Bombas contra campos de desplazados, asedio a ciudades y aldeas, carreteras bloqueadas sin paso posible para la ayuda humanitaria. El este de la República Democrática del Congo (RDC) vive atrapado en un bucle interminable de conflictos que se remontan a hace más de tres décadas en un vecindario de alianzas cambiantes y muy marcado por el genocidio de Ruanda.
En esta montañosa y extremadamente bella región, junto a algunos de los Grandes Lagos de África, con zonas de muy difícil acceso y plagada de recursos naturales, operan hoy un centenar de grupos armados distintos y se encuentran 5,6 de los casi 7 millones de desplazados del país, una cifra histórica casi récord, de las más altas del planeta. Hay más desplazados internos aquí que en Ucrania; casi los mismos que en Sudán y el triple que en Gaza.
Es fácil perderse en la telaraña bélica del este congoleño, tejida a partir de rivalidades étnicas, intereses territoriales, políticos y del control de minas de oro o coltán. En los últimos dos años ha emergido un nuevo viejo desafío para el Estado que ha disparado los niveles de violencia y agravado la crisis humanitaria estructural. Es el llamado Movimiento 23 de Marzo (M23), que ya en 2012, año de su nacimiento y breve irrupción, tomó temporalmente Goma, la populosa capital de la provincia de Kivu del Norte, y ahora amenaza con volver a hacer lo propio.
En febrero la violencia se ha intensificado, con frentes activos en varios puntos, saturando de heridos de guerra hospitales de lugares como Goma y Minova, y provocando de nuevo el desplazamiento masivo de decenas de miles de personas.
El M23 se creó a partir de un grupo de milicianos, fundamentalmente de la etnia tutsi, que se habían incorporado a las Fuerzas Armadas congoleñas en virtud de los Acuerdos de Paz de 2009 pero dejaron el Ejército y retomaron las armas. Tras casi una década de inactividad, el movimiento resurgió a finales de 2021 y en los últimos dos años ha elevado paulatinamente el nivel de su ofensiva, conquistando territorios en Kivu del Norte y asomando ya a las puertas de Kivu del Sur.
El grupo ha mantenido vínculos históricos con la vecina Ruanda. Las autoridades congoleñas acusan a las ruandesas de dar cobertura al M23, algo que estas niegan. Por su parte, las Fuerzas Armadas congoleñas (FARDC) han recurrido a la ayuda de contratistas militares privados, han recibido el apoyo de diferentes coaliciones de soldados de países africanos y han fomentado la animadversión de milicias locales hacia el M23 para crear una suerte de frente contra un enemigo común, al que combaten ahora, de manera inédita, incluso con drones y aviación.
Desde 2022 más de un millón de personas han huido de sus hogares por este conflicto, el más notable de los muchos que siguen afectando a la franja oriental congoleña. La mayoría se han refugiado, sobre todo, en atestados campos de acogida que se han ido levantando en torno a Goma, pero también en hospitales, iglesias, escuelas y en puntos mucho más septentrionales y remotos. El cólera, el sarampión y la violencia sexual han causado estragos.
El fotoperiodista congoleño Moses Sawasawa lleva años documentando en imágenes el conflicto en su país. Con base en Goma, capital de Kivu del Norte, Sawasawa asegura que él no eligió cubrir la guerra, sino que la guerra lo eligió a él. “Nací en la guerra. Desde mi infancia, jamás he visto la paz”. En las últimas semanas, sus imágenes han mostrado el impacto de la violencia en una población civil que cada vez tiene más complicado huir. “La situación es catastrófica”, dice el fotoperiodista. Con sus imágenes, Moses Sawasawa nos acerca a la parte más cruda de uno de los conflictos más largos de la región.
Esta fotografía está tomada en octubre en el territorio de Masisi, después de que los rebeldes del M23 asaltaran y arrasaran grandes áreas de algunas aldeas. Masisi, en Kivu del Norte, es epicentro de algunos de los enfrentamientos más violentos entre el M23 y las fuerzas del Ejército. “La situación es pésima. Muchas familias han perdido a sus seres queridos, e intentan alcanzar los campos de desplazados”, dice Sawasawa. Buena parte de estos campamentos están en las cercanías de Goma.
En esta imagen aparecen algunos jóvenes de los llamados wazalendo (“patriotas” en suajili) que se unieron a las fuerzas gubernamentales para expulsar a los rebeldes del M23 de su territorio.
“Wazalendo es todo aquel que es patriota: puede ser joven, hombre o mujer. Se unen para luchar por su país”, explica el fotoperiodista. No son ni una milicia ni un grupo armado: se trata de personas, en su mayoría jóvenes, organizadas en fuerzas de autodefensa con el objetivo de hacer frente a los rebeldes. Las autoridades congoleñas han tratado de promover el sentimiento nacional en medio de la lucha contra los grupos armados rebeldes. Según Kinsasa, desde noviembre de 2022 cerca de 40.000 miembros del movimiento Wazalendo se han unido a las filas del Ejército.
Al suroeste de Goma se encuentra el campo de desplazados de Bulengo, donde se refugian numerosas personas expulsadas de sus hogares por la violencia. La mujer que aparece de espaldas en esta imagen tomada en octubre de 2023 tiene 42 años. Los enfrentamientos de los últimos años en el este del país han obligado a desplazarse a cientos de miles de mujeres y chicas jóvenes, lo que se traduce en una enorme vulnerabilidad a agresiones sexuales.
Según Médicos Sin Fronteras (MSF), el número de víctimas de violencia sexual en los alrededores de los campos de desplazados es “alarmante”. La organización señala que casi todas las víctimas atendidas por sus equipos son mujeres y la gran mayoría sufrieron ataques al buscar alimentos o leña para el fuego fuera de los campamentos.
El actual presidente de la RDC, Félix Tshisekedi, renovó su mandato por otros cinco años en las elecciones del pasado 20 de diciembre, pese a las denuncias de fraude electoral por parte de la oposición. Según el recuento oficial, Tshisekedi obtuvo más del 70 por ciento de los votos. A estos comicios, celebrados en medio de una gran tensión, concurrían más de una veintena de candidatos.
La imagen de la izquierda muestra al líder opositor Martin Fayulu —un antiguo empresario petrolero, que se perfilaba como uno de los favoritos para desbancar a Tshisekedi— a su llegada a un mitin en Goma el pasado 30 de noviembre. A la derecha se ve al también candidato Denis Mukwege, premio Nobel de la Paz en 2018, en esa misma ciudad dos días más tarde para otro acto de campaña. Pese a su gran reconocimiento internacional, Mukwege no logró convencer a los congoleños y obtuvo menos del 1 por ciento de los votos. Martin Fayuli, por su parte, logró apenas el 5 por ciento, según el recuento.
En esta fotografía aparecen soldados kenianos de la Fuerza Regional de la Comunidad de África del Este (EAC, por sus siglas en inglés) a punto de subir a un avión en el aeropuerto de Goma el pasado 3 de diciembre para abandonar la RDC. Las fuerzas de la EAC habían sido desplegadas en Kivu del Norte en noviembre de 2022 para apoyar al Ejército congoleño tras el esurgimiento del M23.
Sin embargo, el Gobierno de Kinsasa rehusó renovar su mandato, por lo que en diciembre iniciaron su retirada. Ello ha abierto un interrogante sobre la capacidad del Ejército para hacer frente a la violencia. “Estamos esperando a ver qué pasa. Por ahora, estamos observando su capacidad”, dice Sawasawa.
En la RDC también se encuentra una de las mayores misiones de estabilización la ONU, la Monusco, en la que se han invertido miles de millones de dólares para ejecutar el mandato de proteger a los civiles y consolidar la paz. Sin embargo, también se enfrenta a la percepción de que no hace lo suficiente para frenar el conflicto. Esta misión comenzó una retirada gradual en diciembre de 2023.
Tomada en Goma el 7 de febrero, esta imagen muestra una protesta contra la comunidad internacional, encarnada en las banderas de Estados Unidos y la Unión Europea.
“La población está enfadada”, dice Sawasawa. “Acusan a la comunidad internacional de corrupción y de mantener silencio ante la masacre de civiles congoleños”. Además de en Goma, “en las últimas semanas ha habido manifestaciones en Kinsasa, la capital, en las que han quemado banderas de Estados Unidos y de la Unión Europea”.
También piden que la comunidad internacional actúe con medidas contra Ruanda. Ese país “desempeña un gran papel en este conflicto”, señala el fotoperiodista. “Un informe de Naciones Unidas muestra que el M23 está apoyado por Ruanda”, añade.
A principios de febrero, miles de personas se concentraban en la entrada de Goma tras huir de los choques entre militares y el M23. Esta fotografía fue tomada el 7 de febrero. “Había familias enteras intentando alcanzar los campos de desplazados”, dice Sawasawa.
“Ahora en [los alrededores de] Goma hay más de diez campos de desplazados —detalla—. Hay algunas oenegés que vienen con comida y algo de asistencia, pero la situación ahora mismo en la RDC es catastrófica”.
Esta fotografía fue también tomada el 7 de febrero. Los ataques del M23 tienen a menudo objetivos civiles, lo que ha llevado a miles de personas a huir aterrorizadas. La reactivación de los combates cerca de Sake, una pequeña ciudad a 27 kilómetros de Goma, hizo que más de 140.000 personas se vieran forzadas a escapar a inicios de mes.
El M23, con su resurgimiento diez años después de acordar la paz en 2013, está en el centro “de la peor violencia que se vive ahora” en el país, dice el fotoperiodista.
Una mujer herida durante los enfrentamientos en Sake descansa en la cama de un hospital en Goma el pasado 13 de febrero. En la actualidad muchas de las carreteras cercanas a esta ciudad y a Sake —vías cruciales para el movimiento de civiles, bienes y ayuda humanitaria— son infranqueables por los intensos combates, lo que hace aún más difícil el acceso a servicios esenciales y suministros.
Esta fotografía, tomada el pasado 14 de febrero, muestra a una joven empuñando un arma para defender la ciudad de Sake del asedio de los rebeldes del M23. Este es uno de los lugares donde jóvenes del movimiento Wazalendo se unieron a las Fuerzas Armadas para hacer frente al grupo armado.
Esta imagen fue tomada el 14 de febrero. Los rebeldes del M23 rodearon la ciudad de Sake durante algunas semanas. Bombardearon, entre otros objetivos, el campo de desplazados, lo que obligó a las personas que se refugiaban allí a huir de nuevo.