Sobre los trabajadores inmigrantes del puente de Baltimore

Originarios de México, Guatemala, El Salvador y Honduras, los trabajadores del Key Bridge estaban haciendo el trabajo que la mayoría de las personas que han nacido en Estados Unidos no quieren hacer.

They’re taking our jobs. They’re taking our money. They’re killing us. Las palabras pronunciadas en 2015 por Donald Trump, entonces aspirante a la candidatura republicana a la presidencia de Estados Unidos, para referirse a los inmigrantes mexicanos resonaron en el cerebro de muchos de nosotros tan pronto empezó a llegar la información tras la caída del puente Francis Scott Key de Baltimore, conocido como Key Bridge, la madrugada del 26 de marzo. Un barco carguero colisionó contra uno de los pilares en la base del puente, provocando el derrumbe de toda la estructura en cuestión de segundos. La buena noticia es que, por la hora en que ocurrió el accidente, el tráfico vehicular era mínimo y ningún usuario resultó muerto o lesionado por la caída de la estructura. La mala es que, cuando todos descansaban, los empleados que daban mantenimiento a la vialidad sobre el puente se encontraban trabajando: ocho de ellos cayeron al agua, de los cuales seis se han dado por muertos, aunque solo los cuerpos de dos han podido ser rescatados.

Si la pérdida de vidas es siempre dolorosa, la de estos trabajadores ha calado aún más justamente porque pertenecen al grupo de los que han sido constantemente atacados en el discurso político y mediático. Originarios de México, Guatemala, El Salvador y Honduras, los trabajadores del Key Bridge estaban haciendo el trabajo que la mayoría de las personas que han nacido en este país no quieren hacer.

Immigrants, we get the job done” (“los inmigrantes hacemos el trabajo”), dijo el jueves Tom Perez, director de la Oficina de Asuntos Intergubernamentales de la Casa Blanca y secretario de Trabajo durante la presidencia de Barack Obama, usando la conocida frase del musical Hamilton. “Eso es lo que hacían hace un par de noches las seis personas que fallecieron y las dos que sobrevivieron. Esto es Estados Unidos: inmigrantes reparando los baches de sus caminos”.

Sean inmigrantes, o hijos de inmigrantes, los hispanos son una parte fundamental de la industria de la construcción, mantenimiento y reparación en Estados Unidos: uno de cada tres trabajadores en este sector, el 31,5%, es hispano, según estimaciones de la Asociación Nacional de Constructores de Vivienda. Esta es una elevada sobrerrepresentación demográfica, considerando que los hispanos conforman solo el 19% del total de la población estadounidense —un porcentaje similar al que ocupan en la estadística promedio de todas las industrias, de acuerdo con cifras del censo de Estados Unidos—. No es complicado entender la razón de esta sobrerrepresentación: a diferencia de otras áreas en las que también se insertan los trabajadores hispanos, como el sector de servicios, el trabajo de mano de obra en el área de la construcción requiere de un gran esfuerzo físico durante horas, con frecuencia bajo los rayos del sol, el viento, la lluvia o la nieve. Muchos trabajadores recién llegados a Estados Unidos, habituados a trabajar con esta intensidad en sus países de origen, aceptan incorporarse al sector porque les ofrece un ingreso fijo y la posibilidad de iniciar una trayectoria laboral que en el mediano plazo los puede llevar a trabajar para empresas contratistas del gobierno. Esto, más su disposición para realizar un trabajo que difícilmente aceptan otros trabajadores locales, representa un win-win, un “todos ganan”, en esta industria.

Cinco días después del accidente, el Domingo de Pascua, se celebró una misa en español en la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, a ocho kilómetros del Río Patapsco, donde se derrumbó el Key Bridge. “Sí, podemos reconstruir un puente, pero tenemos que analizar la forma en que se trata a los trabajadores migrantes y cuál es la manera de mejorar su situación cuando llegan a Estados Unidos”, dijo en su sermón el reverendo Ako Walker, originario de Trinidad, recordando a los trabajadores que murieron.

En efecto, es posible reconstruir un puente con un costo estimado de 80.000 millones de dólares, cuya reconstrucción podría tomar hasta cinco años. Durante esos cinco años, cientos, tal vez miles de trabajadores provenientes de México, Guatemala, El Salvador, Honduras, cargarán materiales, harán perforaciones, manejarán maquinaria, seguirán las medidas de seguridad para cuidar unos de otros, y lo harán en el horario que no moleste a los ciudadanos, bajo la lluvia o la nieve que suelen azotar a Baltimore, mientras escuchan en la radio a los políticos que, en busca de un voto, los acusarán de ser criminales o de robar sus empleos. Yes, they took your jobs. And so they died.

Periodista mexicana especializada en migración, política y derechos humanos. Por casi dos décadas vivió en Estados Unidos, desde donde escribió para medios como The Washington Post, Vice, El Faro y Gatopardo. Es autora de varios libros, el más reciente El muro que ya existe. Las puertas cerradas de Estados Unidos (HarperCollins, 2019). Es directora de contenido del Congreso Internacional de Periodismo de Migraciones, que se celebra anualmente en España, y profesora del Máster de Periodismo Literario y del programa Study Abroad en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), ciudad en la que vive.

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