¿Qué pasa en Mali si alguien comete un delito y la gente no se atreve a delatarlo? ¿Qué pasa si las últimas decisiones políticas no gustan al pueblo y tampoco se atreve a decirlo? Hay marionetas que en una obra de teatro pueden decir lo que quieran. Y cambiar las cosas.
Yacouba Magassouba, de 35 años, vive en Bamako, la capital de Mali. La marioneta que ha fabricado tiene la piel rosada y viste pantalón y camiseta beis. Lleva un sombrero rosa. De grandes ojos fijos, largo pelo castaño y perenne sonrisa tímida, es observada por decenas de niños mientras baila al más puro estilo africano. Parece que tuviera vida propia, pero tan solo hay que seguir los hilos transparentes para toparse con la cruz de madera agarrada por dos manos que la manipulan. Quien la hace danzar de ese modo tan auténtico es Magassouba, marionetista por un motivo: “Me interesa la tradición y no quiero que se pierda”.
Las marionetas son una tradición muy antigua de Mali. Aunque su huella más antigua en el continente está en el Antiguo Egipto, hay un texto del geógrafo árabe Ibn Battuta, del siglo XIV, que habla de las marionetas y máscaras de Mali como un arte que se remonta “a la noche de los tiempos, mucho antes de la llegada del islam a la región”.
Las marionetas de Mali forman parte de la vida comunitaria, pero hasta hace muy poco no han empezado a abrirse tímidamente al mundo. “Las marionetas se creaban para los rituales y fiestas del pueblo y no para el comercio, así que no fue hasta que comenzaron a venir los turistas cuando empezaron a conocerse en el exterior del país”, dice Magassouba.
Su fabricación siempre ha estado envuelta en cierto misticismo. De hecho, en bámbara, la lengua mayoritaria, el término “do”, que quiere decir misterio, es muy utilizado para designar este tipo de teatro.
Las asociaciones de jóvenes son las encargadas de la construcción de las marionetas. Tienen mucha relevancia en los pueblos, porque agrupan a la juventud con el objetivo de llevar a cabo “acciones colectivas para los trabajos comunitarios, para alcanzar o mantener la solidaridad de las sociedades tradicionales que se pierde con las prácticas urbanas individualistas”, según la escritora camerunesa Werewere-Liking en su libro Marionnettes du Mali. En un país donde los servicios públicos escasean, sobre todo cuanto más pequeña es la localidad y cuanto más alejada está de la capital, estas asociaciones no se dedican solo a la creación de títeres, sino que también están llamadas a la recolección, a la construcción de caminos o incluso a las manifestaciones contra actuaciones del Gobierno central. Además, “los ancianos han utilizado a las asociaciones juveniles como marco e instrumento de formación para perpetuar las tradiciones de comunidades amenazadas” por la modernización y el éxodo rural, explica Werewere-Liking.
El marionetista Magassouba lo confirma: “En los pueblos, quienes se encargan de unir las diferentes partes de las marionetas, pintarlas y vestirlas son los miembros de estas asociaciones, pero quienes las tallan son los ancianos. Con el tiempo, los jóvenes van aprendiendo el oficio”.
¿Cuál es la función de las marionetas en Mali? “Se sacan cuando se quiere comenzar algo y que salga bien, antes de la época de lluvias y después, para que la cosecha sea buena. También con motivo del día de la independencia (22 de septiembre), de la fiesta del cordero o de una boda”, dice Magassouba. En su libro, Werewere-Liking explica que, a diferencia de los rituales, el teatro con marionetas “se encarga de crear un ambiente propicio para la exploración de las contradicciones y ambigüedades de la experiencia comunitaria, sin miedo a represalias”. Los títeres permiten a los jóvenes jugar un rol de “contrapoder sobre el plano jurídico y político, tanto el tradicional como el moderno”, y mostrar su desacuerdo “incluso en los peores momentos de dictadura”.
Magassouba da dos ejemplos de esto. Si la gente quiere denunciar a un ladrón y no se atreve, recurre a las marionetas. También para criticar de forma velada (o no tanto) a las autoridades. “No se les va a nombrar, pero ellos se van a dar por aludidos y pueden cambiar de actitud”, dice.
En el último viaje a su pueblo, Danga, en la región de Koulikoro, Yacouba Magassouba utilizó las marionetas para resolver un conflicto de tierras que había llevado a dos familias a una guerra. Este tipo de conflictos suele solucionarse gracias a un intermediario, como el jefe del pueblo o el líder religioso. Sin embargo, en esta ocasión las familias habían llegado hasta los tribunales y algunos de sus miembros habían pasado por prisión. La situación era límite. Magassouba preparó una obra junto a sus compañeros en la que denunciaba este conflicto, sacó las marionetas a la plaza pública del pueblo y finalmente los responsables de ambas familias se dieron la mano y pusieron fin a la guerra.
Marionetas gigantes
Magassouba se inició en el arte de las marionetas cuando tenía 19 años. Comenzó como aprendiz de su tío, Yaya Coulibaly, el principal marionetista de Mali. Su familia le había enviado a la capital con la idea de que continuara sus estudios de secundaria. Pero él se enamoró de la tradición y, cuando solo le quedaba un año para finalizar la formación profesional en Contabilidad, abandonó los estudios para dedicarse de lleno a las marionetas. En 2008 comenzó a tallarlas él mismo y en 2010 creó su propia compañía, Nama, cuyo nombre homenajea a la máscara tradicional de su pueblo. Cuando la gente de zonas rurales le pregunta a qué se dedica, él responde: “Soy marionetista”. La respuesta les aturde, porque para ellos fabricar marionetas no es un oficio.
Su tío Yaya Coulibaly fue el primero en Mali en dedicarse profesionalmente a la fabricación de marionetas. Magassouba aprendió de él. Nadie se hace rico con este oficio, advierte Magassouba. “Todo el dinero que ganas se invierte en la fabricación de nuevas marionetas”. El marionetista está en una lucha permanente para poder vivir de ello. Cuatro años después de abrir su propio negocio, hizo algo que le diferenció de todos los demás en Mali: se inició en la creación de marionetas gigantescas.
En 2010 Magassouba descubrió en un festival en Uagadugú, la capital de la vecina Burkina Faso, las conocidas como les grandes personnes d’Afrique, unas marionetas enormes que comenzaron a construirse a principios de la década de 2000 en Boromo, un pueblo de Burkina Faso donde los visitantes franceses enseñaron a los locales a fabricarlos. Pero hay algo que diferencia estas marionetas gigantes de sus primas francesas, que se fabrican en papel maché: las burkinesas y las malienses son de madera.
Para aprender a hacer estas figuras, Magassouba y su equipo, compuesto por doce jóvenes (cada uno con una función: tallar, pintar, unir las partes del títere…), tuvieron que esperar cuatro años hasta que consiguieron la financiación necesaria para poder costearse la formación, que obtuvieron de los burkineses de Boromo. Así es como desde 2014 las calles y plazas públicas de Mali han visto añadidas a sus representaciones teatrales este nuevo tipo de marioneta que llama la atención de todos. “Gracias a la introducción de estas marionetas, la compañía ha crecido”, dice Magassouba.
Las cuatro marionetas que ya se han construido tienen una altura de entre 2,30 y 3,50 metros. Solo para hacer la cabeza se necesitan 21 días. Si incluimos el cuerpo, compuesto por una estructura de hierro forjado, y la vestimenta, nos vamos a un mes. Y si en el momento de la construcción no se tienen los medios económicos suficientes o alguno de los materiales no está disponible, alguien debe traerlos desde Francia y la obra se demora hasta tres o cuatro meses.
No hay mejor descripción del descomunal tamaño de los títeres que la cara que se le queda a los costureros cuando les dan las medidas de los trajes. “¡Me decían que un ser humano no puede medir eso! Se quedaban desconcertados”, dice Magassouba. Su precio también habla de la magnitud de la empresa: entre 500.000 y 600.000 francos (762-914 euros, en un país con 660 euros de renta per cápita). El precio no incluye la mano de obra. Magassouba dice que él no vendería una de sus marionetas gigantes por menos de un millón de francos, es decir, 1.524 euros.
Pero el día a día está hecho de cosas más pequeñas. Para sobrevivir, Magassouba vende marionetas de menor tamaño, talladas en madera Melina, “cuyas características permiten que puedan pasar treinta años y las termitas no se las coman”, asegura. El precio entre amigos es de 50.000 francos (76 euros), pero confiesa que a los turistas se las vende por hasta el doble. Solo así se puede dedicar a las marionetas gigantes.
Otras fuente de financiación son los festivales. En julio de 2017 la compañía participó en su primer concurso de marionetas durante los Juegos de la Francofonía que se celebraron en Costa de Marfil. Obtuvieron la medalla de bronce. La de plata se la llevó Canadá, próximo país en acoger estos juegos, y la de oro fue para el país anfitrión. “Hubo polémica, sí…” dice Magassouba orgulloso. “Ellos no pueden manejar las marionetas como lo hacemos nosotros, porque les hemos añadido las técnicas de manipulación tradicionales de Mali. Es lo que nos hace famosos”.
Espíritus, seres humanos y animales
En un descampado del barrio de Banangabougou, en Bamako, decenas de niños se reúnen tras la llamada de los tam-tam. Va a haber función. La compañía Nama, además de organizar sus espectáculos cuando son solicitados, también se da el gusto de hacerlo gratuitamente para los niños. Pocos metros separan a los pequeños del castelet, una sencilla estructura de hierro cubierta por una manta negra. Uno de los actores hace de narrador y se dirige al público para presentar la obra. La historia se desarrolla “cuando los animales hablaban como los hombres y los genios habitaban con los humanos”. Es un cuento tradicional donde la liebre, las cabras, la hiena y el león son los protagonistas.
Los títeres representan a animales, a personas, también a espíritus. Y todos ellos aparecen a lo largo de los 40-50 minutos que dura la representación. Marionetas de varilla, de hilos, habitadas (manejadas desde dentro) por los propios marionetistas, títeres de hasta dos metros con máscaras tradicionales… y, por supuesto, las figuras gigantes modernas. Todo va acompañado de música, baile y una interacción constante con los niños y niñas que danzan junto a los muñecos e intentan manipular sus hilos para trasladarles su ritmo.
La elección de los animales que actúan no es aleatoria. La liebre representa la inteligencia, la clarividencia y la rapidez; el carnero, la estupidez. La hiena, según el contexto, puede ser desde ignorante a predecir el futuro y representar la autoridad mística o religiosa. El león es la autoridad política. El búfalo macho simboliza la potencia y la fuerza, y la hembra la fecundidad y la seguridad. La jirafa es la tolerancia, la gracia y el talento. También las figuras humanas tienen una simbología u otra relacionada con su colectivo o etnia.
Hay espectáculos reservados para el día e incluso exclusivos para la noche. Bajo el cielo oscuro, las marionetas portan espejos como ojos, para que la luz de las antorchas inspire más misterio. También hay representaciones en el río, con grandes marionetas sobre piraguas. Entre etnias de pescadores como los bozo, es común elegir cocodrilos o hipopótamos. A los bámbara, tradicionalmente agricultores y cazadores, les gustan la hiena, el búfalo o el elefante.
Aunque es una tradición extendida por todos los rincones de Mali, se desconoce su origen exacto. Hay una leyenda de la región de Segou, situada en el centro del país, que cuenta que todo comenzó en el bosque, cuando un pescador bozo fue raptado por los genios y durante su detención uno de ellos le enseñó el arte de estas figuras. Cuando regresó a su pueblo, situado a las orillas del río Níger, fue a ver a los herreros y les enseñó cómo construirlas. Actualmente, la ciudad de los títeres en Mali es Markala, también en la región de Segou, donde se celebra un importante festival de máscaras y marionetas desde 1993.
Aunque actualmente este arte es una mezcla de tradición y modernidad, en particular en Bamako, el misticismo que envuelve a las marionetas perdura. Y desde la introducción del islam en la región, allá por el siglo XI, algunas cosas han cambiado. Cuenta Magassouba que antaño, cuando alguien fallecía, se paseaba una marioneta por el pueblo que anunciaba la muerte. Con la implantación del islam, se empezó a hacer a través de los altavoces de las mezquitas. Entre la comunidad musulmana hay quienes incluso consideran que la creación de marionetas no está permitida por la religión. “Creen que si construyes una marioneta tu alma entrará en ella cuando mueras”, dice Magassouba, que explica que algunos vecinos murmuran “que Dios le perdone” cuando pasan frente a la puerta de su taller y ven las marionetas en el patio. Según Magassouba, los detractores son solo unos pocos “radicales”. Siempre se intenta evitar que la representación se haga los viernes, día de oración islámica, para evitar conflictos.
“Si lo hiciéramos un viernes, la gente no iría a la mezquita. Les gusta mucho el teatro de marionetas”.