“La lengua inglesa no me necesita”, dice y sonríe el escritor keniano Ngũgĩ wa Thiong’o. “Las lenguas africanas me necesitan”.
¿Y si se equivoca?
El poeta y dramaturgo nigeriano Wole Soyinka ganó el premio Nobel de Literatura en 1986: escribía en inglés. El escritor egipcio Naguib Mahfouz, a lomos de su trilogía de El Cairo —en árabe—, hizo lo propio dos años después. A Nadine Gordimer y J.M. Coetzee les tocó en 1991 y 2003, de nuevo gracias a una obra que se había publicado en inglés.
Si Thiong’o (Kamirithu, Kenia, 1938) ganara el premio Nobel, sería el primer escritor en una lengua del África negra —el kikuyu— en recibirlo. Está claro que la Academia Sueca nunca ha pretendido esculpir un canon equilibrado y que su eurocentrismo es genético, pero el desprecio intelectual a la mayoría de culturas no occidentales es ya un anacronismo insostenible. Hasta el punto de que, quizá, el Nobel necesite más a Thiong’o de lo que Thiong’o necesita el Nobel.
Nacido en el seno de una familia campesina, James Thiong’o Ngũgĩ —ese era su nombre de nacimiento, pero lo cambió cuando renunció al cristianismo— se empeñó en ir a la escuela pese a la situación económica familiar. La rebelión anticolonial Mau Mau —Thiong’o recuerda siempre que el movimiento se llamaba a sí mismo “Ejército de la Tierra y la Libertad”, pero perduró el nombre que usaron los ingleses— coincidió con su adolescencia y se convirtió en uno de los leit motiv de su literatura.
Fue desde el principio un narrador que pensaba y un pensador que narraba. Cuando se fue a estudiar a la Universidad de Leeds, ya había escrito dos novelas (El río que nos separa y No llores, pequeño), varias obras de teatro y nueve cuentos. Mientras diseccionaba la obra de George Lamming y Joseph Conrad, escribió en Leeds Un grano de trigo, siempre en inglés.
A su vuelta a Kenia, siguió escribiendo en la lengua colonizadora y no en la minorizada, tal y como era y es norma entre las élites y la clase intelectual del continente. Tras la representación de una obra de teatro crítica, fue arrestado —sin cargos— y encarcelado por el régimen de Daniel arap Moi. Allí llegó la transformación. El papel higiénico de la cárcel era demasiado áspero para limpiar el culo, explicaría luego, pero lo suficientemente duro como para escribir en él. Thiong’o redactó en cautiverio la primera novela moderna en kikuyu: El diablo en la cruz (1981).
Estuvo un año en la cárcel y, al salir, se fue a presentar su obra al Reino Unido. Se quedó dos décadas en el exilio, aunque con los cambios políticos en su país pudo volver. A donde no regresó fue al inglés: salvo algunos ensayos y conferencias, Thiong’o escribió a partir de entonces en kikuyu. Llegaron libros como Matigari y El brujo del cuervo.
“Es un intelectual al servicio del pueblo”, dice su editora Laura Huerga, fundadora de la exquisita y combativa editorial Rayo Verde, en la que se pueden encontrar varios libros de Thiong’o. “Explica fábulas a partir de su experiencia. Hace de su experiencia un relato político. Y lo hace fácil de asimilar. Quiere ser entendido. Repite mucho las cosas y pone sobre sí mismo la responsabilidad de que el mensaje llegue o no llegue. Por eso siempre digo que es humilde y generoso”.
Hay dos ensayos —recopilación de conferencias— esenciales para entender un pensamiento en el que política y literatura no se entreveran, sino que son la misma cosa. Descolonizar la mente y Desplazar el centro, ambos escritos en el siglo XX, son libros vigentes, demasiado vigentes. Thiong’o no postula un aislacionismo cultural y lingüístico, sino un desplazamiento del centro a la periferia que permita que el encuentro entre culturas se produzca en condiciones de igualdad y respeto mutuo. Hay que desplazar, propone Thiong’o, el centro creativo de Occidente y de las élites hacia todas las culturas del mundo y hacia las clases trabajadoras.
La entrevista con Thiong’o tiene lugar durante su última visita al Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB). Está cansado. En breve debe volar a Estados Unidos, donde es profesor de Literatura Comparada en la Universidad de California, Irvine (UCI). Estoy nervioso y pregunto qué hora es, porque sé que no tendremos mucho tiempo. “Es la hora de dormir”, dice y sonríe. Thiong’o siempre dice y sonríe.
Usted siempre dice que la literatura universal debe ser menos eurocéntrica.
Todas las literaturas del mundo, todas las lenguas del mundo, tienen mucho que darse las unas a las otras. Las lenguas son tesoros de belleza. Las lenguas y las literaturas no deberían relacionarse en base a una jerarquía, sino en base a una red. He leído literatura rusa, que me gusta mucho, española, que me gusta mucho, francesa, que me gusta, inglesa, que me gusta, y cada una me da una cosa. De la misma manera, las literaturas africanas o asiáticas también tienen algo que dar.
¿A qué considera usted actualmente literatura africana? De Chinua Achebe y otros escritores ha dicho que son euroafricanos.
Lo que quería decir es que incluso yo, en mis primeros cuatro libros, escribí en inglés. Y haciendo eso no estaba contribuyendo a las lenguas africanas, sino a la expansión del inglés. Pero después, a partir de 1978, empecé a escribir en kikuyu. Así es como debe ser. Las literaturas deben crecer en todas las lenguas disponibles, pero a la vez todo debe ser compartido a través de la traducción.
¿No cree que hay muchos escritores africanos escribiendo en inglés y francés mientras que en otros lugares, como la India, se escribe más en bengalí, en tamil…?
No, no todos lo hacen.
No, claro, muchos escriben en inglés también…
Es un problema global que se produce donde ha habido pueblos colonizados. La élite que fue colonizada tiende a ser dominada por la lengua del conquistador. La lengua del conquistador ha capturado sus mentes. Pasa entre los maoríes, los latinoamericanos, los indios… Las lenguas de los pueblos colonizados han tenido que luchar siempre, porque la producción intelectual tiende a ser en la lengua del conquistador. Obviamente, en lugares como la India, con una larga historia de textos en sánscrito y otras lenguas, hay más, estoy de acuerdo con usted, escritura en lenguas indias. Pero incluso en ese caso, la lengua dominante es todavía el inglés.
¿La colonización era antes política y ahora económica? ¿Es ese el motivo por el que muchos autores escriben en inglés? Para que el mercado…
No… No es exactamente eso. Islandia tiene 300.000 habitantes que sostienen la literatura y la producción intelectual en islandés. Los yoruba en Nigeria son 40 millones… Si algo más de un cuarto de millón de personas puede sostener una literatura y una producción intelectual, ¿por qué no 40 millones?
¿Por qué?
Por la herencia del colonialismo, que ha hecho que las lenguas europeas sean las lenguas del poder, y por tanto las lenguas de la educación, de la administración… El sistema educativo trajo a una élite cuya conceptualización del mundo, incluido el suyo, es a través de la lengua dominante, en este caso la de los colonizadores.
¿En qué escritores africanos actuales está más interesado? Chimamanda Ngozi Adichie, que escribe en inglés…
Es una muy buena escritora, no hay duda. A ver, seré muy cuidadoso. Si escribes en una lengua africana, eso no significa que tu libro vaya a ser una obra maestra. De la misma manera, si escribes en inglés no significa que no pueda ser un buen libro. Al contrario, hay grandes libros escritos en inglés por no ingleses. No pongo en cuestión la calidad de lo que han producido intelectuales colonizados en inglés, francés o portugués. En términos de calidad, son obras fantásticas. Lo que digo es que, cuando se hace eso, o cuando yo escribía en inglés, contribuía a la expansión del inglés en detrimento del kikuyu. Y son las lenguas africanas las que me necesitan. El inglés no me necesita, las lenguas africanas sí.
No parece que los escritores africanos hayan despertado a esa realidad.
Cierto, pero necesitamos también políticas públicas a favor de las lenguas africanas. Poner recursos a su servicio. Hay que apoyar a las editoriales que quieren explotar las posibilidades de su mercado en lenguas africanas. Hay que crear las condiciones para que emerja la riqueza que existe en las lenguas africanas.
Ha escrito muchas novelas y ensayos. Le preocupa tanto la ficción como el pensamiento. ¿Se siente más un contador de historias o un pensador?
Soy un contador de historias, pienso a través de historias. [Ríe]. Escribo ensayos, pero lo que me gusta más es escribir ficción. Los ensayos me llaman más cuando estoy explorando nuevas ideas. Es cierto que uno de mis libros más populares, Descolonizar la mente, es un ensayo. Parece que a través de él hable a personas de diferentes comunidades en todo el mundo.
Es un libro de 1986 y sigue siendo actual.
Sí. Cuando voy a Barcelona o a la India veo esa relación entre lenguas. Es un problema global.
En Estados Unidos y Europa hay un auge de la extrema derecha, la xenofobia y el racismo. ¿Qué piensa sobre esto como autor africano?
En mi cuento La revolución vertical digo que la cabeza no es fascista. ¿Por qué? Porque si incluso el dedo más pequeño tiene dolor, todas las demás partes del cuerpo sienten dolor, incluida la cabeza. El bienestar de cualquier parte del cuerpo resulta en el bienestar de todo el cuerpo. Tenemos que aprender de lo que nos dice el cuerpo. Los fascistas están en contra de la naturaleza de nuestro ser. Son como algo podrido. No son parte de las cosas que crean la vida.
Hay racismo en el sistema político, pero también en el mundo literario. El premio Nobel, para el que usted suena como ganador, tiende a ser eurocéntrico, blanco y masculino. ¿Cree que esto cambiará en algún momento?
No solo son demonizadas las víctimas del racismo, sino también los propios racistas. Es deshumanizador. Es una consecuencia de la jerarquía, de ver el mundo siempre en términos de jerarquía. Una solución que se desprende de La revolución vertical es la idea de red. Un ser humano es una red, sus partes son una red. Si tienes dolor de cabeza, no puedes trabajar, caminar… Todas las partes del cuerpo dependen de ellas mismas, igual que todo el cuerpo depende del aire, del agua y del medioambiente. El equilibrio de dar y recibir es aquello de verdad humano.
El concepto de cuerpo es muy importante en su obra.
Sí, porque todo lo que ha desarrollado el ser humano es una extensión del cuerpo: hay tecnologías que han ampliado las funciones de las manos, del oído, de los ojos… Y los ordenadores hacen lo propio con el cerebro. Las fantásticas tecnologías son extensiones de cosas que el cuerpo ya tiene. El lenguaje del cuerpo es una lección para el ser humano.
Escribió su primera novela en kikuyu en la cárcel. ¿Cómo fue aquella experiencia?
Me encarcelaron por escribir una obra de teatro, y entonces, en la prisión, escribí la primera novela moderna en kikuyu sobre papel higiénico. Aquello era pura supervivencia. Aprendí a valorar una cualidad de los seres humanos: la imaginación. La imaginación te conecta con el mundo, y escribir la novela El diablo en la cruz era parte de mi supervivencia. La imaginación me ayudó a sobrevivir.
¿Cómo es su relación actual con Kenia?
Ahora no hay dictadura en el sentido tradicional, puedo hablar de forma más libre, no te meten en la cárcel por criticar… Pero, por supuesto, hay problemas de desigualdad y de pobreza.
¿Ve motivos para la esperanza en África?
Debemos mantener viva la esperanza. Los seres humanos debemos hacerlo. Los regímenes autoritarios en todo el mundo quieren que perdamos la esperanza, que pensemos que no se puede cambiar nada. Hay que soñar un futuro diferente. Los regímenes autoritarios nos quieren decir que esto es lo mejor, que este es el mejor sistema económico posible… El Imperio romano decía que era el mejor de los mundos posibles, pero no era verdad. El mejor de los mundos posibles está por llegar, y tenemos que soñar y trabajar para que llegue. La literatura es un producto de la imaginación. La literatura alimenta la imaginación. Y sin imaginación, no somos nada como seres humanos.
Esta entrevista nace de una colaboración entre el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona y 5W.