Luis Quesada llega sofocado. Su cuerpo está empapado en sudor. Botón a botón se desabrocha la camisa verdeoliva que lleva puesta, luego el pantalón; por último, unas botas militares. Debajo lleva un pulóver del F.C. Barcelona y unos pantalones cortos negros. De una mochila saca unas botas de fútbol y pide un balón. Alguien se lo envía por el aire. El balón no cae al suelo: Luis lo detiene con el empeine del pie derecho, le da un toque y lo levanta, se lo pasa al otro pie, a los muslos, a la cabeza, lo duerme en la nuca. Así estará haciendo filigranas durante un rato. Hasta que alguien le avisa de que ya puede entrar a la cancha.
Estamos en un área deportiva de La Habana Vieja, decenas de personas se reúnen todas las tardes en este sitio para jugar a fútbol. Cuando comienza el partido, Luis pide que detengan el balón: no se ha percatado y aún lleva en su cabeza la gorra del uniforme del servicio militar obligatorio en Cuba. Sale, la coloca en la mochila y vuelve a la cancha.
Hace un año y medio que el servicio militar cubano tocó a la puerta de su casa. Desde entonces hace guardias nocturnas. Su tarea es custodiar cada 24 horas las postas de vigilancia de una unidad militar. Después de cumplir, una madrugada sí y otra no, con sus guardias, Luis sale a la calle buscando fútbol. Tiene 18 años y, como todo adolescente, quiere imitar a su ídolo: el futbolista brasileño Neymar. En sus manos lleva tatuadas una cruz y un ancla, entre sus dedos se leen las palabras LOVE y SHHHH, una onomatopeya que invita al silencio. Tiene grabados en sus antebrazos los nombres de dos familiares y en la parte trasera de su pantorrilla izquierda el dibujo de un balón de fútbol con alas.
Los tatuajes de Luis son los mismos que lleva Neymar en su cuerpo. “Lo sigo en Instagram y Facebook y ahí he aprendido mucho de su vida. Mi sueño es llegar a ser un profesional como él”, dice quien es una de las promesas del equipo juvenil de fútbol sala del municipio Habana Vieja. A Luis le quedan solo unos meses para completar sus dos años de servicio militar y una vez termine ya podrá dedicarse por completo al fútbol organizado. Ahora, mientras está de guardia, realiza en el día tres turnos de tres horas intercalados con descansos y encima carga con un revólver de cañón largo marca CZ, unas esposas plásticas y un espray con gas pimienta.
“Es un tiempo muerto, perdido, que tiene que pasar; uno hace de todo para salir de él, mato esas horas con fútbol”, dice Luis.
A cada guardia, lleva su teléfono escondido. Lo coloca sobre su cabeza, se pone la gorra encima y así llega a la posta sin que se percaten sus superiores. Una jugada riesgosa que le puede costar semanas sin ir a casa si lo atrapan in fraganti. Cuando no hay nadie cerca, lo enciende, busca una carpeta con más de cien videos de fútbol y así intenta que se le vaya el tiempo.
Hace tan solo cinco años, cuando Luis comenzaba a practicar fútbol, el Gobierno cubano permitió a sus ciudadanos el acceso libre a internet. A partir de entonces, el país ha habilitado 666 salas de navegación, 752 áreas públicas con conexión wifi, ha colocado internet en las casas de algunos barrios y ha autorizado el servicio de datos móviles, condiciones que han favorecido el seguimiento mediático del fútbol internacional.
Con la apertura de Cuba al mundo, el más universal de los deportes, una maquinaria mercantil especializada en captar audiencias, logró afianzarse en la isla como la pasión más practicada y más seguida desplazando al béisbol, bastión de la revolución y deporte nacional. Así, la globalización también conquistó uno de los últimos reductos del comunismo en Occidente.
Pero no fue en 2013 cuando Cuba comenzó a padecer la fiebre del fútbol, sino a mediados de la primera década del actual siglo. El béisbol cubano perdió muchos aficionados por la emigración de sus peloteros hacia ligas profesionales extranjeras, y el fútbol se abrió paso con las retransmisiones televisivas de los principales torneos de selecciones y clubes internacionales.
Antes de que Cuba comenzara a transmitir en su televisión nacional las ligas foráneas, la única alternativa que tenían los aficionados para seguir el fútbol era captar la señal de onda corta de emisoras radiales fuera de los límites del archipiélago caribeño… a través de una radio soviética.
En 2008, Raúl Castro asumió las riendas políticas del país al sustituir después de 49 años de mandato a su hermano Fidel, a quien una enfermedad sacó del puesto. Una de las primeras reformas del nuevo presidente fue permitir el acceso de los cubanos a los hoteles de su país, algo que hasta entonces tenían vetado. De esta forma, los fans del fútbol empezaron a acudir en masa a los bares de los hoteles para presenciar los partidos en vivo a través de la televisión satelital.
Una década después, con el acceso a internet, los cubanos no solo han hecho de los diarios y las revistas especializadas en fútbol sus productos preferidos en la red, sino que también han comenzado a generar sus propios contenidos.
Daguito Valdés, 35 años, vive en Pinar del Río, la provincia del extremo occidental de la isla, y es youtuber. Desde 2017, Yo hablo fútbol se ha convertido en una alternativa cubana a los programas de los grandes canales de televisión especializados. Con más de cien capítulos disponibles en su canal de YouTube, Daguito Valdés comenta: “Desde el minuto uno, mi sueño fue trabajar para los cubanos, hablarles a los cubanos, he venido a llenar la opinión de casa”.
La idea de Yo hablo fútbol surgió cuando Daguito y unos amigos crearon un show en vivo en un cine de Pinar del Río. El espacio era quincenal y en cada cita se reunían alrededor de 150 personas para debatir sobre fútbol, pero al gobierno de la provincia le molestó la iniciativa y decidió cerrar el espectáculo. A Daguito no le quedó alternativa, tuvo que modificar su idea y subirla a internet.
Tiempo después, ya afianzado dentro de la comunidad de youtubers cubanos, el creador de Yo hablo fútbol fue invitado durante la pasada Copa del Mundo de Rusia a Mesa redonda, el programa de análisis político del oficialismo, para analizar lo acontecido en el certamen. Fue la primera vez que la televisión nacional presentó a un youtuber en sus pantallas.
Cuba cambia, su afición por el fútbol también
Con la llegada de Raúl Castro al poder y la implementación de sus reformas socioeconómicas, la fisionomía de Cuba cambió. En 2010, el Gobierno aprobó el trabajo por cuenta propia y la propiedad privada comenzó a florecer en el país. Hoy día, después de que en 2017 el Gobierno detuviera por un año la entrega de licencias para ejercer nuevas actividades —con el argumento de que el sector privado necesitaba un reordenamiento—, se encuentran registrados 591.456 trabajadores privados, lo que ha generado 434.000 nuevos empleos.
Con la fiebre del fútbol, es común ver cafeterías, restaurantes, bares, barberías o taxis con banderas y pósters alegóricos del Real Madrid, el Barça, el Manchester United o el Bayern de Múnich.
También han surgidos proyectos como Fembolers, un grupo de mujeres feministas que ha decidido desarrollar un espacio que usa como pretexto el fútbol, pero cuyo objetivo fundamental es la interacción social.
Fembolers comenzó su actividad en marzo de 2017 y desde entonces, una vez a la semana, alrededor de quince mujeres se reúnen con un entrenador para practicar fútbol. “Es una manera de demostrar que las mujeres pueden jugar a fútbol, bien y mal, como los hombres; nuestra única regla es que todas las mujeres que quieran participar son bienvenidas”, dice Marta López, de 33 años, una de las fundadoras.
Cuando estas jugadoras pisan la cancha el marcador pasa a un segundo plano, no importa quién anote o quién pierda un balón en zona defensiva, quién descuide su marca o quién erre un pase al costado: lo importante es estar en ese sitio abriéndole un orificio a la gruesa manta de la machista sociedad cubana.
En un inicio, durante las primeras sesiones, no llegaban ni a cinco futbolistas. El par de horas de ocio se les iba cayéndole detrás a un balón descarriadamente. Luego, poco a poco, fueron sumando integrantes hasta llegar a formar dos escuadras de cuatro y, al menos, poder armar un partidillo de fútbol reducido. En ese impase llegó el entrenador y se organizaron. Camisetas, conos de calentamiento y más balones le cambiaron el rostro al proyecto. Tuvieron una pequeña inyección de instrucción. Crecieron.
El profesor lleva por nombre Romario, un tributo de su padre al legendario futbolista brasileño. Romario Díaz tiene 19 años, estudia licenciatura en Cultura Física y es hijo de uno de los directores técnicos más prestigiosos de Cuba, Darién Díaz. Juega en la primera división de fútbol de La Habana y está considerado un talento en ascenso. De vez en vez se mezcla entre las jugadoras y, cuando el partido está trabado, dribla de puerta a puerta para romper el nudo del empate.
“Han crecido muchísimo, ya saben tocar con el interior del pie, saben conducir; la idea no es que se vuelvan futbolistas, pero sí que aprendan para que se puedan divertir más”, dice el entrenador.
Después de más de un año de fundado el proyecto, ya han pasado por Fembolers cerca de 60 mujeres. Sheila Gutiérrez, ingeniera hidráulica de 26 años, es la más dotada con el balón en los pies: encara, hace filigranas y le pega con las dos piernas a portería. De su experiencia añade: “Aparte del deporte, esto es un espacio de interacción y cooperación de saberes, un espacio grupal del que carecemos las mujeres”.
Zulueta, la cuna del fútbol en Cuba
Zulueta, a 300 kilómetros de La Habana, es un pueblo intrincado de la provincia de Villa Clara. Es un antiguo poblado que vivía del ingenio y de la industria azucarera en tiempos de la colonia española. Aún los portales conservan la fachada de antaño, las calles son estrechas y algunas están sin asfaltar, no hay tráfico y se ven pocas personas caminar.
En Zulueta hay una sola plaza pública y en su centro se levanta una escultura de un metro y medio de alto: un balón de fútbol. Debajo tiene una tarja donde se lee: “Este monumento es un merecido homenaje a todos los zulueteños que hicieron, hacen y harán posible que a nuestro pueblo se le denomine la cuna del fútbol”.
El autor es Rody Anaya, un descendiente de canarios de 76 años, que desde 2000 se ha dedicado a llenar el pueblo de esculturas de granito y cemento como las de la plaza. “En este pueblo lo que se respira y lo que se habla es fútbol, es nuestra razón de ser”, dice Anaya, sentado en un sillón en el portal de su casa.
Justo frente a la escultura del parque está la única heladería de Zulueta. Su nombre: Copa del Rey. La carta, las paredes y los manteles hacen alusión a la rivalidad entre el Real Madrid y el F.C. Barcelona, entre Cristiano Ronaldo y Lionel Messi.
En el pueblo vive Nelson Curiel, un fanático crónico del fútbol argentino y en especial del club Boca Juniors. A sus 59 años, Nelson tiene decidido que el día que muera, su familia tendrá que enterrarlo con la camiseta y la bandera del club de sus amores. Su casa está decorada con banderas y escudos del fútbol argentino. En las repisas y las paredes no hay fotos de su familia, los rostros que aparecen son los de futbolistas emblemáticos: Di Stéfano, Maradona, Batistuta, Messi. “La religión de este pueblo es el fútbol, somos unos enfermos a él, seguimos desde lo local hasta lo internacional”, dice Curiel, vestido con camiseta, pantalones y gorra de la selección argentina.
Como muchos cubanos, él nunca ha viajado fuera de la isla. Su sueño es ir algún día a La Bombonera, la cancha de Boca Juniors, en Buenos Aires. “Antes no se podía viajar y ahora la situación económica me lo impide”, aclara, porque no fue hasta 2013 que el Gobierno de Cuba permitió que sus ciudadanos pudieran viajar. Hoy, amén de que la imposibilidad ya no existe, para Nelson y el resto de los cubanos sin acceso a divisa es casi imposible plantearse un viaje, pues el salario medio del país está entre los 27 y 30 dólares al mes.
A sus 24 años, Arichel Hernández sí ha viajado. Nacido en Zulueta, es uno de los delanteros de la selección nacional y actualmente es también jugador del club profesional Independiente de Chorrillo de Panamá. Con la anuencia del Gobierno cubano, Hernández gestionó su contrato en el exterior, una política deportiva que se empezó a implementar en 2014 y que de algún modo rompió con las añejas prácticas del deporte amateur en la isla. “Lo más fuerte de estar afuera es ver lo atrasados y lejos que estamos con respecto al mundo; el fútbol cubano para desarrollarse tiene que comenzar a modernizarse, no solo con talento basta”, opina Arichel.
Ray Piedra, 32 años, es central del equipo de Zulueta, pero el fútbol le queda muy viejo, por eso dio un paso al costado. “En Cuba, el que juega a fútbol no come; muchos, al final, lo dejan por eso”, dice. Ray es licenciado en Pedagogía y trabaja en una empresa de la construcción. “Mi trabajo no me gusta, pero tengo que hacerlo para sobrevivir, por el salario. El fútbol es un vicio que hay que controlar, porque una vez que entras no puedes salir”.
El fútbol sala como estandarte
Si de algo puede presumir el fútbol cubano es de su balompié de sala. Primero porque es el deporte más practicado en toda la isla con distancia del resto de las disciplinas y segundo porque los antillanos han logrado participar en cinco copas mundiales. En Cuba, es común toparse con cualquier espacio improvisado convertido en una cancha de fútbol reducida. En la calle, en un parque, en un jardín, en un terreno de béisbol, en cualquier sitio. Y quizá por ello los caribeños sean los actuales campeones del Caribe en fútbol sala.
La última versión de la Copa del Mundo de fútbol sala tuvo lugar en Colombia en 2016. El portero de la selección nacional fue Bresner Suárez, un portento físico de casi dos metros de estatura.
Bresner nació en La Habana Vieja, en un edificio que hoy se encuentra en un lamentable estado: escalera hecha añicos, columnas sostenidas y apuntaladas por torres de madera, ventanas descolocadas que casi cuelgan en el aire y un olor insoportable a orines. Los balcones derruidos de la edificación colindan con una cancha de fútbol de cemento, el lugar donde Bresner aprendió a tocar el balón. Desde el terreno, si uno levanta la vista, da la impresión de estar en un coliseo romano, rodeado de personas en la altura como si hubiera gradas, personas que tienden ropas, lavan, toman ron, café o hablan por teléfono, personas que hacen sus vidas desentendidas de lo que les sucede debajo de sus pies.
“Participar en el Mundial es lo más grande que me ha pasado, una experiencia extraordinaria”, dice Bresner, de 26 años. El portero de la selección nacional tiene la vista clavada en el terreno mientras habla, da indicaciones, corrige y aconseja desde su balcón. “Aquí mismo y así empecé yo, con empeño todo se logra; por eso siempre intento decirlo eso a estos muchachos, es que me veo a mí en ese mismo sitio de niño”, dice.
Hace poco más de tres años, las autoridades deportivas de Cuba instauraron una nueva política deportiva que permite a los cubanos ser contratados por clubes profesionales en el exterior, lo que les otorga una mayor remuneración económica. Hasta ese momento era imposible que un deportista cubano firmara un contrato fuera de la isla y ganara algo más de los 30 dólares de salario básico del país o probara su talento a un mayor nivel cualitativo. Ahora, con este cambio, Bresner Suárez tiene la intención de ser fichado por algún equipo foráneo. “Es indispensable para seguir creciendo, al final no se puede esconder que en Cuba hay talento, pero faltan las condiciones, los estadios, hay necesidad de sumar las buenas cosas”, dice.
Jesús Pereira, de 68 años, es el secretario general de la Asociación de Fútbol de Cuba. Sobre el fútbol sala plantea: “No hay un deporte en Cuba que se practique más que el fútbol, entonces tenemos que aprovechar esa masividad para revertirla en resultados internacionales”.
En fútbol sala, Cuba además cuenta con dos de las tres únicas árbitras FIFA de todo el Caribe: Dunia Caridad y Brenda Valdés, ambas de 27 años.
Fútbol = globalización
En 2015, Sergio Ramos, capitán del Real Madrid, visitó La Habana Vieja invitado por Unicef. Una de las actividades en las que participó fue un partido de barrio con vecinos del municipio. Ramos jugó en el mismo equipo que Ángelo Suárez. “Nunca pude relajarme, le di un pase a gol y después él me dio uno a mí que fallé por el nerviosismo. Dos horas después del partido aún me temblaban las manos, llegué a mi casa y dije que no me iba a bañar ese día porque había tocado a Ramos”, dice el chico, de 20 años.
Abel Eduardo también tocó a Sergio Ramos y este le dedicó un autógrafo después de todo un día de persecución. Abel es fan del Real Madrid y es uno de los 1.100 socios de la Peña Madridista de La Habana, un grupo de aficionados que religiosamente se reúne en cada partido del club. La peña está reconocida oficialmente como una de las tantas que el Real Madrid tiene alrededor del orbe. Además de Ramos, Abel tiene camisetas firmadas por Iker Casillas, Raúl González y Laurent Blanc. Su armario está lleno de reliquias del fútbol: en percheros y gavetas atesora añejas chamarretas oficiales, bufandas, pantalones, escudos, enseñas y banderas.
En la Habana Vieja, para disfrutar de la pasada Copa Mundial de Rusia, Orlando Vega, de 29 años, decidió brindar su casa a cualquier fanático de Argentina que quisiera disfrutar en compañía los partidos de la selección sudamericana. Junto a un amigo, pintó las paredes del interior de la casa de azul claro y blanco, en el techo dibujó en color amarillo el sol de la bandera argentina y colocó por todos los rincones fotos y camisetas de la selección albiceleste. En el centro de la sala dejó un espacio en alto para colocar el proyector con el que verían los partidos.
Para tristeza y decepción de Orlando, Argentina fue un fracaso y cayó eliminada del torneo. “El verdadero fanático es el que sufre en los peores momentos y sigue apoyando”, dice. Hace dos años, Orlando tuvo su primer hijo. Durante el embarazo de su esposa, ambos hicieron un trato: si era varón, el nombre lo ponía él; si era hembra, su esposa. El niño se llama Lionel.