Varias lonas de plástico y estructuras rotas de madera yacen amontonadas en el suelo. En la explanada no hay ahora donde resguardarse ni del sol abrasador del mediodía ni del frío de la noche. El centenar largo de refugiados sirios instalados allí se ha quedado sin más opción que la de dormir a la intemperie después de que sus tiendas de campaña fueran destruidas por militares libaneses.
Estas familias sirias, procedentes de Raqqa, llevan casi una década viviendo en Líbano, viviendo en este descampado detrás de un almacén de recambios para coches en la localidad de Marj, en el valle de la Bekaa. Ya hay una prole de niños que han nacido aquí.
Ninguna de estas personas, que huyeron de las bombas del régimen y las garras del Estado Islámico o incluso fueron engendradas en Líbano, tiene permiso de residencia ni está registrada en las oficinas de la Agencia de la ONU para los refugiados (Acnur). La falta de documentos adecuados los ha colocado en una situación de mayor vulnerabilidad: las autoridades libanesas han endurecido las medidas para regular a los sirios que viven en su país y ahora pueden enfrentarse a la deportación.
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