Hay un lago y, justo en la orilla, un carnero y un caballo tallados en piedra. Son antiquísimos, casi tanto como esa enorme piedra circular que, dice su dueño, servía para observar las estrellas mucho antes de que Cristo se apropiara del cielo. El que ha reunido estas piezas y otras tantas también es el que ha creado esa masa de agua, ha rescatado esas bodegas donde sigue haciendo vino y habilitado cuevas donde hoy duermen murciélagos, pero hace no tanto lo hacían turistas. Se llama Surik Harutunyan: 61 años, ojos de un azul lechoso sobre una barba gris y deshilachada y dos granadas rusas colgadas del cinturón.
«No me cogerán vivo».
Agricultor y ganadero, una vez hostelero y guerrillero siempre de guardia, Surik se muestra sorprendido por una visita tan inesperada, pero nos invita a pasar a una de las dos…
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