Da igual que Alí Al Azzi intente sacudirse el polvo de su casa en ruinas. Los restos blanquecinos de los trozos de hormigón le cubren la ropa, la barba y trepan hasta las pestañas. “Yo tenía una vida y era feliz”, dice en la entrada de la vivienda que tardó tres décadas en construir, a su gusto, y terminó tan solo un mes antes del comienzo de la guerra que había de destruirla. En la planta baja, entre sillas hechas añicos y los cristales rotos de las ventanas, un retrato de la famosa cantante libanesa Fairuz descansa intacto en la pared. “Si el sur sigue en pie es por su gente”, cantaba Fairuz en uno de los himnos por las mil y una guerras que ha batallado esta frontera.
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