Israel y la milicia chií libanesa Hezbolá han alcanzado esta semana un alto el fuego de 60 días que entró en vigor el miércoles, en medio del alivio generalizado de la población libanesa. Sin embargo, la esperanza de que este acuerdo se convierta en un cese duradero de la violencia empezó a difuminarse poco después de su inicio, entre acusaciones cruzadas de ambas partes de violar la tregua. El alto el fuego se selló el martes después de once meses de combates, que comenzaron con un ataque de misiles sobre Israel y desembocaron en una guerra abierta que, hace dos meses, incluyó la invasión terrestre del sur de Líbano por parte de las fuerzas de Israel, que de forma paralela prosiguen su ofensiva en Gaza. 

El pacto contempla, entre otras cosas, que Israel retirará gradualmente sus fuerzas de Líbano en 60 días. Hezbolá, por su parte, retirará sus lanzaderas de misiles de la zona meridional de Líbano, lo que permitirá el regreso de unos 70.000 israelíes evacuados del norte de su país. El cumplimiento del acuerdo lo seguirá un “comité de vigilancia” formado por Israel, Líbano, Estados Unidos, Francia y Naciones Unidas. No obstante, ya en el segundo día tras la entrada en vigor del alto el fuego,  ambas  partes se acusaron de violarlo y Netanyahu amenazó con una “guerra intensa” en caso de que se produzca una vulneración grave. Las fuerzas israelíes aseguraron que aplicarán “de forma agresiva” el alto el fuego para asegurarse de que Hezbolá no vuelva a las zonas meridionales, y subrayaron que se reservan el derecho de golpear de nuevo ante “cualquier vulneración” por parte de la milicia. Para Israel, la ofensiva en Líbano —donde hasta ahora no había sido capaz de eliminar por completo la amenaza de Hezbolá— suponía un desgaste operativo que se estaba sumando al de su sangrienta ofensiva en Gaza; por otra parte, el hecho de que los ciudadanos israelíes evacuados puedan regresar a sus hogares es contemplado como un éxito para Netanyahu dentro de su país.