Líbano es un país envuelto en la nostalgia. Un símbolo del orientalismo y casi del exotismo. Se la llamó la perla de Oriente Medio: películas y libros contribuyeron a construir una imagen glamurosa de su capital, Beirut, donde era posible sentir a la vez el mundo árabe y el occidental, las tradiciones y la noche, la religión y el laicismo.
¿Ha llegado la hora de revisar o al menos actualizar esos estereotipos? El fotoperiodista Diego Ibarra Sánchez (Zaragoza, 1982) cree que sí. Ibarra dejó en 2014 Pakistán, donde colaboraba con varios medios —entre ellos The New York Times— y se instaló en Líbano, país donde ha vivido desde entonces y en el que incluso ha formado una familia. Ha sido testigo de una revolución frustrada, de la explosión del puerto de Beirut y de una de las peores crisis financieras de la historia reciente. Y ha decidido reunir esa experiencia en un libro: The Phoenician Collapse.
El crowdfunding para publicar la obra ya está en marcha. Aquí se puede contribuir a la campaña y hacer una compra anticipada del libro, que explora las fronteras del arte y el fotoperiodismo con el característico estilo de Ibarra: una búsqueda de la luz cuando todo se derrumba. A Ibarra le interesan la extrañeza del caos y las escenas oníricas que conquistan los momentos decisivos. Líbano es un lugar idóneo para ello.
“El libro es una especie de memoria visual de cómo se resquebraja el tejido social libanés, con 18 sectas reconocidas que han convivido desde el final de la guerra civil. Cada una busca su lugar en este descenso al caos”, dice el fotoperiodista.
En la obra hay un diálogo del Líbano actual y decadente con su pasado romántico, que desapareció para siempre, si es que alguna vez existió. Pero Ibarra no cuenta la historia del país en imágenes: la cuenta como si fuera una persona, un amigo, una amiga. Con delicadeza pero también con el rigor de la verdad. Este es un libro que se fija en la fuerza y en la historia de este país mediterráneo, pero sobre todo habla de cómo acabó cayendo en la decadencia.
“No soy un paracaidista, ya llevo varios años aquí, y quería hacer este libro, quería hacer algo personal, porque me he dado cuenta de que de alguna forma pertenezco a este país”, dice Ibarra. “He vivido ese descenso al caos, la inestabilidad, la falta de luz… No es una burbuja de la que no forme parte. Pertenezco a ella. La vida es personal y la fotografía es personal, y creía que ahora era el momento de contar esa caída a los abismos”.
Estas son algunas de las fotografías que aparecen en el libro, comentadas en primera persona por el autor. En The Phoenician Collapse encontraréis muchas más historias y fotografías. Y con su compra daréis apoyo a un fotoperiodista extraordinario.
Este es el primer día de la llamada Revolución del Cedro. Empezó por la noche: la gente salió a las calles después de que el Gobierno anunciara un impuesto a las llamadas por WhatsApp. Solo fue eso, un desencadenante: la situación política y económica ya estaba en el alambre y reinaba un descontento generalizado. El efecto dominó fue inmediato. De la noche a la mañana había carreteras cortadas, personas ocupando edificios, otras que salieron a la calle con música y bailes… Parecía que la gente había despertado de aquel coma inducido después de la guerra civil (1975-1990).
La fotografía está tomada al amanecer. Tenía un encargo para ir al valle de la Beká. Estaba esperando para coger un taxi con mi hijo y dejarlo en la escuela. Me di cuenta de que todo estaba cerrado. La gente decía que estaba todo cortado y que había empezado la revolución. Dejé a mi hijo en casa y cogí un taxi. Llegué a una de las salidas hacia la ciudad de Trípoli. La imagen era espectacular. La ciudad estaba además conquistada por el olor de la quema de neumáticos. Era en realidad un ambiente festivo, había muchas familias… pero en algunos sitios, como en este, también había barricadas.
Este es mi hijo Hugo. La fotografía muestra el inicio del confinamiento en Líbano, el miedo a salir a la calle. Cerraron todos los colegios, había esa sensación de no saber qué hacer, aunque es cierto que, mientras que en Europa el confinamiento era total, en Líbano el virus parecía no existir cuando salías de la capital. En la azotea del edificio donde vivimos habilité un espacio para que mi hijo pudiera jugar durante aquellos meses. Es también un momento simbólico, onírico, que muestra esas infancias atrapadas en el momento de la incertidumbre de la pandemia. La mascarilla que lleva es con la que su padre trabaja para cubrir manifestaciones en Líbano, porque a menudo hay cargas policiales y gases lacrimógenos.
Hugo nació en Líbano, así que este es un país que nos marcará para siempre. Cuando nació, se me juntaron varias cosas. Te planteas que vas a ser padre en un país en el que trabajas como freelance. Sacar un hijo adelante cuando no tienes nada asegurado y vives al día fue todo un reto. En aquel momento tenía más dudas que certezas. Pero con el tiempo cada pieza del rompecabezas empezaría a encajar.
Esta fotografía busca capturar las consecuencias de la explosión del 4 de agosto en el puerto de Beirut, que acabó con la vida de más de 200 personas. La imagen está tomada en el Palacio Sursock, construido en 1860 y símbolo de una familia libanesa adinerada. Fue mi forma alegórica de mostrar que la explosión afectó a todo el mundo. Se llegó a pensar que la explosión solo afectó a los barrios más pobres, pero en realidad tuve consecuencias para toda la sociedad.
Aquí juego con la idea de Líbano como la perla de Oriente Medio, como esa idealización de los Alpes suizos del mundo árabe que se derrumba en una especie de ocaso de los Dioses. Me sumerjo en este descenso donde introduzco elementos visuales del pasado que se entremezclan con el ocaso del presente y un oscuro futuro. Esa es mi mirada a Líbano. Lo que he sentido y experimentado. Con el paso de los años, la gente ha dejado de tener esperanza. El país está completamente hundido y, aunque aún hay algo de aquella burbuja, el glamur ha muerto. La gente que antes ganaba 1.000 dólares ahora gana 80. La única forma que tiene el país de sobrevivir es la diáspora.
Esta fotografía va en la línea de lo que comentaba antes. La tomé en una discoteca de Beirut. Líbano siempre ha estado ligado al culto a la belleza y a la fe en la apariencia. Esta imagen simboliza esa fe en la imagen e idiosincrasia propias, que tiene su epítome en Adonis, el bello dios fenicio cuyo culto se expandió hasta Alejandría y Grecia. Una imagen con distintas lecturas que evocan el glamur perdido, donde el uso del color refuerza ese sentimiento. Para entender el presente hay que evocar el pasado.
Nardoos Andryas, de 25 años, es de Etiopía. Esta es su casa, en un barrio obrero de Beirut, que comparte con otras tres etíopes. En el libro también intento hablar de eso que llaman “el otro”. El extranjero, la extranjera. Esa persona que a menudo hace los trabajos que nadie quiere hacer. Los olvidados de Siria, Palestina… y también las trabajadoras domésticas. Nardoos vino para ganar dinero, empezó a trabajar en el servicio doméstico de un hogar, fue maltratada y huyó de su empleador. Muchas trabajadoras domésticas pierden su pasaporte, viven en condiciones infrahumanas y vejatorias… Es una realidad que hay que mostrar. Un recordatorio de esa forma de esclavitud en el siglo XXI: millones de mujeres y hombres explotados fuera de su país.
Esta fotografía es un cuadro. Tiene tantas lecturas que invita a la reflexión y a mirarla de manera pausada. Hezbolá, creado por Irán, es el Partido de Dios, y es una parte fundamental del mosaico libanés. Es un grupo considerado terrorista por Estados Unidos pero que en Líbano desempeña un papel social muy importante. Son vistos por muchos como los salvadores, como la resistencia, como los únicos capaces de defender el país, por ejemplo, de las acometidas de Israel. Hezbolá juega también en el tablero estratégico regional, con la guerra fría entre Arabia Saudí e Irán de por medio.
La imagen sobre todo muestra el culto al líder, en este caso a Hasan Nasralá. Parece sacado de un libro de Orwell o Huxley. Esto no solo pasa con los chiíes, sino con todas las comunidades. Hay una obediencia ciega a las estructuras de partido, al líder que hace que todos le sigan. En Líbano hay 18 sectas religiosas reconocidas, y todas ellas tienen representación en el Gobierno. Es un modelo que viene de la guerra civil y que no ha hecho que se superen los problemas. Hay grupos armados detrás de cada comunidad, y la tensión sigue presente.
Un libanés durmiendo en el coche, haciendo cola para conseguir gasolina en Beirut. En el libro intento despertar preguntas y crear interrogantes para radiografiar el descenso a las tinieblas de Líbano. El colapso económico del país ha llevado aparejada una crisis energética. y con ella la oscuridad. Largas noches a oscuras, comercios cerrados, y el día a día paralizado ante el desplome económico de la moneda disparando los precios y bloqueando la distribución de la gasolina. Durante meses el racionamiento de gasolina pintó un cuadro costumbrista de kilométricas caravanas de vehículos que pasaban la noche a la intemperie para poder llenar medio tanque de gasolina.
Esta imagen que saqué es parte de esa mirada profunda al colapso de Líbano, una mirada pausada para humanizar y poner rostro a un colapso creado por los intereses de las mafias y de algunas élites, aceptado con resignación por el pueblo libanés.
Conocí a Talal, un panadero que hace un pan especial, el ka’ak, en un pequeño horno que regenta desde hace más de una década. Como tantos, se ha tenido que adaptar a la falta de suministro eléctrico para intentar no parar por completo la producción. Muchos libaneses no tenían electricidad cuando tenían que trabajar, y Talal me invitó para ver cómo hacía el pan a las tres de la mañana. No había luz. La siguen cortando toda la noche, hasta las seis de la mañana. En verano fue duro porque este es un país mediterráneo donde el clima es húmedo, y pasamos largas noches sin ni siquiera poder poner un ventilador. Tampoco podías cargar un teléfono móvil. El colapso mina, agota. A todos los niveles. Da igual si eres extranjero: sufres el deterioro igual y ves cómo la crisis se va comiendo el alma de los ciudadanos.
Esta es una reflexión sobre la tormenta que parece que viene. Es un libanés perdido en sus pensamientos acerca del colapso que está viviendo el país. En este caso, sobre uno que reconoce todo el mundo: se acaba de imponer el confinamiento a causa de la pandemia, y este vecino está ahí, solo, en la terraza de su casa. Aunque pertenezca a un momento muy concreto, yo la considero una foto atemporal y que invita a pensar.
Porque hay otro colapso más hondo.