Jacobo fue reclutado por el narco a los doce años y poco después fue promocionado a sicario. El Cártel Jalisco Nueva Generación le pagó 30.000 pesos —1.500 euros— por su primer asesinato. Aquella prueba de fuego fue seguida por el secuestro y la tortura de miembros de bandas rivales para sonsacarles información. “Una vez que teníamos lo que queríamos, los matábamos, a veces los pozoleábamos [disolver los cuerpos en ácido], los descuartizábamos, o los matábamos a puros disparos”, dice Jacobo.
La organización Reinserta, que recoge el testimonio de Jacobo y otros menores en su informe Reclutados por la delincuencia organizada, calcula que más de 30.000 niños integran las filas de bandas criminales en México y 460.000 están vinculados a ellas de alguna forma. Los pequeños ofrecen ventajas respecto a los adultos: son más fáciles de manipular, menos conscientes de las consecuencias de sus actos y cumplen condenas más breves. Así pueden reincorporarse a las bandas para una segunda o tercera ola criminal.
El crimen organizado mexicano atrapa a los menores en un mundo de drogas, violencia y terror, prometiéndoles a cambio poder, prestigio y una vida al límite que ha sido romantizada por decenas de series y películas.
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