La cumbre del clima (COP29) celebrada en Azerbaiyán, donde se han reunido delegados de cerca de 200 países, ha puesto de relieve el abismo que existe en materia de financiación climática entre naciones desarrolladas y aquellas en vías de desarrollo. Este viernes, en el último tramo de la cumbre y tras dos semanas de negociaciones, aún no se había alcanzado un acuerdo sobre la llamada meta de financiación climática en medio de divergencias sobre qué países deben poner más dinero, a qué se destinará y cuál debe ser la cantidad. El debate gira en torno a las responsabilidades de los países ricos, que en su mayoría se encuentran entre los más contaminantes del planeta, y aquellos más vulnerables al calentamiento global, muchos de ellos a la cola en la lista de los índices de desarrollo. Entre los primeros hay países que emiten una gran cantidad de emisiones y que, hasta ahora, no han estado obligados a aportar fondos, como China, Arabia Saudí, Rusia y Corea del Sur.

Los países industrializados aportan hoy en día unos 100.000 millones de dólares al año en ayuda a los más vulnerables a través de programas bilaterales o fondos multilaterales, una suma que, según expertos, ecologistas y las autoridades de los propios países afectados, es insuficiente para hacer frente al impacto de fenómenos extremos y tomar medidas de adaptación y mitigación. La cita de Bakú ha tenido lugar, además, en un momento de divisiones geopolíticas e incertidumbre política. La victoria electoral de Donald Trump en Estados Unidos ha supuesto un revés para las negociaciones internacionales sobre el clima: el presidente electo, que retiró a su país del Acuerdo de París durante su primer mandato, ha prometido hacerlo de nuevo en su segundo después de que la Administración de Biden lo reincorporara.