Maruja Torres y Mónica G. Prieto reflexionan sobre el machismo desde todas sus dimensiones: en la calle, en la redacción, en los medios… Publicamos un fragmento del libro ‘Contarlo para no olvidar’, un diálogo entre las periodistas Maruja Torres y Mónica G: Prieto.
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Maruja Torres, en palabras de Prieto, es “el ejemplo de mujer transgresora, profesional libre y sin complejos, alejada de todo convencionalismo en un mundo dominado por los hombres”. Para Torres, Mónica G. Prieto tiene “la esencia de la reportera” que ella misma querría haber sido: una periodista especializada en los conflictos internacionales y que ha observado cómo se desarrolla la Historia ante sus ojos.
T.: Somos lo que somos. Soy mujer, hija de inmigrantes, nacida en el Barrio Chino, sin estudios, con muchas lecturas y con mucha suerte. Escribo como producto de lo que soy. Esto es lo que compone el magma de lo que soy; en momentos determinados hay una cosa que domina más que la otra. Ante la injusticia contra la mujer, sale la mujer. Incluso en el reporterismo, en el detallismo, somos mujeres. Pero no porque lo decidamos. Porque somos. Y queremos ser.
P.: Porque tenemos la visión de la mujer y es distinta.
T.: Porque somos, porque nos hemos acostumbrado a ver la vida desde la situación del que lleva el collar, porque salvo excepciones no estamos enfermas de agenda, ni de poder. El otro día leí que Jane Fonda contaba haber sido violada y sufrido abusos de pequeña. Decía una frase que me parece magistral: “Tardé mucho en hacerme feminista porque había crecido con una enfermedad, la de complacer”. Es una frase perfecta que explica qué es lo que hemos tenido que superar las mujeres que pretendemos ser libres, algo que los hombres ni se plantean, que nunca tendrán que enfrentar. ¡Crecer sabiendo que tienes que gustar, que complacer! Al hombre, a la sociedad. Cuando luchas contra eso y, en cierto modo, consigues vencerlo, nunca te abandona la conciencia de género. Nunca he pensado que alguien, por entrevistar a un primer ministro, sea mejor que yo que estoy con la mujer de los lavabos. Y eso quizá sea femenino: debido a mi condición femenina, me ha acostumbrado más a cierta actitud de humildad. Mirar a las víctimas es muy femenino, aunque también hay hombres que lo hacen. Preocuparse por la letra pequeña; demasiada gente se ocupa de las mayúsculas.
P.: Me llamó la atención una reflexión que hizo una periodista del diario libanés An Nahar: “Los hombres hacen la guerra. Las mujeres damos vida a quienes hacen la guerra, a quienes nos matan, a quienes nos violan. Nosotras sufrimos las consecuencias, al tiempo que preservamos la vida”.
T.: Y muchas veces educamos.
P.: Es raro que recurramos a la violencia.
T.: Cuando malmetemos es para sobrevivir en el patriarcado. No me sirve el ejemplo de Golda Meir o Margaret Thatcher: son mujeres hechas a la medida de los hombres, que los imitan. Toda la cultura masculina ha conducido al poder, al avasallamiento y a la crueldad. Toda la nuestra, a la humillación y a la resistencia. Pero hemos desarrollado también un tipo de maldad, que es el retorcimiento: usar el poder a través del hombre, y ser malas con las otras mujeres. En la sociedad árabe se nota mucho, como se notaba, y mucho, en la sociedad cristiana española en la que crecí. Las mujeres de mi familia eran Bernardas Alba. Estaban oprimidas; pero cuando son madres, las mujeres tienen el poder de la casa sobre las hijas, sobre las nueras, incluso sobre los hijos, para decidir sobre algunas cuestiones, como escogerles pareja. Eso perpetúa el horror, perpetúa el patriarcado. Y esa cosa que tanto contribuye a la violencia de género: “Ella no te merece, hijo mío, solo tu madre te entiende”. Hay muchas madres que no preparan a sus hijos para el fracaso. Espero que cada vez haya menos.
P.: Creo que, durante las últimas décadas, nos hemos equivocado educando solo a las mujeres en la igualdad. La sociedad occidental inculca a las mujeres que son iguales a los hombres, pero no educa a los varones para que nos consideren iguales —y, llegado el caso, incluso superiores, sin merma de su honor, de su integridad ni de su capacidad— y nos muestren el mismo respeto que se tienen entre ellos. Hay individuos mejores e individuos peores, independientemente de su sexo. Pero si no educamos a los niños para que respeten, para que toleren, para que no agredan a ningún otro ser humano, sea cual sea su sexo, tendremos que dejarnos de teorías y comenzar a enseñar a todas las mujeres artes marciales como en las antiguas sociedades guerreras. Sospecho que no vale el sentido común, la empatía ni el diálogo, sino la fuerza bruta. Esto es la ley de la jungla.
T.: En Esparta las mujeres tenían más poder que el resto de las griegas.
P.: Sin embargo, en el mundo árabe se ha perdido bastante poder respecto a las décadas de 1960 y 1970, cuando la sociedad era más laica. He conocido a mujeres contradictorias, como la caricaturista de Gaza Omaya Joha, viuda dos veces: sus maridos se hicieron estallar en un puesto de control israelí. Tenía esa contradicción de criar a sus hijas en igualdad y al mismo tiempo considerar que el hombre musulmán debe controlarlo todo y tener el poder sobre las mujeres.
T.: Nunca se sabe si hablan en serio o si es una táctica de supervivencia.
P.: Pero sí que es cierto que a nosotras se nos percibe en el mundo árabe como un tercer género. No somos hombres, no somos mujeres, somos profesionales. En la mayoría de los casos se nos trata como observadores, sin señalarnos por nuestro sexo.
T.: Para todo esto, creo que el camino es el de la actriz Darina al Joundi. Cuando alguien me habla de feminismo islámico, pienso en Darina, que pudo someterse, pero luchó por su libertad como mujer y fue ingresada en un psiquiátrico por la mayoría de su familia. Al final venció… pero vive en París.
P.: Pero creo que hay mucho más machismo en la redacción que en el mundo árabe.
T.: ¡No me lo tienes que contar! Yo pedía un reportaje en zona de conflicto en Cambio 16 y se lo daban a Alfonso Rojo, porque sí, porque de los dos se suponía que le tocaba a él en primer lugar.
P.: Tras la invasión de Irak en 2003, Javier Espinosa venía de Kuwait, Alfonso Rojo de Kurdistán y yo de Bagdad. Alfonso y yo regresamos al mismo tiempo a la redacción de El Mundo. Habían matado al compañero Julio Anguita [empotrado con los norteamericanos]. El comentario de un director adjunto fue: “Alfonso, qué pedazo de trabajo, enhorabuena, siempre tan valiente”. Cuando se giró hacia mí, me dijo: “Hombre, Mónica, qué morena estás, parece que has estado de vacaciones”. Y yo pensé con ironía: “Será el calor de las bombas…”. ¿Cómo que qué morena estás? ¡Tres meses en Bagdad, peleando con el régimen, cubriendo toda la invasión y la caída de Sadam! Regresé a Irak muchas veces, en los peores momentos de la invasión y de la guerra civil: solo Javier y yo volvíamos a ese Irak a donde nadie quería ir por los secuestros. Siempre recibía ese tipo de comentarios por parte de algunos individuos de la redacción.
T.: Pues claro que somos mujeres y feministas. Porque lo sufrimos. ¿Qué es esto? Una característica del periodismo de las mujeres es que tienen que trabajar mucho más para que se les note algo.
P.: Da lo mismo lo que trabajes, que siempre serás la carita mona.
T.: Bueno, en mi caso era más difícil ser la carita mona, pero me ninguneaban de otra forma. Porque eres una puñetera, porque siempre te estás quejando, porque tienes mal carácter, debes de estar en esos días… Fíjate: si hay una jefa tonta, será una jefa tonta y todo el mundo se escandalizará. Jefes tontos, en cambio, los hemos tenido hasta en el cielo del paladar, y nadie se queja.
P.: Si tienes la misma iniciativa, la misma actitud ante la vida que un hombre, eres problemática, tienes mala hostia, eres una engreída y presumes. Él, en cambio, si muestra esa actitud es porque tiene iniciativa y va a llegar muy lejos. A nosotras se nos acusa de prepotencia y de arrogancia. Y no quiero que se me juzgue por mi carácter sino por el producto que hago. Yo estoy haciendo mi trabajo, sin más.
‘Contarlo para no olvidar’ es el segundo número de la colección editorial de diálogos ‘Voces 5W’. Puedes comprarlo aquí o hacerte socio/a para recibir en casa los nuevos números y conseguir los anteriores a precios especiales. El libro está ilustrado por C. Fosch.
Contarlo para no olvidar, de Mónica G. Prieto y Maruja Torres
Un diálogo sobre periodismo, el mundo árabe y feminismo
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