Con la bandera iraquí amarrada al cuello, como si fuera su capa de Superman, Hasán llega todas las tardes a la plaza de Tahrir en Bagdad. En su mano lleva una pequeña máscara antigás y un casco de plástico rojo que nunca ayudará a protegerlo de los proyectiles de gas, bombas lacrimógenas o munición real que lanzan las fuerzas iraquíes. Como máximo, y con suerte, lo protegerá de una piedra, pero esa no es la amenaza a la que se enfrentan jóvenes como él, que presionan para poder llegar algún día al otro lado del río Tigris, hasta la famosa Zona Verde creada por Estados Unidos después de la invasión de 2003, para expresar de cerca a los políticos sus demandas.
Las protestas no son una novedad en Irak. Muchos de los activistas de esta plaza han estado presentes en manifestaciones desde 2010, pero ninguna…
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