Donald Trump sigue jugando con las tarifas de quita y pon, las tarifas de la confusión. 

Pocos dudan ya de que su continua huída hacia delante, al ritmo de anuncios diarios y contradicciones cada vez más veloces, tiene un significado que va más allá del incremento de los ingresos fiscales o la defensa de la producción nacional. Se trata del poder y sus atributos. Está redefiniendo las reglas del juego para anunciar que no acepta más tablero que el suyo. Donald Trump está replanteando el modo en que Estados Unidos se inserta en la comunidad internacional. Da igual cuál sea la medida anunciada. No va de eso, importan lo mismo que duran: Poco. Busca algo más traumático. La imposición del grito y la amenaza. Pretende dominar y marcar el paso. Confundir y dividir, agotar y someter. Que todos los acuerdos pasados, ya sean el Derecho Internacional, los acuerdos de la Organización Multilateral de Comercio o el concepto de multilateralismo, muten en uno solo: obediencia. 

No lo tendrá fácil. 

Por no apoyarlo, parece que ya no lo apoya ni su gran aliado, Elon Musk que sabe lo que implican las tarifas a la hora de vender sus productos y comienza a verle las orejas al lobo. Son las propias empresas estadounidenses las que aparentemente comienzan a señalar que ya está bien de tanto ruido. Incluso la bolsa muestra tal nivel de confusión que pasa en pocos días de las mayores pérdidas en años a las mayores ganancias en años. Es sabido que los mercados huyen de la inestabilidad —al menos los tradicionales, porque los especuladores con información privilegiada cuentan sus monstruosas ganancias y aplauden—. 

Pero quien juega con fuego, se quema. Amenaza con castigar a la Unión Europea por la mañana y suspende la amenaza por la tarde. Porque la Unión Europea responderá -lo afirma con claridad. Y luego está China, frente a quien dobla aranceles. China también responderá. También lo afirma con claridad. China es un adversario de talla y su enfrentamiento con Estados Unidos será de talla monumental.