El imperativo categórico es bello: nuestra acción debe poder convertirse en una ley universal. Bello aunque ambicioso, casi narcisista, porque nos obliga a imaginarnos como impecables seres morales o, peor aún, como seres que tienen la justicia como delicioso horizonte, todavía inalcanzable. Jamás pensé que el pilar de la ética occidental podría girarse, y menos aún lejos de la filosofía, en el pisoteado territorio del periodismo. Hasta que lo hizo Martín Caparrós.
Desde hace un tiempo Caparrós venía diciendo que hay que escribir contra el público.
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