Tres soldados vigilan la única entrada al recinto. No deben de llegar a los treinta años. Si no fuera por las botas de cuero y los uniformes de camuflaje, costaría diferenciarlos de los chicos que, al igual que ellos, descansan apoyados en el alféizar de la pared. Cigarrillo en mano, los tres observan impávidos el trajín de niños que corretean por la plaza central. Son las cinco y cuarto de la tarde. En el interior una veintena de personas esperan sentadas mientras prueban sus sistemas de traducción simultánea. Hace quince minutos que Brahim Gali, el líder del Frente Polisario, debería estar sentado en la silla que preside la sala, pero aquí la puntualidad no existe, y por eso no sorprende que todos los que esperan dentro sean europeos.
—Esto es África —dice Mamine Hachimi.
Una hora más tarde de lo previsto, el…
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