Cada vez que leo una columna de opinión de Henry Kissinger en The Wall Street Journal o leo sus recetas para terminar con un conflicto, me acuerdo de Christopher Hitchens y su documentado libro pidiendo la detención del exsecretario de Estado norteamericano. En Juicio a Kissinger, el periodista británico detalló cómo el estadista estadounidense apoyó las matanzas de cientos de miles de civiles en la guerra de Indochina, las purgas anticomunistas de Suharto en Indonesia, el intento de aniquilación de Timor Oriental o el genocidio de Bangladesh en 1971. Súmenle sus intrigas para llevar al poder a dictadores del peor pelaje, desde los confines de África a Latinoamérica, con miles de víctimas adicionales, y ahí lo tienen: el perfecto criminal de guerra.
La petición de Hitchens, por supuesto, no prosperó. La razón es sencilla: ser blanco y occidental es un eximente en la comisión de las peores violaciones de los derechos humanos.
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