“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. El microcuento más famoso de la literatura latinoamericana, del autor guatemalteco Augusto Monterroso, describe a la perfección lo que muchos sentimos el miércoles 6 de noviembre, la mañana siguiente a la elección en Estados Unidos, al confirmar que Donald Trump volvía a ganar la presidencia con un amplio apoyo del voto popular y la mayoría de los estados teñidos de rojo en el mapa electoral.
De inmediato iniciaron los análisis que buscaban la explicación. ¿Cómo puede ser que este hombre de retórica misógina, racista, antiinmigrante, que deshumaniza y polariza a la sociedad, haya vuelto a convencer a millones de estadounidenses para votar por él? ¿Qué está mal con la gente de ese país para que haya permitido el regreso del dinosaurio? Acto seguido, tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo, inició ese blaming game que es el análisis de los resultados electorales: la culpa es de los latinos que no votan suficientemente como latinos, de las mujeres blancas, de los ricos, de los ignorantes, de los negros que no votan suficientemente como negros, de los jóvenes que se dejan convencer por la derecha, de la derecha. La culpa, como siempre, es de los que votan mal.
Es de llamar la atención lo mucho que se buscan las respuestas al comportamiento electoral sin apuntar a la responsabilidad que ha tenido en esto el Partido Demócrata.
Contenido solo para socios/as
Otra forma de ver el mundo es posible. Si te haces ahora socio/a, tendrás acceso ilimitado a la web, y recibirás cada año nuestra revista en papel con más de 250 páginas y un libro de la colección Voces.
Suscríbete ahora