Historias escritas a partir de los testimonios recogidos por Kayed Hammad en el norte de Gaza. Fotografías: Dalia Hammad.
Desde el 7 de octubre Kayed Hammad y su familia han cambiado quince veces de casa, lo mismo que han tenido que hacer por fuerza cientos de miles de gazatíes. Siempre en el norte de Gaza, sin obedecer a la orden de Israel de desplazarse al sur, Kayed y los suyos se han movido de un lugar a otro esquivando bombas y combates. De momento lo han conseguido.
“Vayas a donde vayas ves edificios reventados. Si no están quemados, hay gente que rescata alguna puerta para hacer fuego o alguna prenda de abrigo de entre los escombros. Lo que nadie coge son los zapatos, porque nunca encuentras un par completo. Está el derecho o el izquierdo, nunca los dos. Y están por todas partes. Hay zapatos, zapatillas y sandalias tirados por todas partes. ¿Qué será de sus dueños? ¿Muertos, heridos, desaparecidos, vivos…?”. Esta pregunta rondaba a Kayed cada día que salía de su casa en el norte de Gaza, hasta que nos pusimos de acuerdo para hacer un proyecto multimedia que arrancó con una story diaria de Instagram y ahora desemboca en este reportaje de larga distancia que cuenta las historias que hay detrás de los zapatos.
Intérprete y productor de buena parte de los periodistas españoles que pasamos por Gaza, Kayed recogió zapatos de entre los escombros durante un mes y los fotografió con la ayuda del teléfono de su hija Dalia. “Algunos pertenecen a gente que yo conocía. En otros casos, nos quedábamos junto a los escombros y preguntábamos a quienes estaban cerca sobre lo sucedido. Muchos se echaban a llorar, pero hablaban y hablaban porque querían que el mundo supiera lo que había pasado con sus familiares, amigos o vecinos. Era una forma de aliviar su dolor”, recuerda Kayed.
Cuando la conexión lo permitía, padre e hija enviaban la fotografía acompañada de un mensaje de audio y yo preparaba un texto y montaba un pequeño vídeo de veinte segundos para poner nombre y apellido a cada story. Conozco a Kayed desde hace quince años. Cabezota, noble y con un humor negro capaz de florecer hasta en los momentos más oscuros, hemos estado juntos en todas las ofensivas de Israel desde 2008. En todas menos en esta que vivimos desde octubre, en la que el Estado judío mantiene cerrado el paso a la prensa internacional y ha matado a más de cien periodistas palestinos y trabajadores de medios.
Los palestinos se sienten parte de una fría estadística de muertos y desaparecidos. Son cifras sin nombres encerradas entre la verja de separación y el mar, bombardeadas por tierra, mar y aire y asfixiadas con el cierre de los pasos fronterizos con Israel y Egipto. El Ejército de Israel ha borrado barrios enteros del mapa y los edificios, muchos de ellos de gran altura, se han convertido en la tumba para miles de familias. En la Franja no hay maquinaria y herramientas para poder rescatar a supervivientes o cuerpos bajo los escombros y son los propios familiares y vecinos quienes intentan hacerlo con sus propias manos.
En los primeros ocho meses de guerra hay más de 36.000 muertos, según los datos del Ministerio de Salud, que tanto la ONU como el presidente de Estados Unidos y aliado de Israel, Joe Biden, dan por fiables. El número final será aún mucho mayor, ya que los responsables gazatíes calculan que son al menos 7.000 los desaparecidos bajo los escombros, una cifra que no actualizan desde noviembre. Muchos desaparecieron tras los ataques aéreos, otros fueron detenidos en puestos de control israelíes mientras huían hacia el sur o intentaban regresar al norte y algunos, simplemente, salieron un día de casa para nunca volver.
Estas son las historias de los ausentes de Gaza.
Taleb Daour
Taleb Daour tenía 60 años y nació en el campo de refugiados de Yabalia dos meses antes que Kayed. Amigos de la infancia y vecinos, era una persona a la que te acercabas para que te alegrara el día con su sentido del humor. Te quitaba las penas con uno de sus chistes. La escuela nunca se le dio bien, pero su padre, que era muy estricto, le obligó a terminar la educación secundaria. Su sueño era ser taxista. Se sacó la licencia con 18 años y trabajó mucho tiempo como conductor entre Gaza y Tel Aviv. Su coche estaba muy solicitado porque con Taleb los viajes se habían más cortos. Trabajó toda la vida y aspiraba a tener el dinero suficiente para vivir bien y poder sacar adelante a sus seis hijos y tres hijas. Al estallar la guerra decidió regresar a Yabalia e Israel bombardeó su casa. Su cuerpo quedó sepultado bajo una columna y cuando lo rescataron lo enterraron en una fosa común. ¿Quién será ahora capaz de quitar las penas a sus amigos?
Mohamed Wadi
Mohamed Wadi tenía 17 años. Como todos los residentes en el norte, tuvo que decidir entre seguir las órdenes de Israel y desplazarse al sur o quedarse allí. Esta decisión partió a la familia y Mohamed optó por quedarse en su casa junto con su padre y un hermano.
El Ejército israelí lanzó en las primeras semanas una campaña masiva para vaciar el norte y más de un millón de personas pusieron rumbo a supuestas “zonas seguras”. Desde entonces la Franja ha quedado partida en dos y no se permite el regreso a casa (o a lo que quede de ella) a quienes se dirigieron al sur.
El bloqueo israelí sobre la parte norte fue tan intenso en esos primeros momentos que desde las agencias de la ONU dieron la voz de alerta sobre el riesgo de hambruna. En ese contexto de falta de acceso a alimentos, Mohamed optó por intentar llegar al sur junto a un primo. Iban a pie y les pararon en un puesto de control. Los soldados les ordenaron continuar y entonces empezaron a sonar los disparos. Corrieron, pero Mohamed fue abatido por la espalda. No han recuperado el cuerpo. La familia piensa que los soldados lo enterraron en la playa.
Maram y Fatima
Maram Dahlan tenía 27 años y murió en un bombardeo junto a su hijo Mohamed, de un año. Su hija, Razán, sobrevivió, pero ahora nadie puede convencerla de que su madre ya no está. La pequeña Razán, de 5 años, acepta que su hermano esté en el paraíso, como le cuenta su abuelo cada día, pero no su madre. Quiere estar con ella. No hay consuelo posible.
Fatima, de 21 años, y su marido Yahia, de 26, vivían en la calle Al Nuzha de Yabalia y llevaban pocos años casados. Deseaban traer un bebé al mundo. Su única culpa en esta guerra fue vivir junto a la sede de la ONG Salam. Israel atacó el edificio de esta organización y Fatima y Yahia murieron en ese mismo bombardeo. Murieron sin cumplir su sueño de ser padres.
Siwar Abedrabbo
Siwar Abedrabbo tiene 3 años y perdió a su madre en el ramadán de 2023. Salían de una tienda de ropa cuando la mujer cayó al suelo y murió de forma repentina a causa de un infarto en Sheikh Rawan, una de las arterias comerciales de la ciudad de Gaza.
Al empezar la guerra, su padre la llevó al sur de la Franja junto a sus dos hermanos y a varios tíos. Se quedaron en el campo de refugiados de Nuseirat, donde tenían familiares que les podían acoger de manera temporal. La idea de los gazatíes era salir por un tiempo para luego regresar a sus casas. Una bomba arrasó el edificio en el que se encontraban y murieron más de treinta personas, entre ellas el padre de la pequeña. Siwar quedó huérfana y sufrió graves quemaduras en todo el cuerpo. Los servicios médicos de Gaza lograron evacuarla a Egipto, algo extraordinario, porque muy pocos heridos han logrado ser derivados a hospitales extranjeros. Los trámites son largos y ni israelíes ni egipcios ofrecen facilidades. A Siwar solo le queda su abuela en Gaza.
Nivin Abu Oda
A Nivin Abu Oda la guerra le sorprendió en su último mes de embarazo. Tenía 34 años y era madre de tres hijos (dos niños y una niña). Tuvo que dejar su casa con la esperanza de dar con un lugar más seguro y encontró cobijo en la vivienda de un vecino. Los bombardeos se llevan mejor en compañía, compartiendo los miedos y silencios; el problema es que en Gaza no hay lugar seguro. En una de las largas noches de ataques por tierra, mar y aire, un proyectil impactó contra la casa y Nivin resultó herida de gravedad. Su marido murió en el acto y uno de sus hijos perdió un ojo. Los vecinos lograron llevarla al hospital e ingresó casi sin pulso. Los médicos lucharon por salvar la vida de la bebé que llevaba en sus entrañas y lo lograron. En mitad de la guerra, en mitad de la muerte y la explosiones, nació la pequeña Mona. Nivin pasó un mes y medio en la Unidad de Cuidados Intensivos de un hospital de Gaza hasta que la llevaron a Egipto, donde murió pasada una semana. Ahora la pequeña Mona vive con su abuela.
Eimad, Manal y Raafat
Eimad tenía 32 años. Era una persona sencilla que trabajaba en lo que le salía. Muy buena gente. Desde que empezó la guerra era enterrador. Se dedicaba a cavar tumbas en el cementerio, ayudaba a las familias a enterrar a los suyos a cambio de la voluntad. Israel atacó el cementerio, mató a Eimad y a las personas que allí esperaban para dar el último adiós a sus seres queridos.
Manal Mahallawi tenía 55 años, vivía en Skeikh Radwan y al inicio de la guerra fue a casa de la familia de su marido en Yabalia. Sufrieron un bombardeo, pero salieron ilesos. Se refugiaron en un colegio cercano, que también fue bombardeado. Manal murió en el acto junto a un cuñado y dos sobrinos. La parte de la familia que sobrevivió se fue al sur, donde resiste ahora en una tienda de campaña.
Raafat Al Nadie, de 39 años, y su hijo Ahmed, de 4, estaban en la puerta de su casa cuando Israel atacó una mezquita próxima. Fueron aplastados por el minarete, que mató también a otros tres vecinos. El gemelo de Ahmed, Mohamed, pregunta cada día por ellos. Le explican lo sucedido y asiente, pero al rato vuelve a preguntar: “¿Dónde están mi padre y mi hermano?”
Eman y Moutaz
La historia de Eman y Moutaz es la de una pareja de recién casados con una lista interminable de planes y proyectos de futuro en sus jóvenes cabezas. En su caso no tuvieron dudas: siguieron las órdenes del Ejército israelí y el 3 de noviembre dejaron la ciudad de Gaza para buscar refugio en el sur junto a sus familias. Recogieron las pertenencias que entraban en el coche que acababan de comprar y, al mediodía, tomaron la carretera de Al Rashid para reencontrarse con los suyos. Desde el momento en el que avisaron de su salida hasta hoy, nunca más se ha sabido de ellos. No se han encontrado ni el coche ni los cuerpos. Las familias han recorrido todos los hospitales preguntando por el matrimonio. Nadie sabe nada. Piensan que los atacaron con un tipo de proyectil que calcinó los cuerpos y dejó el coche irreconocible. Han desaparecido.
Nadia Zahar
Nadia Zahar tenía 22 años y era una joven recién casada. En la familia todo era felicidad porque en septiembre nació Aziza, la primera hija del matrimonio. Al estallar la guerra tuvieron que dejar su casa y buscaron el cobijo de la familia. No tuvieron suerte. Durante los bombardeos Nadia cubría a su pequeña, de 3 semanas de vida, como si fuera un escudo capaz de frenar todas las bombas del mundo. La abrazaba con todas sus fuerzas y se ponía sobre ella con la esperanza de salvarle la vida. Una mañana, tras una larga noche de bombardeos, los equipos de rescate encontraron a Nadia muerta bajo los escombros, con la pequeña Aziza debajo de su cuerpo.
Aziza respiraba. Aziza estaba viva. Un milagro. Ahora la pequeña vive con su tía, que amamanta como puede a su hijo, Mohamed, y a su sobrina. Nadia solo pudo disfrutar 27 días de su pequeña.
Etidal, Abeer y Mohamed
Etidal Radwan tenía 68 años y era una mujer soltera. Vivía sola en una casa grande. Tenía dos hermanos en Alemania, una hermana en Canadá y otra en Qatar. Gaza era el lugar en el que todos se juntaban, era la base. Nunca quiso emigrar, deseaba morir en su casa. No lo consiguió. Cuatro veces cambió de casa para intentar salvarse desde que empezó la guerra, hasta que una bomba la mató. En ese ataque murieron familias enteras. Su cuerpo estuvo dos semanas bajo los escombros. La reconocieron por la ropa y por esta sandalia.
Abeer Mohana tenía 49 años. Su vida era su familia. Siempre estaba pendiente de la familia. Al comienzo de la guerra fue a Deir el Balah, en el centro de Gaza, a casa de una de sus hijas, pensando que sería más seguro. Se equivocó. Un bombardeó arrasó la casa y Abeer murió junto a sus hijas Hanin y Shirin y sus nietos Hammad, Moad y Mutasim, que acababa de cumplir 11 meses.
Mohamed Lawa tenía 25 años. Al estallar la guerra se juntaron más de veinte familiares en la misma casa. Pasaban los días y tenían poca comida. Mohamed decidió ir a la rotonda de Al Kuwait a intentar recoger un saco de harina de ayuda humanitaria. A su familia no le gustaba la idea, a él tampoco, pero no tuvo más remedio. Cuando llegó a la rotonda un tanque abrió fuego y mató a 23 personas. Mohamed nunca pudo llevar harina a su casa.
Lama, Obada y Nivin
Lama, de 16 años, Obada, de 15, y Nivin, de 12, eran hermanos y muy buenos estudiantes. A Lama le fascinaba la informática, a Obada el fútbol y Nivin vivía pegada a su gemela, Leen; eran inseparables. Cuando empezaron los bombardeos, sus padres decidieron mudarse a casa de los abuelos para estar todos juntos y tener más espacio que en su apartamento. Sin saberlo, allí les esperaba la muerte. Lama, Obada y Nivin murieron junto a otros nueve miembros de la familia. Una tragedia de las que no aparecen en los medios y que comparten miles de familias anónimas en la Franja. La pequeña Leen no puede ahora acostumbrarse a una vida sin su gemela.
Eman y Ali
Eman Abdelaal tenía 52 años. Su casa fue bombardeada durante los primeros días de ofensiva israelí, pero la familia sobrevivió. Eman se llevó la peor parte porque quedó paralizada. La familia se dividió en varias casas de parientes y Ahmed, uno de sus hijos, desapareció en medio de los cambios. Otro hijo, Salah, salió en busca del hermano y un francotirador le metió dos balas en la espalda y le hirió de gravedad. Eman no pudo aguantarlo y murió de pena. Justo antes de fallecer, cuando ya no lo esperaba, se abrió la puerta de la casa y apareció Ahmed, el hijo desaparecido que tuvo al menos la oportunidad de decir adiós a su madre.
Ali Altrashawi tenía 20 años y estudiaba Informática. El 7 de noviembre su madre estaba aterrorizada y le pidió que la llevara a la zona de Zeitun, en la ciudad de Gaza. Ali acompañó a su madre, se despidió de ella y puso de nuevo rumbo de vuelta a casa. Desde entonces nadie ha tenido noticias de él. Lo buscan y rebuscan y preguntan en hospitales, a la Media Luna Roja… nadie sabie nada de Ali.
Jebril Jonid
Jebril Jonid tenía 52 años y todos recuerdan su voz dulce. No era imán, pero cada vez que entraba en la mezquita del barrio le pedían que hiciera el papel de imán porque era capaz de arrancarte las lágrimas con su forma de recitar el Corán. Única. Vivía en una casa grande y cuando estalló la guerra acogió allí a muchos familiares. Un día cualquiera estaban sentados en el salón principal junto a unas treinta personas cuando, de pronto, entró un dron kamikaze por la ventana y explotó. Jebril y su mujer murieron a causa de las heridas que sufrieron. El silencio es enorme en el barrio, donde esta guerra les ha robado la mezquita, reducida a escombros, y esa voz que tantas veces les hizo llorar de emoción durante las oraciones.
Yihad y Yaaqub
Yihad Amreen tenía 34 años. Estaba casado y era padre de dos niñas de uno y tres años. Llegaron a una casa de la familia cercana al hospital Al Shifa, en la ciudad de Gaza. Era muy educado y tímido. La casa estaba bien y no había soldados cerca. Cuando acomodó a su madre, esposa e hijas, salió a buscar comida. Nunca lo volvieron a ver con vida.
Yaaqub Nabhan tenía 43 años y era dueño de una fontanería. Cuando empezó la guerra escapó de su casa por los bombardeos y la familia se dividió. Su mujer y tres hijos se fueron al sur, él se quedó en Yabalia. Se movió a casa de unos primos y allí murió tras un bombardeo junto a otros dos parientes.
Era el único de seis hermanos que trabajaba, el único que podía ayudar a sus padres ancianos. Su hija dice ahora que tiene el corazón dividido entre el cementerio, donde descansa su padre, y el sur, donde están su madre y el resto de hermanos.