Como en un patio de colegio, el incendio del pasado 15 de abril en la catedral de Notre Dame de París desató la propagación de decenas de fakenews en redes sociales. Algunas personas afirmaban que los causantes del fuego habían sido islamistas radicales y que en su lugar construirían una mezquita, otras hablaban de una posible conexión entre el incendio y la visita a París del presidente ucraniano, Volodimyr Zelensky, y algunos sectores culpaban al presidente francés, Emmanuel Macron, de intentar distraer la atención de la crisis de los chalecos amarillos. La líder parlamentaria de la ultraderechista Alternativa para Alemania, Alice Weidel, no tardó en escribir un tuit relacionando el desastre con ataques contra cristianos en Francia. Decía: “En Semana Santa arde Notre Dame. Marzo: arde la segunda iglesia más grande, Saint Sulpice. Febrero: 47 ataques en Francia”, y enlazaba a una noticia sobre ataques contra iglesias católicas. Sin mentir en los datos concretos, Weidel intentó desplazar el foco de atención hacia la comunidad musulmana: una forma de sembrar la confusión que va más allá de la mentira.
Sobre desinformación, fakenews y la llamada era de la posverdad conversamos con la catedrática sueca de filosofía teórica Åsa Wikforss en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), donde fue invitada para debatir sobre la “resistencia al conocimiento”: el miedo o la negativa a aceptar hechos demostrados que van contra nuestras ideas. Ha escrito un libro sobre ello, de momento sin traducción al español: Alternativa fakta. Om kunskapen och dess fiender (Hechos alternativos. Sobre el conocimiento y sus enemigos).
Según la filósofa, son cuatro los componentes que configuran la denominada posverdad: el nuevo paisaje mediático, la gran cantidad de desinformación, la creciente polarización y la pérdida de confianza del lector en los medios de comunicación. Wikforss, de 57 años, considera que ha habido otras eras en las que se han dado estos elementos, pero cree que la novedad es la tecnología. “La humanidad cambia cada vez que obtiene una nueva herramienta para la comunicación”, dice, y pone varios ejemplos: los filósofos griegos estaban preocupados porque el lenguaje escrito permitía plasmar la mentira; la imprenta permitió la rápida difusión de la Reforma protestante; a principios del siglo XIX, los periódicos dieron paso a la democracia liberal; después llegó la radio, muy utilizada, por ejemplo, por los nazis alemanes, y en la década de 1960 la televisión cambió la política, especialmente en Estados Unidos. “La diferencia ahora es que la producción de contenidos es barata, fácil, accesible y tiene alcance global”, dice la filósofa, elegida el pasado 10 de mayo para ocupar el último asiento vacante de la Academia Sueca, que cada año otorga el premio Nobel de Literatura.
Los mecanismos del conocimiento
El exjefe de prensa de la Casa Blanca Sean Spicer mintió sobre el número de asistentes a la investidura de Donald Trump: dijo que había más gente que en la de Barack Obama en 2009, pese a que las fotografías y los datos sobre el uso de transporte público lo desmentían. En una entrevista televisiva, un presentador de la NBC preguntó en enero de 2017 a Kellyanne Conway, consejera de Trump, por qué Spicer mintió. Esta respondió con una expresión que dio la vuelta al mundo: el exjefe de prensa simplemente había ofrecido “hechos alternativos”. Aquel episodio tuvo lugar poco después de que el diccionario de Oxford eligiera “posverdad” como palabra del año 2016 para definir un fenómeno ligado a conceptos como fake news y desinformación.
“No hay hechos alternativos —sentencia la filósofa—. Hay descripciones alternativas del mundo, algunas ciertas y otras falsas”. Según el esquema que ella propone, cuando los miembros del gabinete de prensa de Trump presentaron sus “hechos alternativos”, en realidad estaban mostrando resistencia a los hechos o al conocimiento.
Especializada en la intersección entre la filosofía de la mente y el lenguaje, Wikforss desgrana los mecanismos del conocimiento. Afirma que para que haya conocimiento se deben dar tres factores: creencias, verdades y pruebas. Si falla uno de ellos, ya no es posible. Y pone un ejemplo: Si yo no creo que la Tierra sea redonda, por mucho que sea cierto y que esté demostrado, no tendré este conocimiento. La paradoja es que a veces los individuos dependemos de otras personas para saber de esas evidencias, pero sin experiencia previa es difícil valorar la credibilidad de la fuente. Obtener conocimiento “requiere confianza, y la confianza puede ser manipulada”, argumenta. Para la filósofa, una de las voces más activas en su país a la hora de hablar del conocimiento, es necesario empezar a asentar los cimientos desde los colegios para que la población más joven aprenda a discriminar las fuentes; a partir de ahí, hay que fijarse en las instituciones a las que pertenecen los expertos y asegurarse de que tienen mecanismos de comprobación.
La autora sostiene que la posverdad se ha dado, en gran medida, por la pérdida de confianza. “Si la gente no confía en los medios de comunicación o en los investigadores, se produce una pérdida de la verdad y del conocimiento”, dice.
Amenaza a la democracia
Entramos en el terreno de la posverdad cuando las emociones y las creencias personales influyen más en la opinión pública que los hechos contrastados, dice la filósofa. De este fenómeno —continúa—, fertilizado con mentiras, falsedades y engaños, han brotado burbujas de opinión relacionadas con importantes acontecimientos de los últimos años, como el Brexit, la victoria de Trump o el auge de la extrema derecha en Europa, que avanza a caballo de bulos sobre la inmigración.
Wikforss entiende que la polarización social no se produce por las preocupaciones de los individuos, sino por la explotación que los políticos hacen de ellas. “El del Brexit es un gran ejemplo. Hay quejas, la gente está preocupada, pero las preocupaciones por sí mismas no son suficientes [para generar ese grado de polarización]. Cuando los políticos utilizan esas identidades (‘tú eres parte de un grupo y ellos de otro, y tenéis intereses opuestos’) se convierten en políticos populares porque pueden explotar las emociones y preocupaciones de las personas”. Y esto es algo terrible para la sociedad, dice, porque cuando la gente siente que hay una fuerte polarización se guía por sus emociones. “¿Estará la gente predispuesta a escuchar los argumentos del otro lado? No, simplemente los descartarán”.
Para la catedrática sueca, la desinformación es “una amenaza para la democracia, porque conduce a la manipulación”. A su juicio, empuja a la gente a votar a políticos poco democráticos, que una vez en el poder desmantelan las instituciones poco a poco. “Mussolini dijo que si desplumas a un pollo pluma por pluma, nadie lo notará hasta que esté desnudo. Esto es lo que está sucediendo —dice, poniendo como ejemplo la Hungría de Viktor Orbán—. Y una vez desmanteladas las instituciones en las que se basa la democracia, dicen que hay elecciones libres. ¿Elecciones libres? Si no hay conocimiento, nadie sabe nada de las acciones de los políticos, de sus consecuencias y de la situación de la sociedad, y solo se habla sobre emociones…”.
Wikforss cree que la extrema derecha en Europa tiene una estrategia —estar en la UE para socavarla desde dentro— detrás de la cual, afirma, está la figura de Steve Bannon, el empresario y estratega político estadounidense que llevó a Donald Trump al ascenso político. Tras ser expulsado de la Casa Blanca, Bannon fundó en Europa la asociación The Movement con la intención de agrupar y asesorar a partidos de extrema derecha de cara a las elecciones. “Parece que no está funcionando tan bien como esperaban. Una periodista sueca se preguntaba cómo se unirían los partidos populistas europeos si su problema es que no les gusta tener compañeros. Es la contradicción del movimiento populista internacional”, dice.
fake news y medios de comunicación
En 2016 un grupo de jóvenes de Macedonia se hizo de oro generando fake news a favor de Donald Trump. Solo necesitaron un ordenador y algo de imaginación. Lo hicieron por dinero y por diversión. La operación consistía en ofrecer una información o un dato que pudiera ser real y relacionarlo con algo que no tenía nada que ver o cuya conexión no estaba probada, con el objetivo de excitar a las masas y conseguir visitas e ingresos.
“Las noticias falsas desinforman y dividen”, señala Wikforss, que asegura que los individuos tenemos la necesidad de tener una identidad social: intentar protegerla lleva a negar los hechos que chocan con nuestra ideología. “Las fake news funcionan porque nos hacen enfadar, y cuando te enfadas no piensas las cosas dos veces, compartes la información y, antes de que te des cuenta, ya se ha propagado”.
La catedrática de filosofía de la Universidad de Estocolmo habla de un fenómeno llamado “ilusión de la verdad”. Implica que, cuanto más se repite algo, más probabilidades hay de que la gente se lo crea. Tras las elecciones de 2016, la CNN se mostró preocupada por haber retransmitido tantas imágenes de Trump y por haber difundido sus mentiras, ya que pensaron que habían contribuido a su victoria en las urnas. “Por supuesto, Trump jugó a esto. Sus mentiras durante los dos primeros años de mandato son más de 8.000, muchas de las cuales son solo la repetición de la misma declaración falsa una y otra vez”. Wikforss cree que para comprobar una información es importante no poner el foco en aquello que es falso, sino en lo cierto. “Primero hay que explicar qué es cierto y por qué es cierto. Más adelante, hay que explicar qué dijo la persona que mintió”.
Wikforss utiliza un tono didáctico y ejemplos reales para explicar los fenómenos relacionados con la crisis de la verdad. Recuerda, por ejemplo, cómo en 1953 los jefes de las principales compañías de tabaco de Estados Unidos se reunieron en el Hotel Plaza de Nueva York. Estaban preocupados: un estudio científico había relacionado el tabaco con el cáncer. Tras horas discutiendo sobre cómo hacer creer a la población que fumar era beneficioso, decidieron que la mejor estrategia era cuestionar el estudio, para lo que financiaron “investigaciones” adicionales. La gente continuó fumando. Hoy, advierte Wikforss, los negacionistas del cambio climático dicen que las pruebas de la comunidad científica son insuficientes.
La académica sueca advierte también sobre una práctica común en los medios de comunicación, relacionada con la desacreditación científica, que ha provocado aún más caos y desinformación: en su búsqueda por la supuesta objetividad, a finales de la década de 1990 los medios empezaron a dar voz a las dos partes en cualquier tema controvertido. Esto causa, en ocasiones, un efecto perverso: el término medio entre dos opiniones no tiene por qué acercarse más a la verdad. El término medio entre dos opiniones no es periodismo, dice. “Los medios tienen un rol imprescindible a la hora de describir el mundo de un modo matizado y equilibrado. No deben contribuir a la polarización; deben basarse más en los hechos y ser menos emocionales”, afirma. “No deben confundir objetividad con neutralidad. Poner a un experto en el cambio climático y a un negacionista en el mismo sitio y darles la misma voz no es objetividad”.
Wikforss destaca que la visión que las personas tienen del mundo proviene casi en exclusiva de los medios de comunicación, por lo que les otorga una gran responsabilidad, quizá hiperbólica. “La realidad es compleja y los medios deben encargarse de manejar esa complejidad”, dice.
Esta entrevista nace de una colaboración entre el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona y 5W.