A Moussa Thior le daba miedo venir al País Vasco. Trabajaba a bordo de un pesquero andaluz cuando un compañero le contó que en la flota vasca faltaba mano de obra y pagaban mejor. Pero era 1987, Thior veía tiroteos y coches bomba en las noticias y no tenía ganas de instalarse en nuestra tierra bárbara. De joven fue campeón de lucha libre en Senegal, giró por media África, ganó dinero para comprarse un buen cayuco y se dedicó a la pesca con éxito. Se enroló en barcos andaluces porque le entusiasmaba conocer mundo. Y ese picor aventurero lo llevó al fin, en 1991, a probar suerte en Ondarroa (Bizkaia).
Fue el primer africano. Detrás de él llegaron, poco a poco, docenas de pescadores de su tierra. “La gente de Ondarroa nos trató muy bien”, dice. “Los senegaleses veníamos muy jóvenes y muchos tuvimos una familia local que nos acogió. No había racismo en el pueblo pero sí en el puerto: los armadores intentaban engañarnos con los sueldos, las cotizaciones, los días libres…”. Hasta que fundaron una asociación, se sindicaron y organizaron huelgas. Thior, recién jubilado, cuenta que en el puerto algunos todavía le rehúyen la mirada. “Pero ellos lo saben: sin africanos, la flota vasca no habría salido adelante”.
Fue el primer africano, o eso decimos porque creemos que la globalización es un fenómeno reciente.
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