Un país roto por la guerra, roto por un temblor.
El devastador terremoto del pasado 6 de febrero en Turquía y Siria, con un saldo de casi 50.000 muertos y localidades enteras arrasadas, ha puesto bajo los focos la fragilidad del noroeste sirio, azotado por una guerra olvidada que va a cumplir doce años. El desastre ha abierto un nuevo capítulo negro en un escenario que, pese a la emergencia, sigue en los márgenes de la ayuda internacional.
En Siria, el temblor sacudió edificios e infraestructuras que ya se encontraban muy dañadas por años de bombardeos y ataques. Muchas de las estructuras que colapsaron estaban ya debilitadas a consecuencia del conflicto. El desastre ha dejado al descubierto, además, la debilidad del sistema médico, de emergencias y de asistencia humanitaria en la zona.
Para entender el impacto del seísmo en Siria es necesario ubicar las áreas afectadas y los poderes que las controlan. El terremoto afectó a las provincias de Tartús, Latakia, Hama y Alepo, que están bajo control del régimen de Bashar al Asad y sus aliados internacionales, Rusia e Irán. Pero el seísmo sacudió también territorios del noroeste del país donde operan otros grupos armados y opositores al régimen de Asad, que se concentran en la provincia de Idlib (que comparte una amplia frontera con Turquía), y algunas zonas rurales de las provincias limítrofes de Alepo y Hama.
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