La primera vez que Pablo vio a su familia fue en la Sierra Tarahumara. Montañas desérticas, árboles frondosos y un puñado de chicos con armas largas en el hombro y granadas en la cintura. Una familia distinta, pero por fin una familia. Después de tantos años, Pablo había dejado de ser invisible.
Esa cualidad de pasar desapercibido le había acompañado desde pequeño. A veces en forma de trauma y en ocasiones como recurso para salvar el pellejo. Quizá conociendo esta capacidad, sus jefes le encomendaban tareas complicadas en las que la alternativa a pasar inadvertido era acabar bajo tierra. Pero esta vez su superpoder tenía que acompañarlo durante varios días. Si salía todo bien, Pablo sabía que ganaría todo lo que necesitaba: dinero, droga y respeto.
Pasar la droga a un lado y regresar con el dinero. No parecía tan difícil. Y…
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