Era el último día de mayo del año 1921 y un grupo de mujeres recorría el centro de Madrid con un manifiesto entre las manos. Les brillaban las sonrisas como el porvenir y la luz caía redonda sobre sus zapatos negros de medio tacón. A la puerta del Congreso de los Diputados se agolparon. Había unas pequeñas flores sobrias engarzadas en algunos de los sobrios sombreros de ala corta. “Primero. Igualdad completa de derechos políticos, y, por tanto, ser electoras y elegibles en las mismas condiciones que los hombres, sin otra restricción que la de capacidad legal que se tiene en cuenta para los varones”. Así hasta nueve. Aquella fue la primera manifestación sufragista en este país nuestro. Al día siguiente repitieron frente al Senado. “Yo soy feminista: presido la Cruzada de Mujeres Españolas y fui de las que fueron a las Cortes a pedir los derechos electorales para la mujer”. Es Carmen de Burgos y Seguí quien habla. Es Colombine. En este país nuestro de cuarenta y siete millones de habitantes, casi nadie la recuerda.
Ella había llegado de una tierra desorbitada de luz.
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