Acabamos de publicar En el fondo la forma, un libro-conversación entre Ander Izagirre y Leila Guerriero que tiene como centro la escritura periodística. Es el número 7 de la colección Voces 5W, que editamos desde 2016. Si te suscribes a 5W, recibirás este libro de inmediato en casa. También puedes comprarlo por separado en nuestra tienda online o en librerías.
Este es un extracto del principio del libro: el momento en que, antes de que empiece la conversación, la reportera June Fernández presenta a alguien que conoce muy bien: Ander Izagirre.
Año 2006. La maestra-titana Lucía Martínez Odriozola dirige a su alumnado de Periodismo de la Universidad del País Vasco una mirada desafiante y burlona: “¿Alguien me puede decir qué es una depresión?”. Balbuceamos la respuesta obvia pese a que intuimos que hay trampa. Se refiere a las depresiones geográficas, los puntos más bajos de la Tierra. Nos manda leer Los sótanos del mundo, de Ander Izagirre, un joven periodista donostiarra. “Qué pereza”, me digo.
Me sacudo la vagancia y acompaño a Ander de depresión en depresión para conocer las realidades de quienes habitan los rincones olvidados del planeta. El único periodista narrativo al que hemos leído en la carrera es Ryszard Kapuscinski. Descubro la capacidad de la buena crónica de engancharte a temas que no te interesan demasiado.
Gracias a Lucía trabé amistad con ese chaval luminoso, entrañable, bondadoso, sensato, divertido y empático. Aprendí con él que no hay que viajar lejos para encontrar buenas historias y que dan mejor resultado las entrevistas caminadas en el hábitat de la persona entrevistada que sentarla frente a la grabadora.
Envidio de Ander que no tiende a la pereza. Es puro nervio y, al mismo tiempo, le satura el ritmo trepidante de la sociedad contemporánea. Defiende el tempo lento de esas vueltas ciclistas que acompañan las siestas estivales: “Me gusta que el ciclismo sea un deporte en el que no pasa nada durante horas. Y me encanta que televisen esa nada, en la que siempre hay algo, para quien sepa verlo”, escribió en su blog.
Izagirre publicó Plomo en los bolsillos, su éxito de ventas sobre el Tour de Francia, el mismo año que Los sótanos del mundo, en 2005. En Cómo ganar el Giro bebiendo sangre de buey (2021) vuelve a recurrir al ciclismo como muestrario de la condición humana, lleno de épica y solidaridad, pero también de trampas y traiciones.
Sin embargo, sus trabajos periodísticos más galardonados se centran en los derechos humanos: el reportaje “Así se fabrican guerrilleros muertos”, sobre los crímenes militares en Colombia, y Potosí, un libro tan intrincado que se le atascó, porque temía que fuera una tesis doctoral más soporífera que ver ciclismo en la tele. Pero Ander está acostumbrado desde chaval a pedalear cuesta arriba y con el viento en contra. Acompañado por los tochacos de Martín Caparrós, le dio a Potosí la altura que le ha valido el Premio Euskadi de Literatura, el Kapuscinski y traducciones a cinco idiomas.
“Como periodista, quiero entender”, dice Leila Guerriero. Izagirre confiesa en Cansasuelos que, cuando se propone viajar sin trabajar, no incorpora las experiencias de la misma manera: “No sé si es obsesión por registrar la vida —como si se pudiera— o si escribir es una manera de entender un poco”.
Y para escribir necesita moverse. A Ander le cansa más estar frente al ordenador que seguir por el Karakórum a alpinistas y porteadores. No conoce la pereza física ni la intelectual. Me cuenta que está leyendo Orlando, de Virginia Woolf, le confieso que se me atragantó y me regaña: “No es un libro fácil, yo lo he leído dando riñonazos para avanzar, pero sus juegos literarios te vuelan la cabeza. ¡Hay que esforzarse!”.
Ander, como buen ciclista, saborea el esfuerzo, el sudor, el cansancio rico. Es constante, autoexigente, meticuloso y empollón. Entrena su mirada para que los prejuicios o la arrogancia no empañen sus gafas. En el programa de radio Carne Cruda explica la clave: “Darte cuenta de que eres un ignorante, ir sin pretensiones, buscar a la gente que sabe”.
Izagirre también entrena su escritura, lee muchísimo, subraya, corrige erratas y anota en los márgenes. Se recrea en su sentido del humor gamberro, forjado con el periodista Jacinto Antón, los cómicos Faemino y Cansado, la película Amanece que no es poco o la novela La conjura de los necios. Desprecia y parodia los clichés del periodismo de viajes. Relee obsesivamente sus textos, los pule para que la narración brille, experimenta con el ritmo y la sonoridad. Dibuja montañas que escupen hombres azules, estadios de fútbol que huelen a selva y osos pardos que se despiertan de la siesta cachondos perdidos.
Sus libros, reportajes y columnas discurren entre tres sendas que se tocan: viajes, deporte y memoria histórica. Explica que en el fondo de esos aparentes bandazos están la fascinación por las buenas historias y la curiosidad por las vidas humanas. Izagirre cuida las historias porque “sin nadie que las cuente, se van disolviendo poco a poco”, escribe en Pirenaica. Y cuida a las personas después de haberlas convertido en personajes. Como a Alicia, la adolescente minera que protagoniza Potosí, o Luis Ortiz Alfau, el miliciano republicano sobreviviente de la guerra civil española que murió en 2019 con 102 años, un año después de que Izagirre publicase su biografía.
Potosí es el resultado de una de las grandes lecciones del periodismo internacional: la importancia de volver. La semilla del libro fue un reportaje sobre niñas y niños mineros que publicó en 2010. Cada vez que regresó a Bolivia, profundizó en nuevas capas y galerías para contar todo lo que encierra el Cerro Rico. Convivir con la protagonista le permitió escribir uno de los pasajes más divertidos del libro, una bocanada de oxígeno: cuando va con Alicia al cine a ver Princesa por accidente.
“Mi abuelo Carlos era comunista, mi abuelo Joxemari era del Opus Dei y yo casi no soy ni de la Real Sociedad”. Así empieza Mi abuela y diez más. Izagirre estudió en la Universidad de Navarra e hizo prácticas en Egunkaria. Tal vez por todo eso tiene alergia al sectarismo y publica en medios de líneas editoriales muy dispares. Su independencia ideológica no es equidistante; siempre se moja a favor de los derechos humanos.
A Izagirre le atraen los universos masculinos, pero ha aprendido a hacer un esfuerzo consciente por que las mujeres no queden fuera de foco. En Potosí, Alicia habla de la lideresa Domitila Barrios; en Pirenaica destacan las condesas de la Cataluña medieval; en el del Giro, la octogenaria ciclista italiana Florinda Parenti, a la que intenta convencer de que complete en el velódromo de Anoeta la carrera que no le dejaron ganar, porque le negaron el pase al campeonato del mundo de 1965 en Donostia.
Podría contar quién es Ander a través de otros detalles personales, como que nos envía postales en cada viaje; que anota en un cuadernito los préstamos de su voluptuosa biblioteca; que siempre contesta con un chascarrillo ingenioso; que es tan austero que una lata de sardinas le parece un manjar y no enciende la calefacción en invierno. ¿Qué son 16 grados cuando has frecuentado glaciares y ochomiles?
Podría hablar también de su universo afectivo: Josema, el amigo con el que viaja en bici desde la adolescencia; Josu, el guía que le ha dado tantas excusas periodísticas; sus abuelas Pepi y Maritxu; Emilio, el editor que le montó una vuelta ciclista Donostia-Madrid y encargó un maillot para promocionar Plomo en los bolsillos; Sara, la novia que conoció en el Camino de Santiago y con la que se pateó los Apeninos…
Pero casi todo eso ya emerge en la prosa cristalina de Ander… para quien sepa verlo.