“¿Cuál es la gran diferencia entre una foto y una imagen? La tesis. Si no hay tesis, no hay fotografía”. Esta es la tesis de Juan Carlos Tomasi (Madrid, 1959), autor junto a Anna Surinyach del número 6 de la colección Voces 5W, El compromiso de la fotografía.
El compromiso de la fotografía, de Anna Surinyach y Juan Carlos Tomasi
Un diálogo sobre el oficio de la fotografía
ComprarEn el libro podéis encontrar sus reflexiones, y aquí sus fotografías. A través de diez fotos comentadas por él mismo, repasamos su trayectoria profesional. Una vida marcada por más de dos décadas trabajando para Médicos Sin Fronteras y fotografiando crisis nutricionales, desastres naturales, guerras —y también esperanza. Una vida sin fronteras en la que se ha acercado a los temas más difíciles con delicadeza y sensibilidad.
Fui a una emergencia nutricional en una zona de Etiopía donde la desnutrición es ya endémica tras años de desastres naturales. La sequía y las plagas de langostas habían vuelto a dejar baldíos todos los terrenos de la región. No llovía y, si lo hacía, quedaba todo anegado por el incesante agua. Un mar de madres se arremolinaba en las puertas de un centro nutricional.
Una silueta apareció de repente. Alguien salía del centro. Le había visto con anterioridad sentado en el suelo. El padre llevaba a su hijo en brazos. En una crisis nutricional es muy difícil ver a un padre que busque atención médica para su hijo. Casi siempre son las madres. Este hombre se llamaba Abebaye y lo conocí en la región etíope de Oromía. Me cautivó su fuerza, su presencia, su sencillez. Su mujer se había quedado en casa porque estaba enferma. Su hijo padecía malaria y desnutrición. Era octubre de 2008.
Esta es la fotografía que la editora gráfica de 5W, Anna Surinyach, eligió cuando empezó la revista en 2015, y que sirvió para hacer una declaración de intenciones. Ahora os puedo contar la historia que hay detrás. A comienzos de 2004, la tragedia en la región sudanesa de Darfur se agravaba a pasos agigantados. Médicos Sin Fronteras envió a un equipo a esta calurosa parte del Sahel. Después de compartir mesa y té en el mercado de Al Fasher durante algún tiempo, me hice colega de uno de los responsables de la policía de tráfico de la ciudad. Nos entendíamos en un italiano horrible. En su vida de civil, era un astuto comerciante de animales. Con una tormenta de arena envolviéndonos, lo acompañé al mercado de camellos. Y obtuve esta imagen.
Llegamos a un lugar perdido después de varias horas recorriendo el desierto de la región etiope de Afar, que colinda con Eritrea y Yibuti. Unos años atrás se habían construido pueblos en zonas remotas, que se agrupaban en torno a un centro de salud, una escuela y un surtidor de agua. Era una reagrupación de comunidades para tenerlas bajo control del Estado. Al traspasar la verja del pequeño centro de salud, me encontré con una abuela y su nieto. Ella hablaba un dialecto del afarí que nuestro traductor no entendía muy bien. Lo poco que pudimos dilucidar es que venía de una aldea perdida a una mañana de allí caminando —esa es la medida del tiempo en Afar— y que el niño estaba enfermo. No tenía fiebre, pero su aspecto ya denotaba que sufría desnutrición. Se quedó ingresado en el centro. Afar, Etiopía, 2013.
No suelo fotografiar personas sin vida, pero esta vez lo hice por indignación. Tomé la foto en el hospital de Madaoua, en Níger, en 2012. Cada día morían cuatro o cinco niños: este era uno de ellos. Se llamaba Mohamed. Intento no ser explícito en estos casos, porque no es necesario. Se ven los pies desnudos y poco más.
En el Sahel, cada mes de junio, millones de personas entran en la soudure, el llamado periodo de escasez. Al año siguiente ocurre lo mismo. Se repite la misma historia. Son los meses en los que el grano de la cosecha anterior se ha terminado y se espera a que algo brote del suelo. Cuando saqué esta fotografía, estaba cayendo el día. En el exterior del centro de nutrición ya no quedaba ningún niño. Durante toda la jornada, la actividad había sido frenética. Cientos de niños pasaban por aquí. Según su estado, volvían a casa con un tratamiento nutricional o ingresaban en el centro para recibir atención médica. Madaoua, Níger, 2012.
Un día antes de esta fotografía, se había dado la voz a las aldeas de Sitti, en Etiopía, de que un equipo sanitario de Médicos Sin Fronteras instalaría una carpa en el único lugar en el que había sombra. Era una zona semidesértica. Entre cuatro acacias, pudimos instalar una pequeña clínica móvil para pasar consulta a los más pequeños. Sitti, Etiopía, 2016.
Mirlandra, de 17 años, huérfana de madre, de padre desconocido, VIH-positiva, vivía en este orfanato y aquí seguía su tratamiento. En 2010, el 90 por ciento de los 12 millones de habitantes de Zimbabue carecía de empleo, el 80 por ciento no tenía qué comer y el 20 por ciento tenía VIH. Había muchos niños criados por personas que no eran sus padres, que no iban a la escuela y que no disponían de alimentos, y todo en un contexto muy complejo: en esa época, era común la idea de que un hombre con VIH se curaba si mantenía relaciones sexuales con una mujer virgen o con una niña o un niño. Tsholotsho, Zimbabue, 2010.
En marzo de 2013 empezaron los enfrentamientos en las principales ciudades de República Centroafricana. Con la periodista de Médicos Sin Fronteras Lali Cambra, recorrimos los principales focos de desplazados del país, de norte a sur. La espiral de violencia no se detenía y cobró abiertamente tintes religiosos. En Bouca, las noches anteriores a nuestra llegada asesinaron a un gran número de personas, lo que provocó la huida de toda la población a la principal escuela de la ciudad; buscaban la protección que la presencia de Médicos Sin Fronteras allí podía ofrecer. Bouca, República Centroafricana, 2013.
La guerra civil de Liberia devastó su sistema de salud. Médicos Sin Fronteras trabajaba en lugares como el hospital Benson de Monrovia, donde la obstetricia y la ginecología eran parte fundamental de su gestión.
Las tormentas de polvo son muy frecuentes en lugares como Ogadén, en Etiopía. Aquí hay un bien natural que está por encima de todo: el agua. Sus habitantes no saben de cambios climáticos ni de leyes gubernamentales. Viven y siguen el curso del agua para que sus vacas, cabras y ovejas puedan beber y subsistir. Cada semana, dependiendo de las temperaturas extremas, se producen tormentas de polvo, diferentes a las de arena. El polvo no es tan dañino como la arena, pero resulta más peligroso para el sistema respiratorio. Se convierte en barro cuando llega a las mucosas. Región Somalí, Etiopía, 2014.