La Gran Mezquita de Kairuán fue el modelo. Durante siglos, las mezquitas construidas por todo el Magreb tomaron como referencia los planos del santuario más antiguo del occidente musulmán. Desde principios del siglo IX, su minarete de planta cuadrada y treinta y un metros y medio de altura, considerado una de las piezas maestras de la arquitectura islámica, preside majestuoso la ciudad tunecina de Kairuán y refuerza la carga simbólica de uno de los lugares de culto del islam. En el pasado, siete peregrinajes a esta ciudad en el centro de Túnez equivalían a uno a la Meca.
Los responsables propagandísticos de EI sabían que la imagen del minarete de Kairuán era perfecta: de una belleza indiscutible y con un gran poder de atracción. Por eso la escogieron. En el octavo número de su revista de propaganda oficial, Dabiq, una foto de la torre tunecina dominaba la portada sobre un título que era una declaración de intenciones: “Solo la sharía reinará en África”. En su interior, dedicaban reportajes al juramento de fidelidad a EI del grupo nigeriano Boko Haram o sobre Libia, Argelia y Túnez, y animaban a los musulmanes africanos a viajar a esos países y unirse a la yihad. Uno de los reportajes señalaba Libia como la “tierra ideal” para los que tengan difícil unirse a la yihad en Siria e Irak.
En marzo hubo un movimiento clave. La banda fundamentalista nigeriana Boko Haram, cuyo nombre en lengua hausa se traduce como “la educación occidental es pecado”, declaró la bay’ah o juramento de lealtad a EI y se rebautizó como Wilayah Gharb Afriqiya (Provincia en África Occidental). Para el sudafricano Ryan Cummings, analista jefe de África del think tank Red24, la absorción del grupo más sanguinario del continente, que solo el año pasado mató a más de 9.000 personas y realizó cientos de secuestros, es un gesto de fuerza del islamismo radical. “Boko Haram se ha convertido en su mayor franquicia oficial y tiene además una presencia establecida en varios países. Eso ha permitido a EI dejar una importante huella operacional en una zona de África donde la militancia islamista parece estar floreciendo, y refuerza la reivindicación de que su causa se está expandiendo”.
Desde el bando nigeriano, la jugada parece tener más que ver más con la supervivencia. Desde principios de año, la presión sobre la banda de un ejército multinacional con apoyo y tropas nigerianas, camerunesas, nigerinas, beninesas y sobre todo chadianas había dejado tiritando al grupo yihadista que opera en el norte de Nigeria. En ese momento de debilidad, la alianza con EI sonó más a una táctica para aumentar el ánimo de los suyos y, especialmente, atraer adeptos y financiación. En los últimos meses, el grupo extremista nigeriano ha adoptado los canales propagandísticos de EI —han mejorado la edición de sus vídeos y comparten vías de difusión en las redes— y ha dado un cariz más internacional a su lucha con ataques en Chad, Camerún o Níger.
Además de la cuenca del lago Chad donde opera Boko Haram, actualmente la región de Fezán, en el sudoeste de Libia, o el norte de Mali —donde EI lucha por ganar influencia ante el brazo de Al Qaeda en el Magreb—, son los centros claves del avance yihadista.
Lucha por el cetro yihadista
En junio, el think tank Crisis Group lanzó una voz de alarma en el desierto. “Los jóvenes de esa región tienen pocas vías para expresarse y su única opción es escoger entre el crimen, la radicalización o la emigración”, señaló el analista Emilio Manfredi en el informe Sahel central: una tormenta de arena perfecta. Las vastas extensiones de desierto, muy poco pobladas y donde los gobiernos locales no tienen apenas autoridad, dejan una autopista abierta al comercio de armas y drogas o al tráfico de personas. Más allá de su visión expansionista, EI —como también Al Qaeda y otros grupos— pelea por un trozo del pastel: se estima que el mercado negro en la región saheliana genera 3.800 millones de dólares anuales.
EI ha sabido leer mejor que nadie la decepción de la población en los países musulmanes con autócratas amigos de Occidente. En muchos de ellos, la democracia secular (que existe más en nombre que en la realidad) ha fallado a millones de personas, que bajo sucesivos regímenes supuestamente democráticos han sufrido marginación socioeconómica y política. El grupo yihadista ha explotado la debilidad de las instituciones gobernantes en esos contextos, donde la pobreza y el analfabetismo es la norma, y ofrece como si fuera la panacea una alternativa de gobernanza basada en una visión radical de la sharía. Su alternativa ha convencido a algunos y convertido en víctimas a muchos.
El teniente coronel Jesús Díez Alcalde, analista de África en el Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEES), pide no exagerar la influencia de la bandera negra en el continente africano: “Estado Islámico no tiene capacidad alguna de coordinar o centralizar las acciones de esos grupos”, asegura. Pero tilda de “preocupante” la deriva del islamismo en el Magreb o en tierras subsaharianas.
Ni siquiera a golpe de kaláshnikov será tan fácil para EI. “En el norte de África, que es el mayor proveedor mundial de radicales para Irak y Siria —subraya Díez Alcalde—, comienza a tener efecto la fragmentación del liderazgo de la yihad global. Así, en Egipto, Libia, Túnez y Argelia, en una campaña orquestada por el propio Al Bagdadi, han emergido milicias islamistas aliadas con EI; mientras que Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), la filial africana más importante para Al Zawahiri, reclama a ambos dejar a un lado sus diferencias y frenar los enfrentamientos”.
El juego de tronos por el poder yihadista en tierras africanas acaba de empezar.