Hay lugares que no se pueden describir porque no pertenecen a este mundo. Son un limbo atrapado en el tiempo, marcado por contiendas infinitas y guerreros pseudo-inmortales. Con gentes tan ancladas a la vida como esas banderas funerarias que ondean sobre las tumbas afganas, firmes e inamovibles frente la fuerza del viento del destino; el mismo que mueve las cometas de colores en el cielo de Kabul. Tierra de poetas, sufíes en trance, viajeros y comerciantes, señores de la guerra, traficantes de opio y mujeres tan fuertes como bellas que viven aisladas tras sus montañas gigantes, parapetos construidos a base de sangre y poemas. Todo eso es Afganistán.
En Afganistán, la tierra herida, la serie documental que codirigí con el director alemán Marcel Mettelsiefen, nos pidieron resumir 40 años de guerra en 208 minutos, una gesta que a priori nos pareció imposible y que también…
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