Defendía Martín Caparrós, en la presentación de Revista 5W en Madrid, que hay que escribir contra el lector. En realidad, no contra el lector, contra uno en concreto o su idea en abstracto, sino contra el público. Contra los clics, la medición. Contra la supuesta demanda.
Una revista que depende de sus socios, de sus lectores, de sus benefactores, de los que están dispuestos a comprar un ejemplar el papel al año para sustentar meses de trabajo por todo el mundo, está claro que no puede ir siempre contra sus lectores, pero es necesario que al menos lo intente con regularidad.
El desafío hace 18 meses era descubrir si había una masa crítica suficiente para una revista de periodismo internacional. La respuesta provisional es que sí, que hay un número suficiente de lectores dispuestos a invertir en ello. En los próximos meses sabremos si hay ánimo para mantenerla y calidad suficiente para conservar un número suficiente de socios. Si alguien es lo suficientemente prepotente para intentar escribir contra el público, debe ser lo suficientemente bueno para sobrevivir. Y eso no está ni mucho menos probado.
Escribir contra es bastante sencillo al principio. Los enfants terribles, los contrarians siempre han tenido su público. Los malditos han tenido generaciones enteras y décadas o siglos después siguen siendo adorados. Hasta cierto punto.
Con Europa ocurre algo similar a lo descrito hasta ahora, pero a escala. Los socios y lectores de Revista 5W siguen la actualidad internacional, pero la mayoría lo que esperaba —lo que espera—de un proyecto de estas características son historias como las del primer número en papel. De guerra y paz. De África. De refugiados e inmigrantes. De víctimas ignoradas y silenciadas.
Sentimos atracción —lectores y periodistas—por ese producto exótico y distante que asociamos mentalmente a la información internacional y al reportaje.
Cuando hemos preguntado a nuestros socios y nuestros lectores lo han dejado claro: nos han pedido ir al lago Chad o a Afganistán, no a Alemania, Noruega, Albania o Portugal. Una minoría ha pedido más atención a Europa, pero la mayoría ha reclamado historias de África, Oriente Medio o Asia. No esperan, en general, reportajes de Europa o de la Unión Europea. De economía o de política. De leyes, reuniones, Consejos de Ministros, cumbres o de la lucha de poder en Bruselas entre estados miembros e instituciones.
Sentimos atracción —lectores y periodistas—por ese producto exótico y distante que asociamos mentalmente a la información internacional y al reportaje. Es normal, y en buena medida el resultado de años o décadas de cierto tipo de productos, de la reproducción de una idea en las facultades y las tertulias.
Para bien o para mal, esas historias sobre Europa, ese conocimiento de una realidad extraordinariamente compleja e importante para nuestro día a día, son ahora más necesarias que nunca. No son sexis, no son llamativas. No apelan a los sentimientos más potentes, no hacen llorar y rara vez generan indignación, rabia o felicidad.
Exigen esfuerzo porque nos afectan muy de cerca. Requieren conocer nombres, cargos, instituciones, presupuestos y mecanismos de participación, elección e interacción. No van al corazón, pero sí a todo lo demás.
Solo en ocasiones la información europea llega acompañada por un torrente emocional. Y, cuando eso pasa, no disponemos de los instrumentos para entender lo que está pasando, en instituciones en teoría tan cercanas a nosotros.
El pasado julio, los británicos votaron a favor de salir de la UE. Un proyecto de seis décadas se fracturó en una noche que muy pocos en el continente y menos todavía en Bruselas realmente esperaban. La crisis de refugiados que empezó hace casi dos años ha dividido el continente, ha puesto al borde de la desaparición Schengen, el espacio de libre circulación, y le puede costar la cancillería a Angela Merkel.
El auge de movimientos euroescépticos o directamente eurófobos, cuando no abiertamente xenófobos, es notable en las islas, pero también en Francia, Alemania, Dinamarca, Suecia o Polonia. La retórica antimusulmana ha sido constante entre los integrantes del Grupo de Visegrado y sus campañas electorales.
Esa abstracta idea de una Europa cada vez más unida e integrada ha quedado atrás. El sueño federalista de las primeras generaciones erasmus peligra de verdad, con un impacto del que apenas somos conscientes. Para España, Europa siempre ha sido la solución a sus problemas nacionales. Ahora, para cada vez más Gobiernos y partidos, Europa no solo ha dejado de ser la solución, sino que empieza a ser un problema.
Identificarse con ella, con ciertos valores, procedimientos, con la cesión de soberanía y la búsqueda de soluciones globales a problemas cada vez más grandes, cuesta caro. Ya sea si se asocia a gobernanza económica, políticas de inmigración o la eliminación (parcial) del roaming.
En su primer año, la cobertura de temas europeos no ha estado a la altura del resto en Revista 5W. La responsabilidad es del que firma estas líneas, cuyo compromiso quedó enterrado bajo cumbres de madrugada y briefings perpetuos.
La segunda temporada no será igual. El reto es mayúsculo: explicar la fragmentación de la Unión, el auge de nacionalismos y populismos, el giro aislacionista, los acuerdos con una Turquía cada vez más autoritaria e imprevisible. 5W estará ahí. En Bruselas, Ankara o Francia. Con profundidad y más análisis, mostrando las costuras y desmenuzando las placas que explican los movimientos.
Aplicando al periodismo, en cierto modo, y con modestia, la idea de la longue durée, de la larga duración que introdujo la escuela de Annales en la historiografía. Intentando ir más allá de la histoire événementielle, del día a día que los medios cubren mucho más y mucho mejor de lo que nosotros jamás podríamos hacer.
Los medios, todos ellos, se preguntan cómo vivir y sobrevivir. Cómo pagar e ingresar. Están, estamos, en un bucle, en un círculo vicioso en el que el lector exige calidad antes de desembolsar y los proveedores necesitamos recursos para poder llegar a los lugares en los que hay que estar.
El periodismo es carísimo. Cubrir una cumbre en Bruselas o en cualquiera de las capitales europeas cuesta un dineral. Tener un corresponsal cuesta una pequeña fortuna, pero es absolutamente indispensable para entender antes de explicar. Los socios de 5W han roto ese círculo apostando por adelantando. Europa se mueve. Muy despacio y en direcciones a menudo opuestas. Si logramos mostrar los vectores, identificar las fuerzas y que nuestros lectores comprendan las consecuencias de cada temblor, habremos logrado nuestro propósito. En los primeros doce meses no lo he(mos) intentado con la suficiente fuerza. En los próximos doce estaremos a la altura.