“Trump arrolla a un Biden confuso y torpe en su primer debate en la CNN”. La mañana siguiente al debate presidencial del 27 de junio en Estados Unidos, La Vanguardia se lanzó con todo con ese titular: uno que presentaba a Donald Trump victorioso y a Joe Biden como el anciano distraído y extraviado que los medios disfrutan tanto caricaturizar.
Es casi seguro que la mayoría de los lectores del diario no vieron el debate en vivo debido a la diferencia horaria, de manera que al despertar habrán leído la noticia y pensado: Trump seguramente estuvo estupendo, elegantemente sarcástico, explicando con argumentos, cifras y datos su programa de gobierno, arrollando a un Biden que no habrá sabido qué hacer.
Segundos más tarde, tras hacer clic en la página web, o incluso al ver el debate grabado, el lector se habrá dado cuenta de que no fue así: habrá visto que Biden se mostró confuso en un par de ocasiones, que debatió sin energía la mayor parte del tiempo, pero que Trump no solo no lo hizo bien, sino que hizo aquello que la gente más deplora en sus políticos y gobernantes: el expresidente mintió. Y mintió mucho, una y otra y otra y otra vez. Treinta veces en total, según el fact checking que hizo la cadena CNN, organizadora y anfitriona del debate.
Llevo más de ocho años observando la cobertura mediática de Trump, los mismos durante los cuales he reprochado una y otra vez a mis colegas en México, Estados Unidos y España, en especial a los editores, la fascinación enfermiza que tienen con él. El personaje, que existe desde mucho antes de que el empresario decidiera asomar la nariz a la política, provoca el mismo efecto que un accidente de tránsito en la autopista: sabes que aquello está mal, pero no puedes evitar bajar la velocidad al pasar a un lado para verlo. Y en el contexto actual no te basta con verlo: le tomas fotografías, lo compartes en redes, lo comentas durante la cena, te indignas en voz alta, pero qué barbaridad, cómo puede este tipo hacer estas cosas. El traje del rey desnudo de pronto ocupa un lugar en tu mente, en tu conversación, y si eres editor, en tu medio de comunicación.
A quienes estudiamos Periodismo, y a quienes se dedican a actividades vinculadas con la nuestra, se nos ha dicho hasta el cansancio que si una persona dice que llueve y otra que no, el trabajo del periodista no es repetir lo que dice cada uno, sino abrir la ventana y averiguar si llueve. Ocurre lo mismo con un político que miente. Si en un debate presidencial uno de los candidatos dice que bajo la ley Roe v. Wade, en Estados Unidos tú podías tener un “aborto” después de que el bebé había nacido, tu trabajo como periodista es decir que eso es mentira —y que, además, es absurdo—. Si dice que su oponente implementó medidas de aislamiento durante la pandemia, cuando en realidad él aún no era presidente, lo dices, y le recuerdas a tu audiencia que el presidente era el que acusa. Si dice que él nunca llamó a los veteranos “bobos y perdedores”, buscas el video donde aparece diciéndolo. Si dice que hay millones de personas, entre ellas asesinos, terroristas y enfermos mentales, entrando ilegalmente a Estados Unidos por la frontera sur, haces una búsqueda básica de Google, que seguramente no necesitas mucho más. Y si un presidente miente, tu trabajo como periodista es decir que miente —no que “arrolla”.
La mañana siguiente al debate presidencial, la mayoría de los diarios en Estados Unidos admitían que el debate no favoreció a Biden y explicaban que fueron las fallas y deficiencias en el desempeño del presidente las que hicieron que Trump luciera mejor; pero también hicieron una muy dura crítica a la cadena CNN y a los dos reporteros que moderaron el debate, porque entre la lluvia de mentiras, treinta, repetidas una y otra y otra vez, nunca hicieron nada por desmentirlas, o al menos denunciarlas, a pesar de tener a su fact checker en la habitación de al lado.
Es un hecho que la gran mayoría de los estadounidenses registrados para votar en la elección del próximo noviembre en Estados Unidos no son lectores de La Vanguardia, por lo cual un titular sensacionalista como el que cito al inicio de este artículo puede parecer inocuo. Lo mismo pensaban los editores de los principales diarios del mundo en 2015, cuando Trump anunció su candidatura bajando por aquella escalera dorada, llamando a los mexicanos narcotraficantes y criminales. Unos meses después, en el Congreso de Periodismo Digital de Huesca, en España, un alto estratega de The Washington Post compartió con los editores presentes su plan para crear una página dentro de la web del diario que replicaría la Trump Tower para presentar la biografía de Trump. Cuando se le preguntó si haría algo similar con la biografía de Hillary Clinton, respondió entre la broma y el enfado: “Ay, otra vez esa pregunta”.
Tres años después, en 2019, volví a Huesca, esta vez para participar en un panel sobre el periodismo y la extrema derecha; Vox acababa de ganar doce escaños en el Parlamento andaluz. En aquella ocasión, a la periodista brasileña María Carolina Trevisán y a mí se nos pidió que habláramos sobre nuestra experiencia cubriendo a Jair Bolsonaro y a Trump, respectivamente. Recuerdo que dijimos, más en serio que en broma: venimos del futuro; los medios en España pueden evitar repetir los errores que se cometieron en Estados Unidos y en Brasil.
Una mentira es una mentira; lo era entonces y lo sigue siendo ahora, no importa en qué lugar del mundo se diga, no importa en que redacción estés. Antes de que nos arrollen, estamos a tiempo de volver a llamarlas así.
Coda: Tras el catastrófico rol de Biden en el debate presidencial, cada vez son más sonoras las voces dentro del Partido Demócrata que piden un relevo de candidato. Por el momento parece poco probable que eso ocurra; pero si se diera, rompo una lanza por la gobernadora de Michigan, Gretchen Whitmer, quien tiene todo para ser la primera Madam President.