Después de veinte años de ausencia, la selección marroquí vuelve a un Mundial tras una actuación impecable en la fase eliminatoria. Fue el único equipo en no encajar ni un solo gol en la fase de grupos final de la zona africana.
La euforia de un país entregado al fútbol se ha visto aplacada por una derrota en los despachos: el reino alauita era uno de los dos finalistas para albergar el Mundial en 2026, pero la candidatura conjunta de México, Estados Unidos y Canadá se impuso en la votación de la FIFA. Marruecos, que presentaba una candidatura por quinta vez, fracasó después de presentar un proyecto a última hora.
Pese a la mala noticia, el retorno a la Copa del Mundo de los Leones del Atlas se vive con pasión en Marruecos. El fútbol como anestesia. La clasificación ha aplacado, por el momento, las crisis internas que atraviesa el país: la campaña de boicot masivo contra tres de las principales compañías del país, las revueltas en Yerada o lo que queda del movimiento de la hirak en el Rif, que en 2017 provocó la mayor oleada de detenciones masivas de las últimas décadas.
Durante los últimos meses los principales artistas marroquíes se han erigido en directores de orquestra de este frenesí colectivo. Desde que la selección nacional consiguió su pase para Rusia en noviembre de 2017, se han volcado en la producción de hits musicales para levantar el optimismo entre sus seguidores. Las canciones de apoyo a los leones del Atlas, diseñadas especialmente para esta ocasión, se suceden sin descanso mañana, tarde y noche en las principales radios y televisiones del país. Las reproducciones en la plataforma YouTube de estos improvisados himnos se cuentan por millones: el grupo Cravata tiene más de 11 millones de visualizaciones; la cantante Asma Lmnawar, más de 9 millones, y el compositor Hatim Ammor, más de 5 millones. Estas cifras reflejan la gran expectación del país ante un Mundial en el que Marruecos quiere hacer historia.
Té, humo y fútbol
“En Marruecos hay un fervor por el fútbol que no existe en ningún otro lugar”. Así defendía Mehdi Benatia, capitán de la selección nacional y central de la Juventus, la candidatura fallida de este país para la organización del Mundial 2026, cuando Marruecos aspiraba a ser el segundo Estado africano sede de un Mundial.
En cualquier ciudad marroquí, por remota que sea, siempre hay un café lleno de humo de cigarros y de hombres que, a ritmo de sorbos cortos de té, están viendo fútbol. Los fines de semana en que hay Liga española o Premier League inglesa (las más seguidas entre los marroquíes), en los salones de té se amontonan decenas de clientes para poder captar de primera mano la última filigrana de Messi o el último gol de Ronaldo o Salah; entre semana, los contertulios habituales disfrutan viendo una retransmisión de un partido de la segunda división de cualquier liga europea como si de una final de la Champions League se tratara. En las grandes ciudades, además de los cafés para una clientela exclusivamente masculina, también hay bares mixtos donde se sirve alcohol con pantallas gigantes y enormes altavoces para no perder ni un detalle de las retransmisiones de los partidos que hace Al Jazeera.
Los zocos o mercados tradicionales no escapan al magnetismo futbolero. Las chilabas y caftanes (vestimentas tradicionales) compiten con réplicas de camisetas y chándales de los equipos europeos, alterando la bucólica y orientalista imagen que ofrecen la mayoría de comercios de las angostas callejuelas de las medinas marroquíes. Las conversaciones con los extranjeros giran invariablemente alrededor del deporte rey. Los vendedores de la fastuosa artesanía del país rompen el hielo con su clientela española con la fórmula: ¿Anta barsa o rial? (¿eres culé o merengue?).
La estrella de la selección es el mediapunta del Ajax Hakim Ziyech, y hay otros futbolistas con gran calidad técnica como Belhanda y Boussoufa. El público español reconocerá al corpulento Nordin Amrabat, cedido al Leganés por el Watford inglés, y al lateral madridista Achraf Hakimi. Pero la gran baza de Marruecos es su intensidad y su juego defensivo, cuyo máximo baluarte está fuera del campo: el técnico francés Hervé Renard, trotamundos y seleccionador clásico de equipos africanos, y que consiguió que Zambia ganara la Copa de África en 2012.
Sus compatriotas confían en ellos. El fervor que desata el fútbol entre los marroquíes y el hecho de que el reino alauita se venda como el país más estable de la región eran las principales bazas que Marruecos esgrimía frente a la candidatura de México, Estados Unidos y Canadá. “Mientras Norteamérica ofrece dólares y negocio, la propuesta marroquí consiste en bajos costes y la pasión por el fútbol”. Con esta contundencia defendía Moncef Belkhayat, uno de los representantes de la candidatura marroquí, la propuesta del reino alauita. Pero África no tendrá, de momento, un segundo Mundial.
¿David contra Goliat?
La pasión futbolera no fue un motivo suficiente a los ojos de la FIFA para dar a Marruecos, que ya intentó ser la sede del Mundial de Sudáfrica 2010, la organización de la Copa del Mundo de 2026. El informe producido por la task force, la estructura creada ad hoc para analizar las diferentes candidaturas tras los múltiples casos de corrupción que azotan el máximo organismo futbolístico, situaba en una posición desventajosa la propuesta marroquí. En este informe se señala que el proyecto del reino alauita entrañaba “riesgos elevados” de viabilidad en materia de infraestructuras, alojamiento y transportes: recibía una puntuación global de 2,7 sobre 5. La FIFA estimaba particularmente preocupante la fuerte inversión que el país habría tenido que hacer. El desembolso mínimo necesario, según The New York Times, era de 13.390 millones de euros, más del 10% del PIB del país en 2017. El presupuesto dedicado a sanidad en un país donde la mortalidad infantil es de las más altas de la región (27 defunciones por cada 1.000 nacimientos según un estudio de Naciones Unidas de 2017) es de algo más de 1.300 millones de euros en 2018.
La propuesta norteamericana, en cambio, obtuvo una valoración muy superior: 4 sobre 5. Marruecos desplegó durante los últimos meses una intensa campaña diplomática para recabar apoyos entre las 207 federaciones que decidieron dónde se celebrará el Mundial de 2026. En esta lucha desigual, el reino alauita se presentó como David contra Goliat. Marruecos apeló a su africanidad para conseguir votos entre las federaciones de este vasto continente. “Nuestra candidatura es una candidatura africana, no marroquí. El reino tiene sus raíces en África. La victoria beneficiaría al fútbol africano, ya que nuestro país es una tierra de acogida y de formación de talentos futbolísticos”, aseguraba Moncef Belkhayat, miembro del comité marroquí.
A pesar de los esfuerzos diplomáticos desplegados por Rabat, incluyendo numerosas visitas oficiales del Rey Mohamed VI, varios países africanos acabaron decantándose por la propuesta norteamericana. Marruecos sí contó con respaldos desde la Unión Europea, para quien el país es un socio estable y prioritario en la región para el control de las fronteras y la lucha antiterrorista. Y, por supuesto, el mundo árabe apoyó la candidatura. Reunidos en el Cairo el pasado 14 de mayo, los ministros de Deportes de los países que conforman la Liga Árabe aprobaron, por unanimidad, dar apoyo a la candidatura marroquí. Ni siquiera Argelia, que tiene cerrada su frontera terrestre con el reino alauita desde 1994, se opuso a la propuesta. “Nuestro país apoya la candidatura marroquí con orgullo”, declaró el ministro argelino de Deportes, Hadi Ould Ali, en una conferencia de prensa el pasado 1 de abril. Algunos astros del balón como Lionel Messi, Zlatan Ibrahimovic, Cristiano Ronaldo o Samuel Eto’o también defendieron la candidatura de Marruecos.
Represión y derechos humanos
La FIFA introdujo en los criterios de valoración el respeto a los derechos humanos, algo que ha jugado contra Marruecos. El ministro marroquí de Industria, Moulay Hafid Elalamy, encargado de liderar la candidatura de su país para el Mundial de 2026, intentó contrarrestar las críticas y lanzó un mensaje que no funcionó: “Nuestro país ha sido siempre a lo largo de la historia un formidable lugar de cruce de civilizaciones y una tierra de tolerancia multicultural y diversidad étnica”.
Marruecos atraviesa una época convulsa. El descontento popular no cesa de crecer. Las promesas que siguieron a la Primavera Árabe de 2011 cayeron en el olvido rápidamente y el monarca alauita volvió a su característica vacilación entre el deseo de mostrarse tolerante y su continuada represión contra las demandas democratizadoras.
Sus dudas se traducen en la estrategia del palo y la zanahoria. El país ha adoptado medidas emancipadoras y progresistas, como la reciente ley contra la violencia de género, pero desde 2013 el makhzen—nombre con el que se designa popularmente al régimen marroquí— ejerce una represión sistemática contra los movimientos que exigen reformas en el país.
Un claro ejemplo es Yerada. Desde que en 2001 se acordara el cierre de su mina de carbón, principal polo económico de la región hasta la fecha, la única alternativa para muchas familias es la explotación clandestina del mineral. Esta peligrosa práctica ha causado numerosos muertos en los últimos años. El último accidente, que se cobró la vida de dos hermanos en noviembre de 2017, desató un movimiento masivo de protesta. La respuesta del monarca fue la represión. La misma que ha vivido el movimiento popular del Rif, conocido como hirak, surgido tras la muerte de un vendedor de pescado tras ser aplastado por un camión de basura cuando intentaba recuperar su mercancía confiscada por la policía. La hirak, que llegó a congregar a cientos de miles de personas en 2017 exigiendo democracia y mejoras socioeconómicas, fue brutalmente perseguida, con más de 450 personas arrestadas con peticiones de penas de entre dos y veinte años de prisión. Muchos han comparado la situación el Rif con la situación en el Sáhara Occidental, donde el proceso de autodeterminación sigue varado y la intransigencia de Rabat prohíbe no solo un referéndum, sino también toda clase de actos y expresiones democráticas.
En el centro de muchas de las críticas a la ausencia de democracia y derechos humanos se encuentra la monarquía y sus relaciones con la élite económica y administrativa del país. El rey Mohamed VI controla a través de un grupo empresarial la mayor banca privada, el mayor operador minero y la mayor cadena de distribución del reino alauita. El Mundial coincide, de hecho, con una gran campaña de boicot ciudadano contra los oligopolios que dirigen el país. Uno de los principales afectados es la segunda fortuna de Marruecos, Aziz Ajanuch, buen amigo del rey y designado por él mismo como ministro de Agricultura y Pesca en 2007.
Ante esta situación, no son pocos los activistas que, con el permiso de Marx, defienden que el fútbol, en Marruecos, es el verdadero opio del pueblo. “Si el fervor espontáneo del pueblo ante el Mundial no fuese suficiente para acallar los movimientos sociales durante las próximas semanas, el mukadem —‘nuestro alguacil’— se encargará de ir llamando una tras otra a las puertas del vecindario para que la gente tome las calles y las inunden con los colores de la bandera nacional”, dice un activista de la Vía Democrática, el partido comunista marroquí.
Mejor centrarse en el fútbol que en la política: eso debió de pensar el Gobierno cuando introdujo el análisis del desempeño de la selección entre las preguntas de los exámenes de acceso al bachillerato de 1998, el último año en que Marruecos participó en un Mundial.