La nueva carretera segura que conduce al paso de Rafah —única entrada a la Franja de Gaza desde Egipto— discurre encajonada entre muros de hormigón. Hasta llegar a ella, cada puesto de control puede demorar la marcha hasta una hora. Sin excepciones. Desde la última población egipcia hasta la frontera se pierde el sentido de la orientación. Estamos en el norte del Sinaí, a orillas del Mediterráneo, pero no se ven el mar ni el desierto. Hay camiones en ruta y algunos aparcados en el arcén. Tanquetas y coches de policía. Estos últimos, escolta ineludible hasta que se avista el paso fronterizo. Prohibido grabarlos. A unos metros, Gaza. Es difícil llegar. Pero imposible salir.
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