Es una mañana melancólica. Las ciudades de frontera están siempre preñadas de memoria, y Portbou practica el extremismo de la nostalgia, que es la resaca de la memoria. La luz indiscutible de los días claros de invierno masajea la copa de los pinos. Entre olivos y chumberas hay un pasadizo excavado en la pendiente que conduce hacia el mar. La puerta me parece espectral, como si pudiera guiarme a otra dimensión. Es el memorial que construyó el artista israelí Dani Karavan en homenaje a Walter Benjamin. Al bajar las escaleras metálicas del túnel, las planchas de hierro oxidado que funcionan como paredes encapsulan el rumor de las olas. Me voy adormeciendo como si hubiera tomado morfina, hasta que el túnel, de dirección única, se abre al cielo y un cristal impide llegar al mar: está muy cerca, pero es imposible tocarlo.
Dirección única fue una de nuestras lecturas fetiche de Benjamin en la facultad. Tiene mérito que al menos nos leyéramos uno de sus libros, porque es el típico autor que es más citado que leído.
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