El ‘fixer’

Nos citó el domingo a primera hora. Apareció con un amigo al volante de un Cherokee verde oliva. Traían una petaca de ron bien frío.

—¿Qué onda, wey?

—Aquí estamos, jefe, sudando más que en la isla de Supervivientes. Menudo shithole. La birra en Puerto Príncipe está a precio de barrio de Salamanca, y que no sea la última. No nos va a matar una pandilla, sino un accidente de moto haciendo la ruta de las barricadas, dicho queda.

—No me jodas con tus bromas. Si tienes que quejarte, quéjate, pero bromitas con la seguridad, ninguna, que luego pasa algo y me metes en un lío. ¿Pudisteis hablar con el fixer que nos pasó el belga?

—Sí, pero nos ha dicho que le quedan un par de días con los gringos. Se está haciendo de rogar.

—Dale. Me avisáis el miércoles.

Unos días después.

—¿Y?

—Nos citó en el Montana. Tocó invitar. Casi 200 dólares de cena. No hubo manera de escaquearse. Pedía hamburguesas y Prestige como si fuera a temblar la tierra mañana. No iba a decirle que íbamos a medias en la cuenta con lo que estamos negociando.

—Vale, vale. ¿Qué tarifa pone?

—500 al día.

—¿Se puede bajar?

—Yo le dije que no somos como los gringos y se rio. Te ahorro la moralina que tuvimos que comernos. Además, es cierto que no se queda con los 500, tiene que repartir.

—No sabes negociar, voy a llamar al belga para ver si nos ayuda a pedirle precio. ¿Y el acceso?

—Dice que total.

—¿A las armas? ¿Foto y video? ¿Cuánto tiempo?

—Dice que van a ir armados, sí. Pero una vez dentro lo que digan ellos. Tampoco puede prometer mucho más que entrar y salir en paz. En los detalles él ya no manda.

—¿Y vosotros qué pensáis?

—Que es un teatro, joder, nunca lo hemos hecho así y siempre hemos vuelto con algo. La verdad es que no nos gusta demasiado cómo lo maneja.

—El tipo es miserable.

Me giro hacia el lector, releo la frase anterior en voz alta y la enmarco.

—No podéis volver sin eso, pagad —podéis ir en paz.

—Lo que digas —demos gracias al señor.

Nos citó el domingo a primera hora. Apareció con un amigo al volante de un Cherokee verde oliva. Venían los dos sin dormir. Traían una petaca de ron bien frío. Cuesta abajo desde PetionVille, el motor se sostenía atado con una cuerda al chasis y dos veces, dos, tuvieron que bajarse a reforzar el nudo. Una cuadra antes de entrar en Cité Soleil nos bajaron del coche y nos pidieron 200 dólares extras por el ride. Fue lo que fue, fue lo que nos buscamos pagando cientos de dólares por asistir a una representación preparada en exclusiva para nosotros.

Repetimos dos días más.

Dos semanas después de publicar, al del Cherokee lo quemaron

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Alberto Arce

Alberto Arce (Gijón, 1976) es periodista aunque se licenció en Políticas. Lleva desde 2004 circulando por el mundo, desde el campo de refugiados de Beit Hanoun a la costa de los mosquitos, permitiéndose rodeos por Kabul o Teherán. Ha publicado Novato en nota roja: corresponsal en Tegucigalpa y Misrata calling con Libros del KO por culpa de la resaca de unos huevos fritos al sol de julio en Madrid. Cámara al hombro, se metió en la mochila dos documentales, To shoot an elephant y Misrata, vencer o morir. Y le han disfrazado con oropeles como el Overseas Press Club Award y cosas de esa ralea, pero siempre lejos de España. (Que inventen ellos). Trabajó en Associated Press y en The New York Times. La fotografía de esta bio es de la cámara afgana de Rodrigo Abd.

 

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