elecciones generales y Meloni se convertirá en primera ministra.
En Italia, tanto para la Cámara de Diputados (con 400 parlamentarios) como para el Senado (con 200) los escaños se asignan con un sistema mixto: por un lado se vota a la lista electoral vía un sistema mayoritario (un 37% de los diputados y senadores se eligen mediante esta vía); y por otro, se elige al candidato de uno de los partidos que integran la lista vía un sistema proporcional (con la obligación de superar el 3% de los votos).
Este sistema electoral favorece a los partidos que se organizan en coaliciones, y permite dar el voto tanto a una coalición como a uno de los partidos que la integran. Por tanto, dentro de una misma coalición electoral importa quién obtiene más apoyos, pues es quien tendrá más legitimidad y opciones para convertirse en primer ministro o ministra. En cambio, el voto será nulo si el candidato votado no coincide con la lista votada en esa doble papeleta. En este sentido, aunque la coalición de la derecha gane las elecciones en su totalidad, el Partido Democrático de Enrico Letta (afiliado a los socialdemócratas a nivel europeo) podría llegar a disputar el primer puesto a Hermanos de Italia. Esto no cambiaría el resultado final —un gobierno presidido por Giorgia Meloni—, pero sí modificaría sustancialmente el relato del vencedor de las elecciones en cuanto a legitimidad. Sin embargo, lo que está en juego en estas elecciones no es solo el futuro político de Italia: estos comicios nos ponen frente al espejo para reflexionar sobre los límites y las contradicciones de la democracia misma.
Ante la probable victoria de la coalición de derechas, cabe preguntarse, en primer lugar, cómo será un gobierno de Giorgia Meloni, qué consecuencias tendrá a nivel doméstico y si cambiará la relación con la Unión Europea; por otro lado, por qué no ha aparecido una alternativa creíble a su triunfo; y por último, qué revelan estas elecciones de cara al futuro de la democracia.
Giorgia ‘Dos Caras‘ Meloni
¿Qué Meloni va a gobernar Italia? En plena campaña de las elecciones andaluzas, Meloni apareció en Marbella en un mitin de Vox. En su discurso, se la vio totalmente encendida y entregada en su papel de adalid de la derecha radical, en su versión más ultra, despotricando contra el cosmopolitanismo, el feminismo, la inmigración y la Unión Europea. En cambio, en agosto, y en el contexto de la precampaña electoral italiana, Meloni publicó un video con aire de presidenciable en inglés, francés y castellano desdeñando las acusaciones de antidemocráticos que los medios (uno de los blancos favoritos de la derecha radical) les atribuyen, y afirmando que “la derecha italiana ha relegado el fascismo desde hace décadas”.
El poder de camuflaje de los partidos de derecha radical es evidente. Su capacidad para seducir a una parte del electorado lo suficientemente decepcionada para decantarse por opciones disruptivas, disfrazando su radicalidad de moderación, es patente. Que Hermanos de Italia no formara parte del gobierno —tecnocrático— de concentración nacional que presidió el primer ministro Mario Draghi posibilita el discurso de que ellos no son como los demás. Con todo, hay una salvaguarda que es difícil de ignorar. La UE, a través del fondo de recuperación NextGenerationEU, va a proveer a Italia entre el 11 % y el 12 % del equivalente a su PIB en los próximos cinco años; y, a nivel de políticas públicas, es difícil que un gobierno de Meloni haga algo que ponga en riesgo este dinero. Más complicado sería aplicar el mecanismo de condicionalidad con el que cuenta la UE para retener fondos europeos si no se cumple con el Estado de derecho. Este mecanismo solo puede activarse para proteger el presupuesto de la UE en caso de corrupción, lo que no es tan fácil de demostrar. Por eso, mientras Hungría lo ha sufrido, Polonia se ha librado.
Si Meloni lo necesita, convertirá a la UE en su chivo expiatorio, como han hecho muchos partidos de derecha radical.
A nivel discursivo es otra historia. La polarización en Italia subirá unos decibelios y, si Meloni lo necesita, convertirá a la UE en su chivo expiatorio, como han hecho muchos partidos de derecha radical. La competición entre Meloni y Salvini es feroz, y el segundo atribuirá cualquier compromiso alcanzado a una moderación o una rendición, dependiendo del dramatismo que quiera imprimir a la situación. Por ello, seguramente Hermanos de Italia confíe en poder impulsar una agenda conservadora en Italia, tal como han hecho en Las Marcas, región italiana donde gobiernan y donde poder interrumpir el embarazo, por ejemplo, se ha vuelto cada vez más difícil.
En este contexto, es posible que veamos las dos caras de Meloni. A nivel interno habrá una voluntad de impulsar una agenda conservadora que puede restringir derechos civiles y combatir el relato progresista sobre feminismo, medioambiente y, sobre todo, migratorio. A nivel externo, con la UE y en lo que concierne a la guerra en Ucrania y la agenda atlántica, parece que sería más problemática una victoria de Salvini o incluso de Berlusconi. La financiación de Putin a la Liga o su amistad con Berlusconi están más que probadas y comprometerían más la unidad europea y el apoyo a Ucrania. En cambio, la aproximación de Meloni a Draghi y viceversa durante la campaña electoral dan a entender una cierta continuidad con los compromisos adquiridos internacionalmente y un posicionamiento a favor de la agenda atlántica, de mantener las sanciones y de apoyo a Ucrania. El partido del que forma parte a nivel europeo y del que es presidenta, el Partido de los Conservadores y Reformistas, tiene una orientación atlantista. Meloni necesita ofrecer una imagen de continuidad y estabilidad a nivel internacional para tener más libertad para perseguir su agenda doméstica.
¿Había alternativa a Meloni? ¿La habrá?
No todo estaba decidido antes de empezar la carrera electoral, pero la desunión de la izquierda también hace acto de presencia en Italia. El PD no ha sido capaz de compactarse del todo después del desaguisado que causó Matteo Renzi entre 2014 y 2016, hasta el punto de que ha recuperado a Enrico Letta, que ya fue vicesecretario general (2009-2013) y primer ministro (2013-2014). Las disputas personales entre ambos han impedido que concurran en la misma coalición electoral de centro izquierda. En cambio, Renzi y su partido Italia Viva concurren con Acción (Azione), el partido de Carlo Calenda.
La inesperada caída de Draghi también impidió que se pudiera armar una posible coalición donde estuvieran el PD y el Movimiento 5 Estrellas (Movimento 5 Stelle, M5S). El M5S, protagonista político indiscutible en los últimos años, ha sido víctima de sí mismo. Las encuestas le dan un 13% de los votos, cuando fue capaz de ganar unas elecciones en 2018 con casi el 33% concurriendo fuera de una coalición. Formó parte de los tres gobiernos de la última legislatura con todas las opciones posibles: con la Liga de Matteo Salvini, con el PD de Nicola Zingaretti, y con el gobierno de concentración de Mario Draghi. A su desgarro han contribuido su indefinición política, que en su momento llegó a aglutinar propuestas de derechas, de izquierdas y de centro —quizás el epítome de partido populista en Europa—; su papel en la caída de Draghi; la tricefalia que dirigía el partido (su fundador Beppe Grillo, el ex primer ministro salido de la nada Giuseppe Conte, y el exministro Luigi Di Maio); y sus distintas posiciones sobre la guerra en Ucrania. La facilidad con la que se puede practicar el transfuguismo en Italia ha dividido al M5S en dos: los partidarios de Conte se han quedado con el nombre del partido y compiten solos; y la facción de Di Maio ha formado el partido Compromiso Cívico (Impegno Civico) y sí es miembro de la coalición de centroizquierda que comanda el PD.
“Si no me votas, viene la extrema derecha”.
Una posible alternativa a la coalición de la derecha hubiese sido el acuerdo que estuvo a punto de cerrarse entre varios de estos partidos y que finalmente no llegó. Por su parte, la izquierda radical comparece en la coalición electoral de centroizquierda vía la alianza formada por Izquierda Italiana (Sinistra Italiana) y Europa Verde. La alianza se formalizó en enero, por lo que a su capacidad de articular una alternativa creíble le ha faltado tiempo, al menos esta vez. Una excusa, sin embargo, que no tiene el PD cuya estrategia electoral ya la han ensayado otros en diferentes Estados de la UE con pobres resultados: “Si no me votas, viene la extrema derecha”. Esto tiene un recorrido limitado, teniendo en cuenta que la democracia italiana ya tuvo a Salvini en el gobierno y sobrevivió. La incapacidad de la izquierda de ofrecer modelos alternativos creíbles y esperanza a la ciudadanía, en Italia u otros lugares, en un momento donde sus recetas políticas están ocupando un sitio central en el debate público revela un pobre capital político.
Sin embargo, cuando Salvini fue ministro, surgió un movimiento pacífico de resistencia social para demostrar el descontento de una parte de la ciudadanía con sus políticas. Se popularizó la práctica de cantar la canción Bella Ciao cuando quisiera que alguien se cruzase con Salvini. Al calor de esta acción de resistencia simbólica nació el Movimiento de las Sardinas (Movimento delle Sardine, llamado así por aglomerarse en las calles y plazas como “sardinas en lata”), que organizó protestas contra Salvini a lo largo de 2019 y ayudó a inclinar algunas elecciones regionales en contra de la Liga. No se puede descartar que un gobierno de Meloni que pretenda reducir derechos políticos y sociales se encuentre con una resistencia cívica feroz.
Además, el propio sistema electoral italiano, abocado a la inestabilidad permanente (tres gobiernos en esta legislatura), puede acabar con Meloni tan rápido como acabó con Salvini en 2018-19 o con Draghi en 2021-22. Italia tendrá que afrontar decisiones y tiempos difíciles a causa de la crisis económica en ciernes; y una primera ministra que no sea capaz de asegurar el crecimiento del país y proteger a su población tendrá dificultades para mantenerse en el poder.
Mirando al futuro: cordones sanitarios y tensiones democráticas
Septiembre será un mal mes para los cordones sanitarios. También lo será para los partidos herederos de la democracia cristiana que se agrupan en el Partido Popular Europeo, extremadamente condicionados por los partidos que compiten a su derecha y por unos sistemas de partidos cada vez más fragmentados que normalmente obligan a compartir el poder para optar al gobierno. Por ello, durante la campaña italiana, hemos asistido a un blanqueamiento de la derecha radical por parte del Partido Popular Europeo (PPE) pensando en esta posibilidad.
Antonio Tajani, mano derecha de Berlusconi y expresidente del Parlamento Europeo, ha afirmado que ni la Liga ni Hermanos de Italia son extrema derecha. Su apuesta es que Forza Italia sea lo suficientemente importante a nivel de votos para poder mantener cierta línea moderada en un futuro ejecutivo. Y Manfred Weber, presidente del PPE y miembro de la CSU (el partido alemán hermano de la CDU de Merkel), viajó a Roma para bendecir el acuerdo entre Forza Italia de Berlusconi (integrante del PPE) y los partidos de derecha radical. Es revelador que sea precisamente Weber quien lo haga, teniendo en cuenta la situación en su país. En Alemania, el cordón sanitario con el partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (Alternative für Deutschland, AfD) sigue en pie, y es uno de los pocos legados de Merkel que no ha sido cuestionado (de momento). Que sea precisamente alguien del partido de la excanciller quien bendice que Forza Italia haga de muleta de la derecha radical pone como mínimo en duda la continuidad del cordón sanitario en Alemania, y abre la puerta a que la derecha radical sea vista como un compañero de gobierno legítimo en países donde hasta ahora no lo era (Suecia, por ejemplo).
La última pregunta, y quizás la más importante: ¿Cómo se acomoda la democracia, y cómo responden los demócratas, a opciones escogidas democráticamente que, paradójicamente, pueden ser un peligro para la propia democracia? Por supuesto, hay que evitar afirmaciones del tipo “los italianos han votado mal”, pues la soberanía de las democracias reside en el pueblo. Si un partido político ha sido escogido libremente, la opción más democrática debería ser respetarla. Ahora bien, cabe preguntarse si las alternativas han estado a la altura y si una opción extrema no deja de ser una respuesta a un sistema que no funciona pero que sigue apuntalado por sus élites.
La tecnocracia tiene que estar al servicio de la democracia, no al revés.
Existe en la UE una respuesta a estos fenómenos: los llamados gobiernos técnicos. Esto es, ponerse en manos de expertos que no han sido votados en unas elecciones para reconducir el rumbo en una crisis, desvirtuando el sentido mismo de la democracia y arrebatando a los ciudadanos su capacidad de elección. Italia lo ha experimentado con Draghi, y con Mario Monti entre 2011 y 2013; Grecia también lo vivió con Lukás Papadimos entre 2011 y 2012. Sucede que, cuando la respuesta a una crisis es solamente técnica y la derecha radical puede exhibirse fácilmente como outsider del sistema, su campaña electoral está hecha. Pueden presentarse como los únicos representantes legítimos del pueblo, sobre todo ante la incapacidad de otros partidos para presentar alternativas políticas y técnicas.
Cuando un sistema es incapaz de dar respuestas políticas a una crisis, optando por gobiernos técnicos, y la extrema derecha lo usa para fijar y competir en este marco electoral, se pone de manifiesto la tensión existente entre democracia y tecnocracia. Irremediablemente, la opción técnica también contribuye a erosionar la naturaleza democrática del sistema. Porque la tecnocracia tiene que estar al servicio de la democracia, no al revés. Para ello, hay que imaginar alternativas que sean políticas, que sean refrendadas en los parlamentos, y que puedan disputar tanto el marco como el relato a la extrema derecha.
Todo esto se juega en Italia. Ahora sí, alea iacta est. La suerte está echada.