Un fugaz cruce de miradas en la cafetería del campus de Qamishli, ciudad kurda en el noreste de Siria. Un veinteañero que se presenta con un apretón de manos. A Serekaniye, de barba perfilada e intensos ojos azules, le habría gustado estudiar Periodismo, pero se tendrá que conformar con Filología. Dos amigas se unen a la conversación. Kobani luce una diadema roja y cursa segundo año de Ingeniería Agrónoma. De Afrín sabemos que nunca barajó estudiar otra cosa que Bellas Artes. Le gusta pintar desde niña.
“Disculpa, ¿cómo has dicho que te llamas?”, le preguntamos.
Vienen de lugares tan sonoros, tan cargados de una historia dolorosamente reciente, que ni tan siquiera escuchamos sus nombres cuando se presentan. “Serekaniye” y “Kobani” son en realidad Mansur y Nadia; “Afrín” es Fatma, Fatma Bakir. Tiene el pelo negro y los ojos del color de la…
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