Es uno de los occidentales que mejor conoce a Estado Islámico (EI) —o a lo que queda del grupo terrorista. Ha dedicado nueve años de su vida a documentar el auge y la caída del califato en Libia, Irak y Siria. Ricard G. Vilanova (Barcelona, 1973) es ese tipo de fotoperiodista que solo puede contar las cosas desde dentro: algo casi imposible en el caso de EI, pero que él ha convertido en posible.
Vilanova reúne ahora su experiencia y sus fotografías (81 en total) en Fade to Black, editado por Blume (también en inglés), un libro solo al alcance de una minoría, un libro que el tiempo confirmará como un clásico del fotoperiodismo.
“La idea del libro nace cuando empieza el conflicto en Siria, en 2011”, dice el fotoperiodista. “He vivido todo el proceso de la expansión y la caída de EI, y lo quería explicar. Ahora, aunque no controlen territorio, siguen vivos, siguen produciendo vídeos, hay una globalización de sus ideas. Pueden mutar hacia algo peor”, advierte.
Vilanova fue secuestrado en septiembre de 2013 por EI en Siria y estuvo seis meses en cautiverio. En 2018 volvió a Siria para verse cara a cara supuestamente con “Los Beatles”, el cuarteto de ejecutores y guardianes de los 21 secuestrados occidentales, entre ellos el propio Ricard. Pudo ver a dos de ellos, que ahora estaban encarcelados. Todo lo que nos deja en este libro sobre ellos es una fotografía de pequeño tamaño y una reflexión: “Su actitud revela que sus convicciones son más frágiles de lo que parecen, que están dispuestos a traicionarlas. Es reveladora de su falta de dignidad, a diferencia de las víctimas a las que ejecutaron: ellas sí que murieron de pie”.
Es imposible esconderlo; este un libro lleno de emociones: algunas suyas, la inmensa mayoría de otros. Porque esta no es una obra sobre Ricard G. Vilanova, sobre su secuestro o sobre el fotoperiodismo. Es el relato visual más impactante y cercano publicado hasta la fecha sobre EI y su nihilismo.
A través de estas diez fotografías extraídas del libro, Vilanova explica la evolución del grupo terrorista y nos muestra qué estaba pasando allí donde casi nadie podía entrar.
La batalla de Mosul (Irak) dio la vuelta al mundo. Estos son niños que intentaban escapar en 2017 de Qaryat Tall ar Rayyan, a las puertas de Mosul, bajo intensos combates entre la llamada Golden Division y EI. Eran parte de las 2.000 personas que llegaron a un campo improvisado mientras esperaban para ser trasladados al campo de refugiados de Hammam al-Alil. En aquel momento, la Golden Division aún no había tomado la ciudad, estaba intentando asediar Mosul desde diferentes frentes. Estallaron combates en Qaryat Tall ar Rayyan y la gente salía corriendo: los soldados iraquíes enviaban coches a medio camino, recogían a los civiles y los llevaban a este campo. Había mucha gente de EI que se intentaba infiltrar para perpetrar atentados o para huir. Era muy peligroso cuando bajaban de los camiones, porque no sabías quién podía venir allí: un madre, un civil, un terrorista. El niño de la imagen tiene cara de pánico, está asustado, no entiende nada. Va con su madre.
Esta imagen la tomé en Sirte (Libia) a mediados de 2016. El hombre que va en la camilla es un soldado del Gobierno de Acuerdo Nacional (GNA, siglas en inglés) de Libia. Al poco tiempo de ser ingresado en el hospital de campaña, murió. Había sufrido heridas a causa de la explosión de dos coches bomba de EI. Este hospital estaba a un kilómetro del frente, lo montaron en unos comercios que vaciaron; todo era así de improvisado. Era el primer hospital al que llevaban los heridos para comprobar su estado y después derivarlos a otros centros mejor preparados. No fue el caso de este soldado.
Los atentados con coche bomba de EI fueron demoledores. Este fue uno de los peores que pude ver. Dos familias hicieron estallar los coches en los que viajaban en Sirte (Libia). El ataque mató a 12 combatientes y causó 60 heridos. Estaba con las fuerzas libias y, cuando se produjeron las explosiones, salí corriendo, entré e hice algunas fotografías. Pero justo en el momento de la imagen, un tercer coche se dirigía al lugar. Un francotirador logró neutralizarlo. Fue increíble, porque el coche estaba blindado y solo había un orificio al que apuntar: disparó y, no sé cómo, mató al conductor. De película: lo explicas y nadie se lo cree.
Durante aquella ofensiva hubo 87 ataques suicidas. Los dos primeros coches que estallaron pudieron pasar el control de seguridad porque iban a bordo mujeres y niños. Al final de la guerra usaban a todo el mundo para hacer el mayor daño posible. Esta es la fotografía de cubierta del libro porque muestra la barbarie. ¿Cómo es posible que la idea de EI cale tan hondo de determinadas personas y que sean capaces de matar a mujeres y niños en pos de una ideología?
Esta es la fotografía de un francotirador de las fuerzas democráticas sirias (FDS, alianza de milicias kurdas, árabes, asirias, turcomanas, circasianas) en Deir Ezzor, uno de los exbastiones de EI. En 2019 estuve siguiendo el final del califato. A partir de febrero ya me di cuenta de que les quedaban semanas o meses, de que ya no tenían forma de resistir. Se alargó porque se quedaron acordonados en una especie de campo de refugiados, en una pequeña península rodeada por el río Eufrates. Es el final de EI como califato, pero no como grupo terrorista. Es el momento en que pierden el territorio y la legitimidad de llamarse Estado. Lo cual es una paradoja: son mucho más peligrosos cuando vuelven a actuar solo como grupo terrorista. Intentarán contrarrestar toda la fuerza que han perdido a nivel mediático con otras fórmulas, que pasan por atentados y por mantener el mensaje y la ideología que les permita conseguir adeptos y seguir funcionando.
Estos son refugiados cristianos de Mosul en un campamento de Amán, en Jordania. Están en una habitación y busco el reflejo de una estampilla de Jesucristo. Fueron de los pocos afortunados que consiguieron escapar con vida de Mosul. Jordania acogió a algunos refugiados cristianos que huían de Mosul. Ellos recordaban perfectamente cómo entró EI en Mosul y cómo lograron escapar. Volví a Mosul más tarde y vi cómo EI colocaba la letra nun, ene de nazareno, tal y como se llama a los cristianos en el Corán. Era su forma de marcar las casas cristianas, como forma de persecución, como hacían los nazis con los judíos.
Una familia en el interior de un coche procedente de Sirte llega al puesto de seguridad o checkpoint instalado a las afueras de este exbastión de EI en Libia. El grupo terrorista lanzó un ataque coordinado (en este y otro puesto) que fue el desencadenante de la campaña militar de Sirte, de donde al final serían desalojados. Cuando EI tomó Sirte, había una especie de pacto tácito, no se atacaban entre ellos. Este puesto de seguridad era famoso porque marcaba el punto de entrada: había familias que entraban y salían de Sirte, se podían mover libremente por Libia. Esto duró unos meses, hasta que empezó la guerra abierta contra EI.
Mujeres y niños que habían estado en territorio bajo dominio de EI se hallan ahora en un confinamiento especial en el que se reparte comida en 2018. Algunas mujeres eran occidentales y renegaban de EI, como Elina Frizler, alemana de 28 años de edad (en la izquierda, con gorra y sin niqab). Precisamente por no llevar niqab era tratada como apóstata por parte de otras mujeres del campamento. Elina llegó a Siria en 2012. Su esposo, alemán de origen turco, la convenció de viajar a Siria para ayudar a los huérfanos y luchar contra el régimen de Bashar al Asad. Finalmente su marido se unió a EI y murió. La volvieron a casar con un yihadista afgano. Tuvo un hijo de su primer marido y otro del yihadista afgano. Ambos están muertos.
Mohamed (al volante) es un farmacéutico de Hajin (Deir Ezzor). Va con su mujer y sus tres hijos: el niño se llama Majed y las niñas Asma y Esra. Abandonaron la ciudad en la que vivían bajo control de EI durante los combates entre los yihadistas y las FDS, en la batalla que marcó el fin del califato.
En el caso de Mohamed, ¿qué responsabilidad podía tener él? No es lo mismo su caso, el de un farmacéutico que no tiene ninguna implicación pero vive allí, que el de un asesino que ejecuta a otros, tortura o comete los crímenes abominables que caracterizan a EI.
Una fotografía simbólica. Es un puesto de kebab frente a la destruida mezquita de Al Nuri, que fue donde Abu Bakr al Bagdadi, el líder de EI, proclamó el califato en 2014. La imagen es de 2018. Cuatro años después, con el califato desaparecido, la vida sigue. Se desvanece el sueño de grandeza de un grupo que controló un territorio del tamaño de Inglaterra y que ahora ha quedado reducido a escombros. El califato es destrucción y muerte, pero la vida cotidiana está ahí, terca, inmutable.
El 23 de marzo de 2019 tuvo lugar el anuncio del final del califato de EI. Algunos de sus combatientes estaban ocultos en cuevas en las montañas, y decidieron no rendirse a pesar de que ya no tenían ningún control territorial desde hacía cuatro días. Esta es una imagen tomada ese mismo día del último enclave en Baghouz (Siria), donde transcurrieron las últimas horas del califato. El último gran bombardeo fue de hecho el 19 de marzo, y es entonces cuando de facto cae el califato. Se rinden 500 personas (familias y combatientes), y durante cuatro días los últimos yihadistas se quedan recluidos en una lengua de tierra. Hubo un momento en que entramos en coche y empezaron a disparar. Tuvimos que salir y volver para hacer esta fotografía. Hay coches destartalados y amontonados, árboles destruidos. Aquí es donde vivían los últimos yihadistas de EI.