Tres hombres salen de un viejo edificio de la Colonia Narvarte, un barrio de clase media en la Ciudad de México. Acaban de violar, golpear y matar a cuatro mujeres en uno de sus departamentos. Es agosto de 2015 y, según las denuncias de diversas organizaciones, su objetivo era una quinta persona también hallada muerta en el mismo lugar: Rubén Espinosa, un joven fotógrafo que se había refugiado en la capital mexicana ante las amenazas que sufría.
Aunque las autoridades hablen de “zonas limpias del narcotráfico”, hace tiempo que las muertes del crimen organizado no conocen fronteras dentro del país. El agujero que una bala de 9 mm dejó en la cabeza de Rubén así lo atestigua. Su pecado fue ser periodista en uno de los estados más peligrosos del país: Veracruz.
Veracruz: los disparos de la cámara
Una vieja cantina cerca del puerto es el lugar de reunión de fotógrafos y reporteros para reposar la jornada. Paredes desgastadas y mesas de plástico son testigos del cambio de conversaciones entre los periodistas locales. Algunos llevan décadas relatando lo que sucede en su estado, pero la violencia les hace observar cada día más y contar cada día menos. Otros son jóvenes con salarios miserables, y viven a la espera de que un medio nacional o una agencia internacional se interese por su trabajo. Rubén Espinosa y uno de sus mejores amigos, Félix Márquez, pertenecían a ese grupo.
Cuando comenzaron a trabajar como fotorreporteros hace una década, Veracruz era una ciudad turística. Había pobreza y se veían contrastes, pero la sangría del narcotráfico se centraba en aquel entonces en el norte del país. Esta era una zona de paso para la droga y para miles de migrantes que viajaban hacia Estados Unidos. “Cuando empezamos solíamos fotografiar accidentes y riñas, pero de pronto comenzamos a retratar cuerpos descuartizados y balaceras. Fue un cambio muy rápido y duro”, recuerda Félix mientras camina por el malecón de la ciudad. Hace pocos años, turistas y locales se concentraban en esta zona al anochecer. Pero ahora los últimos rayos de sol se han transformado en una advertencia: las calles de noche hace tiempo que dejaron de pertenecer a los veracruzanos.
Desde este lugar se divisa la verdadera causa de la pesadilla que vive la región. Un tesoro convertido en la razón de tanta muerte. El puerto. Con él, Veracruz se convirtió en una zona estratégica: en mitad del Golfo de México, en el este del país y con acceso marítimo para la salida de droga desde Latinoamérica hacia puntos como Europa o Estados Unidos. Muchos contenedores se iban cargados de cocaína y, a veces, llegaban repletos de armas.
Los Zetas
“Vemos muertos. Parece un accidente automovilístico en la carretera rumbo a Jalapa”. Era un mensaje normal que un periodista escribió en el grupo de mensajería móvil que muchos reporteros compartían. Era agosto de 2008. Félix tomó su cámara y se acercó con otro compañero hasta el lugar.
Había un coche incendiado y cadáveres en el suelo, pero no se había producido ningún choque. De pronto comenzó el sonido de las balas. Con el cuerpo en el suelo, los fotógrafos se dieron cuenta de que estaban en medio de un enfrentamiento entre grupos criminales. Era la primera vez que oían el ruido de un arma y no eran pequeñas pistolas. Consiguieron arrastrarse hasta una calle cercana. No hubo fotos ni noticias de la “balacera” en ningún medio.
Polos con el cuello levantado. Pantalones ceñidos. Grafitis con la última letra del abecedario que aún se ven en algunas paredes de la ciudad. El cártel más sanguinario de México desembarcó en Veracruz. Sus ciudadanos no tardaron en notarlo.
Los Zetas sumaron al negocio de la droga todo tipo de actividades relacionadas con abusos hacia la población civil: desapariciones, extorsiones, amenazas. Periodistas como Félix comenzaron a ver cosas que nunca imaginaron. “Nos convertimos en fotógrafos de guerra así de repente, sin haber ido nunca a un lugar como Siria”.
Sus enfrentamientos con otros cárteles pronto afectaron a la prensa. El estado de Tamaulipas, en el norte del país, se convirtió en el mejor ejemplo. Hace años que los grandes medios de comunicación dejaron de contar lo que allí pasa. Secuestraron a periodistas reconocidos de las cadenas más famosas. Asesinaron a reporteros locales. Arrojaron bombas en las sedes de los periódicos.
El volumen de ganancias de los Zetas fue creciendo a la par que su mala reputación. Con los años, la necesidad de un lugar para movilizar su mercancía se volvió apremiante y Veracruz parecía el estado idóneo.
La vida cambió para todos. Especialmente para reporteros como Félix. “Como periodista uno suele buscar la exclusividad. Llegar el primero a los lugares, hacer un foto diferente. Pero nosotros dejamos de hacerlo. Las reglas eran nuevas, y el tipo de trabajo que hacíamos, también”.
La figura del “vocero” o portavoz de los cárteles se convirtió en un factor fundamental del periodismo por todo México. Los editores y directores de medios locales saben qué pueden difundir y qué puede costarles un susto. Muchos capos impusieron líneas rojas y líneas editoriales. El miedo se adueñó de las redacciones y ellos de la información. Aunque los líderes muriesen o fueran capturados, las reglas seguían siendo las mismas.
“Como periodista uno suele buscar la exclusividad. Llegar el primero. Nosotros dejamos de hacerlo”
Pero las presiones no llegan solo en forma de sicarios o miembros de los cárteles. Policías federales, militares y gobernadores son parte de este juego de presiones y coacciones de manera frecuente. “En Veracruz siempre existió el periodismo chayotero (cercano a los intereses de los políticos)”, recuerda Félix. Pero ahora el poder y la autoridad se han transformado. La extorsión no viene solo del Gobierno. Al menos, no del Gobierno que antes conocían.
Veracruz, el poder del narco
Los límites entre el crimen organizado y el Estado mexicano son cada vez más difusos. Algunos hablan de políticos corruptos y otros de narcotraficantes en la política.
Ni Félix Márquez ni sus padres han conocido un Gobierno en Veracruz que no esté presidido por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), que gobernó México durante más de siete décadas hasta el año 2000 y que regresó al poder en 2012 de la mano de Enrique Peña Nieto. Entre 2004 y 2010, Veracruz estuvo dirigido por Fidel Herrera. Fue el período durante el cual se acentuó el auge de actividades delictivas en este estado. Catorce testigos protegidos de la DEA (Agencia estadounidense para el control de Drogas) señalaron la protección que Herrera otorgó a miembros de los Zetas y sus continuas reuniones con los líderes del cártel. La revista Forbes lo incluyó poco después en la lista de las diez personas más corruptas del país. El Gobierno mexicano lo envió a Barcelona como cónsul.
“La corrupción de nuestros políticos no solo ha provocado delincuencia, sino también pobreza”, se lamenta Félix. Durante sus años en el gobierno, Herrera dejó una deuda superior a los 11.000 millones de pesos (unos 600 millones de euros).
Mostrar el deterioro en Veracruz se convirtió en un reto para Félix. Acompañado de su cámara y dos reporteros llegó hasta la sierra de Zongolica. En este territorio del centro del estado, techos de lámina y suelos de tierra conforman las pequeñas casas donde viven los campesinos. “Allí no solo se ve el rostro de la violencia, sino las historias que originan la violencia: mala educación, marginación, pobreza”.
El asfalto nunca llegó a las carreteras en esta zona. Apenas hay luz y agua potable. Mucho menos policía o ejército. Todo ello facilitó el trabajo de las bandas criminales. Pisos francos, secuestros y robos se acumularon durante años aquí. El hartazgo y la impunidad movilizaron a los vecinos.
“Desde hace mucho tiempo la gente se ha organizado. Cargados de palos y viejas pistolas, decidieron defender lo que es suyo”. Durante mes y medio, Félix y sus compañeros buscaron diversos grupos de autodefensa por la sierra veracruzana. Su trabajo provocó un gigantesco revuelo.
“Mandamos la información y se publicó. Sin embargo, fue desacreditada por el Gobierno del estado en varias ruedas de prensa en las que decían que mis fotos eran un montaje”. En una zona dominada por la inseguridad, era peligroso hablar abiertamente de la desconfianza hacia las autoridades y de los grupos que se organizaban para defenderse.
La respuesta del Gobierno fue inmediata. El secretario de Seguridad Pública acusó a Félix y sus compañeros de mentir. “Dijo que yo debería estar preso. Tomamos nuestras medidas cautelares y fuimos unos días a la Ciudad de México en busca de asesoría legal”.
Félix fue a la capital para buscar el apoyo que le permitiera seguir trabajando sin arriesgar la vida. Le advirtieron de lo que ya sabía. “México es el país más inseguro para ejercer el periodismo en el mundo”, le dijeron sin tapujos en las oficinas de Artículo 19, una organización de derechos humanos que centra su actividad en denunciar las amenazas que sufre la prensa en el país. Su director alertó a Félix sobre el peligro de seguir mostrando lo que pasaba en un estado donde diecisiete periodistas han sido asesinados desde el año 2000.
El miedo o la vocación. Una difícil disyuntiva, sobre todo si tenemos en cuenta que el 96% de las desapariciones y asesinatos de periodistas tiene como antecedente una cobertura informativa sobre temas de corrupción y de seguridad en la que se relaciona a funcionarios con crimen organizado.
Pese a todo, Félix decidió regresar a Veracruz y continuar trabajando con la mayor cautela posible. Como otros fotógrafos, comenzó a estar más pendiente de su espalda que de la noticia. Pero ante el miedo y la desconfianza, también se tejen historias de solidaridad entre compañeros que les permiten seguir adelante.
Moisés Sánchez: no se puede vivir con miedo
En Veracruz, los periodistas superan los miedos a base de trabajo. Es la única forma de olvidarse del riesgo al que están expuestos. De abstraerse. Félix decidió concentrarse de forma exclusiva en su fotografía para silenciar las amenazas que seguía recibiendo.
“Quería dar seguimiento al proyecto de las autodefensas y me puse en contacto con Moisés Sánchez, un reportero que cubría una zona a las afueras de la capital. Se dedicaba a darle voz a la ciudadanía, a sus vecinos”. Moisés era un verdadero símbolo del periodismo local en México. Su propio taxi le servía para cubrir las noticias que sucedían en su barrio. Periodismo de baches en la calle, de luces en mal estado y de crímenes sin resolver. Alejado de las grandes televisiones y radios pero con un valor fundamental para el entorno, para su comunidad.
Moisés Sánchez decidió crear un pequeño periódico con sus ingresos, La Unión. Un diario humilde que vendía por la calle acompañado de un megáfono. Pero las noticias sobre la inseguridad y pobreza que se extendían por su barrio debieron de molestar a alguien.
Con un dolor que aún permanece, Félix recuerda cómo “Moisés fue secuestrado por la noche delante de su familia, fue llevado en una camioneta”. Su cuerpo sin cabeza fue encontrado en un municipio cercano. “Un muerto más”, según algunos titulares de periódicos aquel día. Otra muerte cargada de dolor en la profesión y su familia. Otro número a añadir a una lista interminable. Según el Instituto Nacional de Estadística, la violencia en México produjo entre 2007 y 2014 la muerte de 164.000 civiles. Una cifra que supera los fallecimientos en Irak y Afganistán juntos en esos siete años.
Jorge, el hijo de Moisés, encabezó manifestaciones y luchó por una investigación justa. Una vez más, dejó en evidencia al Estado mexicano. Demostró las amenazas sufridas por parte del alcalde de la zona (quien más tarde se fugó sin dejar rastro). Consiguió evidencias de la participación y dejadez de los cuerpos de seguridad durante el secuestro. Confirmó lo que sus vecinos ya conocían: la relación directa entre autoridades y narcos. Pero pasados los meses, lo único que consiguió fue un absurdo dispositivo de seguridad en su casa: cámaras de seguridad, coches de policía en su portal, alambres de púa, vallas de diez metros.
“Se supone que deberían estar encerradas otras personas y no nosotros. Pero así funciona aquí. Los criminales andan libres y nosotros tenemos que estar encerrados”, lamenta Jorge. “Yo siempre le preguntaba a mi padre: ‘Si te dijeron que te van a matar, ¿por qué sigues publicando?’. Él siempre nos decía: ‘No se puede vivir con miedo. Si vives con miedo, nunca van a cambiar las cosas’”.
Pero la impunidad sigue reinando. Ni el asesinato de Moisés ni el de ningún otro periodista ha sido resuelto. “Cualquiera te puede matar por escribir algo o por tomar una fotografía”, recordaba Félix en una concentración convocada por profesionales de la comunicación frente al Palacio de Gobierno. Allí estaba también su amigo Rubén Espinosa. Poco después, sería su funeral el que convocaría a prensa y compañeros.
Rubén Espinosa
Espinosa era otro joven periodista con un mísero sueldo que intentaba hacer de su gran pasión, la fotografía, una profesión. Las dificultades para conseguir un puesto bien remunerado le llevaron a trabajar con el partido en el poder, el PRI.
Durante varios meses realizó las fotos oficiales del candidato a gobernador de Veracruz en ese momento, Javier Duarte. Pero sus ideales convirtieron en misión imposible “tragar” con lo que decían y hacían algunos de los personajes más poderosos del estado. Pronto dejó el trabajo y se especializó en movimientos sociales.
“Bájale. Deja de tomar fotos o acabarás como Regina”
En un giro a su carrera y como si se tratase de un guión de película, su reconocimiento llegaría gracias a una foto que realizó a su antiguo jefe. Siendo Duarte ya gobernador, una de las revistas más importantes del país utilizó una fotografía realizada por Rubén para ilustrar una dura portada. El rostro del político con una gorra de policía y bajo el título Veracruz, estado sin ley. La publicación relataría el reguero de sangre en el que se había convertido esta zona.
El fotógrafo fotografiado. Rubén comenzó a recibir el mismo acoso que Félix había sufrido antes. Personal del Gobierno le seguía y le tomaba instantáneas. El 20 de septiembre de 2011, fueron arrojados en Boca del Río, una de las zonas de clase alta de la capital veracruzana, 35 cadáveres de hombres y mujeres ejecutados. La mayoría de los periodistas ni se atrevieron a cubrir la noticia. En la rueda de prensa que poco después dio el procurador del estado, Espinosa no pudo entrar. “El encargado de prensa me dijo que no tenía nada que hacer ahí y que estaba estorbando”.
La violencia siguió elevándose y en cinco años, entre 2010 y 2015, se produjeron más de 3.000 asesinatos solo en este estado. Los periodistas locales comenzaron a divisar un cambio en los cárteles que operaban en Veracruz al llegar el nuevo gobernador Duarte. El cártel Jalisco Nueva Generación extendió sus tentáculos por las principales ciudades. También se hizo más evidente la amenaza que sufría cualquier profesional de la comunicación.
En el caso de Rubén, el peligro era cada vez más evidente. En una protesta de estudiantes, un representante oficial se acercó para decirle al oído: “Bájale. Deja de tomar fotos o acabarás como Regina”, en referencia a otra periodista asesinada.
Como había hecho Félix meses antes, Rubén decidió partir rumbo a la capital en busca de seguridad. El Distrito Federal presume de ser uno de los lugares más seguros de México, donde, según la mayoría de los políticos, no ha llegado el narcotráfico.
Era la mañana del 31 de julio. Rubén estaba en casa de unas amigas con las que había salido a tomar algo la noche anterior. El edificio en el que se encontraban tenía una cámara de seguridad. En la calle había otras seis. Como sucede en casos parecidos en México, casi todas las grabaciones estaban estropeadas.
Tres hombres entraron en la vivienda. Violaron, torturaron y asesinaron a las cinco personas que había en la casa. Se trataba de un nuevo paso en la violencia contra la prensa en México. La Ciudad de México dejaría de ser el refugio para los periodistas que se sintieran amenazados.
“No estudiamos Periodismo para cubrir funerales de compañeros”
El asesinato de Rubén movilizó a sus amigos y compañeros de profesión. Para Félix Márquez, fue un golpe del que aún no se recupera. “Nosotros no estudiamos la carrera de periodismo y de comunicación para estar cubriendo los funerales de nuestros compañeros”.
No solo el dolor; la amenaza también se extendió por los periodistas que querían contar libremente lo que sucedía en Veracruz. “Mucha gente trabaja para vivir y en Veracruz parece que estamos trabajando para morir en el periodismo”, comenta Félix. Una profesión que te obliga a hacer las maletas a un lugar cada vez más lejano.
Guardar la cámara o usarla en otra parte. El nuevo dilema para Félix. La muerte de su amigo fue el detonante para que decidiera abandonar México. Sin ayuda de ninguna institución pública, pero con el apoyo de compañeros de profesión, se instaló en otro país.
La violencia acaba en México con periodistas, con activistas, con cualquiera que levante la voz y cuente lo que pase. Detrás de las etiquetas del “país más peligroso para informar” o del “narcoestado” se esconden miles de historias silenciadas. Historias que retratan a un lugar donde matar sale más barato que informar.