Una amalgama de carne blancuzca enrojecida por el sol gritando excitada por el alcohol. Se rozan, hacen ver que solo juegan a pegarse, se tiran las chanclas a la cabeza en la piscina. Una horda de músculos de un tamaño incompatible con el de las cabezas, tan pequeñas, tan rasuradas, aguijones impotentes. Algunos de ellos, tumbados en las hamacas, regatean la miseria que le pagarán a las mujeres que van acercándose al jardín del hotel. Cuando alcanzan un acuerdo, uno, dos o hasta tres de ellos se van con cada una de ellas a las habitaciones.
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